Espacio de opinión de Canarias Ahora
La importancia de la formación continua en la protección infantil: un reto para los profesionales
La protección de los derechos de niños, niñas y adolescentes representa una de las responsabilidades más complejas, sensibles y necesarias dentro del sistema de servicios sociales. Las y los profesionales que desarrollan su labor en este ámbito enfrentan situaciones de alta intensidad emocional y elevada exigencia técnica. Por ello, no basta con que estén técnicamente cualificados: es fundamental que puedan ejercer su labor en condiciones laborales dignas, con estabilidad y acceso a formación continua de calidad.
No se puede hablar de una protección integral de la infancia mientras se sostienen estructuras laborales que precarizan, agotan y desmotivan a quienes están encargados de cuidar, acompañar y proteger a los menores más vulnerables. Es urgente denunciar con contundencia aquellas prácticas institucionales que, lejos de favorecer el fortalecimiento de equipos técnicos estables y formados, fomentan la rotación constante, la ausencia de acompañamiento profesional y el uso del despido durante el periodo de prueba como herramienta sistemática para prescindir de personal con total impunidad.
La evolución de la protección infantil: ¿por qué es necesario actualizarse?
En el campo de la protección infantil, los contextos sociales y culturales están en constante transformación. El concepto de “protección infantil” no es estático; cambia conforme a las nuevas realidades sociales, a los avances en psicología infantil, y a la comprensión más profunda de los derechos humanos. Por ejemplo, las normativas internacionales, como la Convención sobre los Derechos del Niño de la ONU, han ido evolucionando, lo que ha supuesto un ajuste en las políticas y leyes nacionales. Los profesionales de este sector deben mantenerse al día con estos cambios para garantizar que sus intervenciones sean legales y eficaces.
Además, con el aumento de situaciones de violencia, abuso, explotación infantil y vulnerabilidad social, los equipos profesionales deben estar equipados no solo con conocimientos sobre el marco legal y las políticas públicas, sino también con herramientas prácticas y empáticas que les permitan abordar de manera adecuada las realidades complejas y diversas de los menores a su cargo. Esta formación ha de permitir a los y las profesionales integrar la perspectiva de género, el enfoque basado en derechos humanos, la comprensión profunda del desarrollo psico emocional infantil y juvenil, y metodologías de intervención sistémica con familias.
Además, no puede desligarse del cuidado institucional de los propios equipos: para que la formación sea efectiva, debe enmarcarse en un entorno organizativo que la promueva, la financie, la valore y la integre como parte del proyecto técnico de atención. La formación no puede sustituir a condiciones laborales dignas ni funcionar como cortina de humo que encubra prácticas organizacionales negligentes.
El buen trato laboral como base de toda intervención ética
Hablar de buen trato hacia la infancia implica también asumir el compromiso con el buen trato hacia los equipos técnicos que la atienden. Profesionales expuestos a la sobrecarga emocional, sin espacios de supervisión, sin oportunidades reales de desarrollo profesional o bajo la constante amenaza de inestabilidad contractual, difícilmente podrán acompañar procesos terapéuticos, socioeducativos o familiares con la calidad y la calidez que estos requieren.
La consolidación de equipos técnicos estables, cohesionados y acompañados no solo mejora la calidad de las intervenciones, sino que genera confianza, sentido de pertenencia y una ética profesional sólida. Por el contrario, la alta rotación, la inestabilidad contractual y la instrumentalización del periodo de prueba como estrategia de desgaste, destruyen el tejido profesional necesario para sostener la intervención social.
La formación como herramienta de prevención
Una de las mayores ventajas de la formación continua es que no solo responde a necesidades del momento, sino que actúa como herramienta preventiva. Los profesionales bien formados están más capacitados para detectar situaciones de riesgo antes de que estas se conviertan en situaciones de maltrato o abandono. La detección precoz de señales de abuso, negligencia o explotación es esencial para prevenir daños mayores a los menores y protegerlos desde etapas tempranas.
Además, la formación continua también ayuda a mejorar la sensibilidad cultural y a adaptarse a las necesidades de grupos diversos, especialmente en un contexto globalizado como el actual. Las intervenciones deben ser sensibles a las diferencias culturales, religiosas o de origen, lo que requiere que los profesionales tengan una formación en diversidad y respeto por los derechos humanos.
Desafíos en la implementación de la formación continua
A pesar de su importancia, existen varios desafíos en la implementación efectiva de la formación continua para los profesionales del sector. En primer lugar, la falta de interés en muchas entidades del tercer sector impide que los profesionales puedan acceder a programas de formación de calidad. La capacitación continua a menudo requiere una inversión significativa en tiempo y dinero, algo que no siempre es viable para todos los involucrados en el sector.
Además, la rotación de personal puede ser otro obstáculo. En sectores con altas tasas de rotación, como es común en los servicios sociales, muchos profesionales se ven obligados a abandonar el sector antes de haber podido beneficiarse de programas de formación continua. Esto genera una falta de especialización y conocimiento a largo plazo que impacta negativamente en la calidad de las intervenciones.
La responsabilidad institucional: más allá del discurso
Resulta imprescindible que los marcos de gestión, tanto públicos como del tercer sector, asuman la responsabilidad de garantizar condiciones de trabajo dignas, continuidad profesional y procesos formativos estructurados. La calidad de la atención no puede seguir dependiendo del compromiso individual de profesionales desbordados, sino que debe sustentarse en estructuras organizativas que prioricen el cuidado mutuo, la estabilidad y la ética del trabajo social.
Exigir profesionalidad sin ofrecer condiciones laborales adecuadas no solo es incoherente: es profundamente injusto. Y lo que es peor, tiene consecuencias directas en la vida de niños, niñas y adolescentes que requieren acompañamientos seguros, sostenidos y de calidad. No hay intervención eficaz posible en contextos marcados por el maltrato institucional hacia quienes trabajan en primera línea.
El reto hacia una protección integral
El reto que se presenta ante la formación continua en el ámbito de la protección infantil es amplio y multifacético, pero esencial para garantizar una intervención eficaz y respetuosa con los derechos de los niños, las niñas y adolescentes. Una formación continua que no solo responda a los cambios legales, sino que también permita a los profesionales adquirir herramientas prácticas y de sensibilidad hacia las realidades diversas que enfrentan los menores.
El desafío radica en asegurar que todos los profesionales del sector puedan acceder a programas de formación actualizados y pertinentes, con un enfoque integral y multidisciplinario. Solo así podremos garantizar una verdadera protección de la infancia, un sector profesional capaz de adaptarse a los tiempos y un futuro más prometedor para nuestros niños y niñas.