Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona y Master en Periodismo y Comunicación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Fue Jefe de la Sección Política del periódico Canarias 7, Jefe y analista de la Sección de Economía del periódico La Provincia, Jefe de las secciones Nacional, Internacional, Edición y Cierre de La Opinión de Murcia, Corresponsal y analista económico en Canarias del periódico La Gaceta de los Negocios, Director del diario La Tribuna de Marbella, Jefe del Gabinete de Comunicación del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Director del diario La Gaceta de Las Palmas, Cofundador y director del peridico digital CanariasAhora.com. Director del Canal Canarias de la productora Media Report y Director de la Televisión Canaria Internacional. Como escritor, ha publicado cinco libros.
Y el arcángel anunció … La esclavitud
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”. Alonso Quijano, Don Quijote de La Mancha, en algún páramo de España del que nunca nos acordamos.
El capítulo LVIII de la novela polifónica y de caballería burlesca El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, luego, El ingenioso caballero Don Quijote de La Mancha y, finalmente, El Quijote, se ocupa de “cómo menudearon sobre don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras”. De ello pretende tratar este análisis prospectivista a la luz de los presentes que nos persiguen, análisis de cómo nuestras sociedades desarrolladas (?) caminan sin que la inmensa mayoría de quienes las componen advierta ni hacia donde se dirige ni que caminos está pisando. Menos aún, los planes que para su futuro se están pergeñando entre secretos que parecen sacados de alquimias de brujas y mentes luciferinas. Cómo advertía Quijano, “Me moriré de viejo y no acabaré de comprender al animal bípedo que llaman hombre; cada individuo es una variedad de su especie”.
El Nuevo Orden Mundial no es otra cosa que ordenar lo previamente desordenado en el anterior orden, devenido en desorden consecuencia de su estructuración errada. Para unos. Evidentemente, muy beneficiosa y acertada para otros. Marx fue quién definió la Historia como no otra cosa que el cruel fluir de una continuada e infinita lucha de clases sociales, pero ya aquel lanceador de molinos acusados como gigantes, había señalado que “entre los pobres pueden durar las amistades, porque la igualdad de la fortuna sirve de eslabón a los corazones; pero entre los ricos y los pobres no puede haber amistad duradera”. Fue un previo a la dialéctica marxista muy superada ya por los cambios que sí son cambios: la fagocitación por el statu quo o sistema de aquello que puede ser o convertirse en atentado contra su supervivencia que no es precisamente coincidente con la supervivencia de la sociedad civil. La supervivencia, vocablo de vida, jamás tendría sentido sin la existencia de la muerte. Y, a mi juicio, hay dos muertes en el escenario: la definitiva por ausencia de lo físico, y la mental, esta última casi siempre ocasionada por la codicia, vulgo cambio de chaqueta a cambio de brillos y prebendas o chaqueterismo ideológico, luego, alienación de la conciencia. Últimamente, han surgido novedosas patologías, como el panameñismo, la helveticia y la mesopotamiosis, alteración metastásica del paraíso.
De la superficie a lo abisal
Mientras a través de la manipulación, que establece la actualidad y fija presentes para cuestiones de escasa relevancia, hay substratos en cocción donde chamanes y brujas adoban pócimas de cara a conformar el futuro. Sobre la mar aparecen destacados y hermosos los saltos de los peces voladores y se ocultan los misterios de las profundidades. Se ocupan los hombres y hombras, compañeros y compañeras, afiliados y afiliadas, simpatizantes y simpatizantas, de lo que dicen unos/unas y otros/otras sobre su existir – escasas veces su vivir – y los medios de comunicación se hacen eco de los decires, conformando opiniones juntas, encontradas y desencontradas, donde dije digo digo Diego, cuyo único fin es facilitar y dulcificar el gólgota a la urna que, tras el conteo, alumbrará el poder y la administración (?) del pecunio. Pactos, abrazos, falsos apretones de manos y besos o morreos judaizantes de por medio.
Hace escasamente una semana sufrí un tremendo shock, afortunadamente sin consecuencias, cuando Felipe VI, rey de algunos españoles, anunció ante el cuerpo diplomático acreditado que “España firmará el Tratado Internacional de Comercio, conocido como TTIP”. Y lo anunció, saltando por encima de la Carta Otorgada de 1978, el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo, y en una coyuntura de gobierno en funciones a la espera de unas Elecciones Generales que, de momento, ni permiten asegurar la gobernabilidad de nuestro país ni, mucho menos, superar lo que denominan crisis y no es más que un desastre estructural de grandiosas y espantosas dimensiones. Desde la famosa época del destape, el 600 y las suecas en top less, es vox populi que Spain is different. Con los años, esa diferencia en principio folclórica y de tinto de verano, ha llegado a las alturas a través de dos aeropuertos sin tráfico: la no separación de poderes del Estado – Montesquieu ya ha sufrido varios ictus – y la corrupción generalizada, que ha convertido a los políticos en clase política. La clase política es la resultante de sumar los que profesionalmente se dedican a las cosas de la polis – eso dicen ellos – y las redes clientelares que surgen del tráfico de influencias, el nepotismo, las puertas giratorias y aquel que es amigo de mi primo.
