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¿Está el cambio climático detrás del nuevo episodio de calima en Canarias?

Toni Ferrera

Las Palmas de Gran Canaria —

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En el aire que respiramos siempre hay pequeñas partículas de polvo, cenizas u hollín de distintos tamaños. No están en la atmósfera por una única razón. Hay factores puramente naturales, como incendios forestales o erupciones volcánicas, que provocan su presencia. Y hay otras causas antropogénicas, como labores agrícolas o de construcción, que también.

Normalmente no son muy grandes. Existe una clasificación para las más pequeñas, las que miden menos de 2,5 micras (PM2,5); y están las menores de diez micras (PM10), que funcionan muy bien para medir la calidad del aire de una zona. Si la media diaria de PM 10 supera los 50 μg/m³, se estaría excediendo el umbral marcado tanto por la Unión Europea como la Organización Mundial de Salud (OMS), y podría empezar a ser peligroso para la salud de las personas más vulnerables.

Cuando la calima llega a Canarias, raro es el día que ese límite no se excede. En enero de este año ha ocurrido hasta en doce jornadas en muchas de las estaciones de medición de la calidad del aire, según los datos facilitados por la Red de Control y Vigilancia. La última vez que algo similar sucedió fue durante el histórico episodio de intrusión de polvo sahariano que sufrió el Archipiélago en febrero de 2020, justo antes del confinamiento por coronavirus.

Aquel capítulo fue estudiado al dedillo por los científicos de las Islas. Las concentraciones de PM10 y PM2,5 excedieron los 3.000 y 1.000 microgramos por metro cúbico, provocando que el Archipiélago tuviera en ese momento la peor calidad del aire del mundo y la más nociva registrada en su historia. Todos los aeropuertos de las islas cerraron por falta de visibilidad, algo que no había sucedido nunca.

En esta ocasión, es evidente que la magnitud del fenómeno (por lo menos en términos económicos) no ha sido la misma, pero haber vivido otro evento tan importante de intrusión de polvo sahariano ha vuelto a poner encima de la mesa una pregunta tan fácil de formular y difícil de contestar: ¿está el cambio climático detrás de todo esto? La literatura científica al respecto no es concluyente. Hacen falta muchas más evidencias y relaciones causales que así lo indiquen.

Porque hasta ahora todo es un tanto confuso. “Mientras más estudio sobre esto, más dudo”, reflexiona Emilio Cuevas, director del Centro de Investigación Atmosférica de Izaña (Tenerife) de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Según una tesis firmada en 2007 por Silvia Alonso Pérez, profesora e investigadora de la Universidad de La Laguna (ULL), y dirigida por el propio Cuevas, desde la década de los 70 se ha observado un incremento tanto en la frecuencia como en la intensidad de los episodios de polvo africano.

Junto a esto, también se ha apreciado un aumento de la temperatura del aire, un descenso de la humedad específica y relativa y un debilitamiento de los vientos alisios. “Parece, por lo tanto, que el comienzo de la tendencia (…) coincide con el comienzo de indicio de cambio climático”, cierra la experta. Sin embargo, no todos los estudios llegan a la misma conclusión.

Otro artículo, esta vez publicado en la revista Atmospheric Measurement Techniques en 2015, reconstruye mediante técnicas de inteligencia artificial la cantidad de polvo que ha habido en Tenerife desde los años 40 hasta ahora analizando la evolución parámetros asociados, como la dirección del viento o la visibilidad.

Según ese documento, en la década de los 40 y 50 hubo más días con intrusiones de polvo sahariano que ahora. “Esto lo que nos genera es una enorme incertidumbre sobre la valoración que se puede hacer sobre la calima y el cambio climático. Debemos ser muy cautos y no extrapolar una pequeña tendencia al resto de la realidad”, añade Cuevas.

El tema es mucho más complejo de lo que parece. No hay una serie de datos prolongada en el tiempo que muestre de forma inequívoca lo que está pasando. Del cambio climático tenemos tantas evidencias porque es justo al comienzo de la Revolución Industrial, con el uso masivo del carbón, cuando la media de la temperatura anual del planeta ha ido creciendo. Pero para investigar la calima o las intrusiones de polvo africano no existen (ni por asomo) series tan largas.

En 2005, un grupo de investigadores canarios estudió la frecuencia, estacionalidad y tendencias de las advecciones de aire africano en Canarias entre 1976 y 2003. Concluyeron que de media ha habido 14 cada año, que el invierno es la estación donde más se producen y que su duración puede variar de los 15 días a los cuatro. Pero en cuanto a si han aumentado o no, no se aprecia un cambio notable. En todo caso, es al revés. “Se observa un máximo a principios de los 80 y una ligera disminución en los últimos años, pero la serie no indica una tendencia clara”.

De hecho, esto coincide con un trabajo que están llevando a cabo estos días en los centros de investigación de la AEMET en las Islas. Los aeropuertos canarios detallan cada día la reducción de visibilidad por el polvo. Si cogemos desde la primera cifra disponible, en los años 80, hasta ahora, “hay incluso una diminución de episodios”, señala Cuevas. “Somos conscientes de que el cambio climático existe. Pero, aunque parezca evidente desde la percepción humana que un mayor calentamiento del Sáhara provoca más intrusiones de polvo, resulta que no es así”.

Y Cuevas argumenta: “Según el periodo que estemos mirando, nos podemos llevar sorpresas con el polvo. En los años 80 hubo más episodios que ahora y en general eran más intensos. Puede que el del año 2020 sea el mayor, pero hace cuatro décadas se produjeron más”. Luego, si miramos otras estimaciones, también hay hechos llamativos. Un estudio de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) detectó que la llegada de polvo sahariano a la Península Ibérica se ha incrementado en un 400% en los últimos cinco mil años.

No se descarta la posibilidad de que la calima continúe el mismo camino que, previsiblemente, seguirán las tormentas tropicales en el Mediterráneo. Es decir, que sean episodios menos frecuentes, pero más intensos. Porque lo que sí es incuestionable es que se está produciendo una aridificación en el Norte de África y, debido a esta desertificación, cada vez hay más polvo. En 2020 se alcanzó el récord de concentraciones de polvo en suspensión procedente de los desiertos, según el último análisis de la Organización de Meteorología Mundial (OMM). Otra cosa es que el viento lleve esas partículas a Canarias.

“Nosotros sabemos que el calentamiento del Norte de África y del Sáhara van a significar cambios en los patrones de transporte de polvo, pero no sabemos cómo todavía. Habrá zonas con más polvo y otras con menos. ¿Canarias? No lo sabemos. No tenemos detalles de cómo será la evolución futura”, explica Cuevas.

Lo que sí sabemos es que, en 2020, el último año estudiado, en el sur de Gran Canaria se superó hasta en 111 días el umbral diario de PM10, casi siempre por la llegada de calima. También sabemos que esta información es ambivalente: para los gobiernos dice poco de sus acciones, porque ellos no tienen nada que hacer contra las intrusiones de polvo sahariano (es más, el dato que suele ofrecerse de la calidad del aire no tiene en cuenta los fenómenos naturales); pero para la salud sí es un problema.

Ya está más que contrastado el riesgo que supone, especialmente para las personas vulnerables y con problemas respiratorios, la calima. Un estudio liderado por el Servicio de Cardiología del Hospital Universitario de Canarias concluyó que el riesgo de muerte cardiovascular aumenta en un 2% el mismo día de exposición a estos fenómenos.