Canarias Ahora Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Los obispos se erigen en oposición al Gobierno tras dos décadas
Franco, ese ‘bro’: cómo abordar en clase la banalización de la dictadura
Opinión - 'El cuento de hadas del franquismo', por Rosa María Artal

Esto no es otro ‘post’ banal sobre salud mental

0

Escribo lento porque pienso lento. Y actúo lento, dando brazadas en una gelatina de malestar, incertidumbre y preocupaciones. No soy el único, la vida se sublima de golpe con sus reveses; otrora era un mar liviano en el que flotar como una pluma de guincho a la deriva, ahora se vuelve pesada sustancia en la que boqueamos para mantener nuestra supervivencia y no hundirnos como un cascote.

En eso nos convertimos a veces, en cascotes, fragmentos rotos de un derrumbe que se hunde en las profundidades.

El otro día vi la entrevista que Jordi Évole le hizo al exjugador (y ahora de nuevo jugador) de baloncesto Ricky Rubio. Dicha entrevista dio que hablar en RRSS y periódicos; organizaciones en defensa de la salud mental la recomendaban en LinkedIn. El motivo no era otro que el de abrirse al entrevistador y a los telespectadores y hablar sobre su crisis de salud psíquica. Nada nuevo. Desde Simone Biles, personas que se dedican a deportes de alta competición, famosos, influencers, actores e incluso cómicos hablan de cómo cayeron en estados donde la mente se resquebraja y acabas derrumbándote; hecho cascotes.

Nada nuevo, digo, porque la salud mental, esa expresión cómoda e individual, o, mejor dicho, hablar de ella, dejó de ser un tabú. Y es algo estupendo, en los años 80 hablar sobre si tenías SIDA era un tabú, un estigma incluso. Las enfermedades y sus causas o consecuencias sociales han sido sometidas al silenciamiento en según que épocas. En tiempos de la Biblia la lepra te condenaba al ostracismo y al aislamiento. Provocaba terror. Lo mismo que la Peste Negra, ejemplo de los mecanismos del chivo expiatorio. La ignorancia hace daño, lo que se desconoce se teme, lo que se teme se acaba odiando.

Y los trastornos de salud mental son la nueva enfermedad de moda, entiéndase lo que digo, la exposición de la salud mental y su reconocimiento público. Hubo tiempos dónde no se conocía y el que padecía algún trastorno mental grave se le encerraba o se le apartaba (o se le metía una descarga eléctrica), y el que sufría ansiedad o depresión -sin saber aún qué eran esas enfermedades-, era un melancólico o un flojo; un elemento raro y susceptible para la buena sociedad. El caso de la histeria en las mujeres, un ejemplo magnífico sobre opresión patriarcal y desconocimiento científico o un caso de mansplaining embadurnado con la dudosa ciencia del psicoanálisis (el gran filósofo y vehemente realista científico Mario Bunge en su clásico Seudociencia e Ideología ya nos hizo ver hace décadas que el psicoanálisis caía del lado de la segunda).

Todo esto lo llevo pensando desde que tuve oportunidad de ver la mencionada entrevista a Ricky Rubio. Y porque aún estoy bajo los efectos de la estupenda novela de Daniel Jiménez El incidente (un relato de investigación autoficcional sobre salud mental e internamientos en unidad de agudos psiquiátricos vivido en carne propia y en otras) y el ensayo Malestamos, de Javier Padilla y Marta Carmona, en el que clarifican desde una posición crítica que conceptos como “salud mental”, depresión, ansiedad… son síntomas del malestar colectivo de nuestras sociedades neoliberales, incapaces de dotarnos de un margen de futuro para una vida colectiva mejor; lo digo de otra forma: el malestar emocional es el malestar de una sociedad que ya no provee y un Estado que no protege.

La novela de Daniel Jiménez me costó leerla, se me hacía bola muchas veces por lo que relataba y porque, en parte, he pasado por situaciones similares y estoy atravesando un proceso de recuperación. No, no voy a caer en la pornografía emocional tan de moda de decir “padezco un trastorno mental”. Sí, lo tengo, punto. Me dan entre vergüenza ajena e indignación las publicaciones sobre personas que están atravesando por un momento de fatiga, estrés, depresión en Facebook e incluso LinkedIn (se ve que ayuda al branding personal aclarar que tienes depresión o ansiedad y que decides bajarte de la rueda del hámster un poco, pero tranquilas empresas y headhunters, pondré todo mi esfuerzo y mi acto de individualísima voluntad para volver a subirme y seguir dando lo mejor de mí y más). Sin darse cuenta, lo que les ocurre es que están cansados, quemados, autoexplotados, sobrepasados por el rendimiento.

Y esto es precisamente lo que no me une a la hermandad de los exhibicionistas de la salud mental: pasar del tabú de la enfermedad a la banalización sin el cuestionamiento político y social del malestar. Esto sí que en LinkedIn no molaría ponerlo, el capitalismo emocional no legitimaría esos arrebatos de lucidez, arañazos leves de un cómodo antisistema como lo puedo ser yo.

Hay muchos Ricky Rubio, el deporte profesional es un campo de exigencia competitiva y de productivismo exacerbado. El propio jugador lo deja entrever en la entrevista con Évole. No dejan de ser un epítome extenuado del sujeto de rendimiento moderno. El problema es que no todas las personas deciden someterse a esa presión; simplemente no les queda más remedio, porque la cancha de ese juego de alto nivel se ha expandido hasta el sofá de tu casa, pasando obviamente por tu oficina y tus relaciones.

Y aquí aparece esa banalización que tan bien expresa Jiménez en la novela: “Del trasvase de la nomenclatura psiquiátrica a la cultura popular, de la banalización y de la mercantilización de la salud mental”. Sí, una salud mercantilizada en falta de servicios sanitarios públicos adecuados y como nuevo filón para vender libros, generar seguidores y mantener las cosas como están. No se puede ser depresivo y ser un rojeras, claro. Al final, el foco se sigue poniendo en el individuo, sujeto y actor de su propia sanación y por ende de su propio malestar – aquí quiero aclarar que no hablo de trastornos agudos psiquiátricos-. Un malestar que no esté politizado, no cuestiona que el sufrimiento humano puede ser colectivo en un orden social que cercena toda capacidad de proyecto vital para muchos. Esto lo explican de manera clara, contundente, como un gancho de izquierdas en la mandíbula del propio paradigma sanitario Padilla y Carmona en su ensayo.

Sin cambiar las cosas, sin acción sindical que frene los desmanes de patronales que se quejan porque tengas que cogerte una baja, sin seguir reconociendo que los cuidados reproductivos siguen recayendo mayoritariamente sobre las mujeres, sin condiciones dignas de vida y trabajo. En fin, sin un replanteamiento colectivo de este orden social neoliberal depredador de naturaleza y personas, hablar de salud mental me seguirá pareciendo una bufonada para la corte de los que como bien cantaba La Polla Records en uno de sus himnos “ellos dicen mierda y nosotros amén”.