Burla burlando, van los tres delante
Es posible que se queden atrás pinchos de iceberg que, aún sobresaliendo de gélidas aguas de Bering, junto a Siberia y Alaska, permanecen ocultos a nuestros ojos, sujetos al dominio de las informaciones interesadas y contra informaciones. Pero las malas noticias siempre llegan – una buena noticia no es noticia, decían en la Facultad – y, al final, fijándonos en las aletas de las orcas, divisamos la brutal masa de hielo que esconde su barriga donde aquellas nadan. Guerras, hambre, hambrunas, infancias desnutridas, inmigración, violencia ciudadana, desempleo galopante, fundamentalismo religioso, pobreza, miseria, nueva guerra fría, crecimiento armamentístico, conflictivas tecnologías punta, diseño geoestratégico y geopolítico, fronteras, muros, degeneración del planeta y sus ecosistemas, sangre y vísceras … están ahí. Para algunos, simplemente con abrir la puerta de su casa. Para otros, en las pantallas de plasma del diario acontecer doméstico. Porque el informativo no es más que la resaca de un almuerzo, tal vez un café o una copa de brandy. En ocasiones, la entrada en los aires del humo de un habano.
El beneficio siempre se refiere al parné. Y el beneficio de los que se benefician no puede decaer jamás. Es un axioma a proteger hasta el límite del asesinato y el genocidio. Obviamente, los beneficiarios saben desde hace mucho tiempo que lo primero es el lenguaje. Eso sí, bien utilizado, ahogándolo en eufemismos, potenciando acepciones equívocas, atenuándolo con correcciones políticas represivas. Las ovejas deben siempre pensar que el lobo es un amigo y, si acaso llegara lo peor, tienen que recuperar de inmediato la esperanza, esa cosa que la gran mayoría de veces no es más que invitación a la religión, la metafísica, el esoterismo y la no acción. Por ello, tanto Globalización como Nuevo Orden Mundial o Tratado Internacional de Comercio suenan tan bonitos. Todos sois hermanos. Juntaos y abrazaos. Nosotros nos encargaremos de todo lo demás. Vais a recuperaros muy pronto de esas dolencias que decís sufrir y que, por otra parte, no son para tanto.
Admito que en nuestro modelo económico, el empresario es una figura indispensable. Sin iniciativa no habría ni trabajo ni riqueza. El problema surge cuando el Estado pasa a ser okupado por los partidos políticos, vocacionalmente – dicen - “servidores del pueblo” y en la práctica, voraces depredadores financiados según los más precisos y criminales estándares mafiosos. Dicho lo dicho y, poniendo de manifiesto que a mi, particularmente, me encantan las pymes - creo que son ajustadas a la medida del hombre y no a la del Becerro de Baal - dicho lo dicho, digo, digo también lo que comentó la periodista Ana Tudela al referirse a Adam Smith, padre del pensamiento liberal: “Mercado. Libertad. Oferta. Demanda. Precio. Y trampas. Ponga usted a un grupo de empresarios del mismo sector en un reservado de un restaurante, en una discreta sala de reuniones de un hotel o en la barra de un bar y al cabo de un rato habrán estrechado sus manos, invisibles para el resto, en un pacto contra los ciudadanos que acabará (por lo general) en una mejora de su ganancia”. Por ello, lo de la libre competencia es un cuento chino. Y en todos los órdenes, no sólo el económico. En el de los medios de comunicación, por ejemplo, cuando aparecieron las TV's privadas, los bocazas de manual anunciaron la llegada de la calidad y la elegancia. Muy pronto se vio que ocurría todo lo contrario: llegaba lo chabacano y lo soez. Guano enlatado para masas (excepciones las hay, como siempre) que, además, contaminaron de hedor a la TV pública. Porque no manda ni el arte ni el buen hacer. Mandan los índices de audiencia y la publicidad consecuencia de ellos.
Fabricando esclavos contentos
Para el oligarca, para el absolutismo monárquico, para el corrupto, para el ladrón con escaño o ministerio, para el canalla … no hay más preciado don que el esclavo contento. Esa subespecie que domina la especie humana se caracteriza por la ausencia de reflexión, pensamiento, análisis crítico y por aceptar ser esclavo a cambio de migajas que le impiden ver hasta que extremo alcanza su esclavitud. No puede negarse que siempre hay mentes avanzadas y rebeldes. De ellas, y por diferentes y heterogéneos canales, ha nacido eso que llaman el antisistema. Al adjetivo se le ha colocado una acepción fuertemente peyorativa cimentada en el axioma de que el sistema es formidable y debe permanecer por los años de los años amén. Ciertamente, es preciso hacer algunos ajustes de maquillaje para insistir y consolidar el parecer sobre el ser. Esos maquillajes deben ser mediáticos y escandalosos, de modo que en ellos se vuelquen las controversias civiles olvidando el epicentro de las cuestiones más relevantes y profundas.
