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El réquiem

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Después de su estreno en París, nuestro Camile Saint-Saëns dijo aquello de que ese año no se iba de vacaciones para así poder seguir poniendo verde a la ópera de Debussy, Pelléas et Mélisande. Pues al menos así lo siento yo, las crónicas del foro y el concierto catalán obligan a esperar a las vacaciones.

Siempre se dijo que el mejor síntoma de prosperidad de alguien era su falta de memoria. Repasamos la memoria de unos y de otros. A la derecha conviene recordarle que en 1986 en Castilla y León fue procesado su presidente socialista, Demetrio Madrid, y por eso dimitió. Una cuestión de orden laboral. En 1990 una sentencia no dijo esto de falta de pruebas ni de inconsistencia de la actuado, nada de caducidades, sino que absolvió rotundamente al ya entonces expresidente en clave laudatoria; no solo no había cometido delito, sino que se había comportado de forma totalmente correcta incluso plausible. En 1993, el Tribunal Supremo confirmó la sentencia, pero ya se había colado en esa comunidad autónoma Jose María Aznar que después ya saben que hizo cosas bien y vino cargado de extraños equipajes, pues trajo en sus dos alforjas a Rato y a Montoro.

En 1990 esa derecha intenta certificar el fin de los 100 años de honradez del PSOE y lo hizo a cuenta del caso Juan Guerra, que resultó ser tan solo un delito fiscal, nada que ver con la corrupción. En la sentencia del caso, los dos votos a favor hablaron de una instrucción inquisitorial y cuasi demoniaca. No sé si perseguían sombras o cazaban brujas. En las filas del periódico del gobierno, Javier Pradera, el disco duro de la transición, según Felipe González, editorializaba para abrir un melón doctrinario. No estaba de acuerdo Pradera con esperar a la sentencia firme para depurar responsabilidades en la forma como lo argumentaba Alfonso Guerra.

Vivimos para alimentar una tensión obligada entre dos certezas; se dice que el imputado debe alejarse al estarle permitido mentir y con derecho a hacerlo incluso en la órbita política. Condenamos a los inocentes.

En la izquierda también hay falta de memoria y además un agujero negro de ensimismamiento. Un resto de resiliencia que no es resignación sino confianza en que el futuro puede ser diferente. Diferente en Gaza y diferente en la decadente Pastoral europea, que se arrodilla ante el chantajista desorejado americano y enseña su espalda a los niños gazatíes. Hacer examen de conciencia demasiado pronto es solo peor que no hacerlo demasiado tarde.

La imagen que tenemos unos sobre los otros son capas de incomprensión. O somos tan tontos como lo que nuestra fama requiere, o estamos leyendo una novela, a clef, ya saben, para entenderla hay que conocer una clave que no se encuentra en la novela.

Parece que a Sánchez le ha llegado la hora del diablo. Debe aguantar en el caso del fiscal general del Estado, por si de una instrucción inquisitorial y cuasi demoniaca se tratara, pero no debe seguir con el concierto privilegio catalán. Ni IRPF ni leches porque entonces hay que oír a Sancho decirle a Don Quijote, para esto, lo mismo hubiera logrado quedándome en casa. Pedro Sánchez es el conde de Romanones que dijo: “Cuando yo diga nunca, tu escucha por el momento”. Así lo espero.

Yo también quiero una gran coalición. De esta forma la izquierda se ocupa de su gente y la derecha de su gente. Es lo que quiere el coro español que canta el papel del pueblo. Fuera del coro solo hay corifeos. Un corifeo bufo es la voz de los obispos. Otros corifeos son ridículos como Puigdemont. Escucho un Réquiem, pero no es el Réquiem de Mozart dedicado a los muertos sino el Réquiem alemán de Brahms dedicado a los vivos. Esa es la clave de la novela, ya nos hartamos, no hay verdades, solo emociones y las emociones no se negocian. Por tanto, partan el pastel y escuchen el Réquiem por una forma de hacer política del gobierno y de la oposición.