No podían ser otros que los bancos, esos ricos que fundamentan el crecimiento en la usura, los que abrieran las puertas a la nueva esclavitud. El nuevo régimen esclavista, que se verá ayudado de inmediato por la robotización, comienza con algo que pasa casi desapercibido si no se abren bien los ojos. En líneas generales, el asunto reside en que los beneficiarios del negocio reduzcan al máximo su trabajo para cederlo a los clientes, presentándoselo como “un avance para su comodidad”. Yo le coloco a usted varios cajeros automáticos y usted mismo se sirve. De ese modo, puedo poner en la calle a varios trabajadores que ya no me sirven a mi. Usted hace el trabajo de ellos. Es decir, usted, estimado cliente, trabaja para la entidad. Pero gratis y sin coste social alguno.
No queda ahí la cosa: el Banco Central Europeo hace que nazca un nuevo concepto: el dinero ocioso. Al bajar los tipos de interés para que las entidades vuelvan a conceder créditos, no se logra lo pretendido sino todo lo contrario. Antes, los bancos que no podían colocar capital en los mercados los guardaban en el BCE y obtenían un interés. Ahora, al crecer el capital sin oficio ni beneficio, el señor Dragui y sus adjuntos cambian el tapete de la mesa de póker. No, amigos, ahora les vamos a cobrar por guardarles la pasta, así que muevan el trasero. ¿Y ahora, qué hacemos? se preguntaron los usureros. Y el más listo respondió rápidamente: “Trasladaremos la papa caliente a nuestros impositores. Vamos a cobrar hasta por dar los buenos días”. Y en ello estamos. El banco cambia su función con la boca chica: en vez de premiar la imposición con un interés, ya que obtiene sus fortísimas ganancias con el dinero de otros, ahora cobrará por los pavos que se introduzcan en sus oficinas. Una operación to padre. Esa es la razón, a mi juicio y al de otros analistas, de que se quiera eliminar el billete de 500 euros. No por un interés fiscal de cara a evitar la evasión del dinero, no, en absoluto, sino para que no se pueda almacenar grandes capitales fuera del sistema bancario y los ciudadanos acepten de buena fe y con alegría el plus esclavista que se les impone: seguir trabajando con su oficina (si se mantiene en el mismo sitio y no hay un bar) aunque vayan quedándose ciegos.
Sumemos a lo comentado el tremendo impacto de la robotización sobre el trabajo y la segura transformación del dinero real en virtual, para advertir el rumbo que siguen los acontecimientos. Y, si contemplamos que las grandes corporaciones definirán descarnadamente la Corporatocracia, al colocar los intereses financieros por encima de la soberanía de los Estados – Felipe VI, ya lo dije, ha sido el primero en aplaudir al TTIP en la UE, mientras Francia lo abomina – podremos hacernos una idea de qué es lo que va a ocurrir con la sociedad civil. Sobre todo, con la de los países más pobres y con índices socioeconómicos más precarios, como España.
¡Qué pena, Scarlett!
Hace días que me dejé el bigote como Rhett Butler para enfrentar el texto dejado atrás y también para que me dijera cosas que sólo él supo adelantar. Ahora mismo, sentado ante el ordenador, llevo engominado el cabello y peinado hacia atrás. Me encantaría tener un diente forrado en oro, pero no lo tengo. Rhett sabía que la Guerra Civil iba a llegar, tanto como yo sé que el Estado del Bienestar es para los españoles una entelequia momificada. Jamás habrá recuperación. A menos que la preceda un big bang.
No sé si Scarlett O'Hara podría repetir el indignado discurso desde una colina lanzado a un cielo enrojecido por el anochecer: “Con Dios como mi testigo, no van a derribarme. Voy a sobrevivir a ésto. Y cuando todo acabe, nunca volveré a tener hambre. Ni yo ni mi gente. Así tenga que mentir, robar, engañar o matar. A Dios pongo por testigo: jamás volveré a pasar hambre”. Tampoco sé si, al final, como Rhett tras el aborto de Scarlett, aceptaremos llorar. Él no quería que George Cukor o Victor Fleming lo filmaran con lágrimas en los ojos. Como Gardel, pensaba que “un hombre macho no debe llorar”. Pero Carlos andaba los arrabales portuarios y Butler los campos de batallas llenos de muertos a tiros y bayonetas. Al final, aceptó. Y lloró. No voy a llorar yo hoy por lo que está sucediendo pero, mirando hacia la araucaria del parque, sí me despediré con otro decir del capitán Rett: “Yo busco la paz. Quiero ver si consigo hallar algo que tenga algún encanto y dulzura en la vida. ¿Sabes de lo que estoy hablando?”.
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