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“Nada dos veces”

13 de abril de 2025 10:14 h

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“Quien quiera que sepa dónde está la compasión, esa ilusión del alma, ¡que avise por favor!” Esto viene a decir el comienzo del poema Anuncios por palabras, de la gran poeta polaca WiÅ‚awa Szymborska, premio Nobel en 1996, a la que, confieso, descubrí hace nada, nada dos veces; apenas llevo tres días de fascinación lectora bajo la envergadura de su halo poético.

He de dar las gracias. Sí, aunque debí haberla descubierto años ha —cosas de mis colegas, que me la han regalado justo ahora, ¡ya se les hubiera podido ocurrir antes!-. Así suceden los hechos, misteriosamente oportunos, o será la causalidad. Aunque igualmente misteriosa puede ser esa relación. Porque este poema de la escritora polaca ha llegado a mis manos para consolarme de una desazón, de un impacto. A veces las palabras son como sombras proyectadas de personas que, pese a no estar, están. La poesía tiene ese efecto en mí, como los abrazos que se quedaron pegados en la piel un día de cumpleaños, por ejemplo.

Ayer, en una red de inmensos agujeros, vi una imagen que alguien envió de una mini chabola inundada en un barranco por las recientes lluvias en el sur de esta isla, una de tantas burbujas del Atlántico, donde, según la tradición mítica grecolatina, habitaban héroes y dioses con los mortales que lo habían merecido. En esta isla hoy, con sus hoteles de lujo que invaden espacios públicos impunemente; con sus proyectados Circuitos del Motor sin base legal; con sus urbanizaciones comiéndose, desesperadas, las montañas, cuando ya no quedan solares libres en el plato; con sus Cuna del Alma sin viborina triste, triste sin su cuna natural, ni manto ni arrullo; con sus altivos edificios, cortinas kilométricas, que nos impiden ver el mar con sus playas, y la mar con sus barquitos pesqueros; en esta isla son demasiados los que se han creído lo de ser dioses.

Sí, en esta isla feliz de la macaronesia (del griego makáron=de los felices y nêsoi=islas) se encontraba  la chabola de la imagen citada, elaborada con palés. El suelo, otro palé, y sobre este, una esterilla para dormir. El espacio interior de la chabola era justo el del paupérrimo lecho. Quien fuera la persona dueña debía dejar sus pies fuera, bajo el firmamento, y entrar como gata temerosa. Tan escaso era su hábitat, tan sin 'nada', como un simple “no molestaré, lo juro”, como un “perdón, me hago a un ladito”, como un “disculpen, señores con casa y jardín, prometo no hacer ruido”.

Pues, pese al realismo dramático de la imagen, quien la envió le adjuntó un mensaje, que por su crudeza no citaré textualmente, pero del tipo: “parece que al insecto se le empapó el trasero, jaja”. Han sido muchos los mensajes de odio de esta clase en las redes después de las lluvias. Son tiempos de acampadas, en que acampa también a sus anchas la aporofobia en amplios espacios virtuales.

Quienquiera que lea este tipo de cosas, con un mínimo de compasión por otro ser, que hable, que no calle, que lo baile, que lo cante, que lo escriba, que lo luche, porque somos servidores.../y así tenemos que aprender a ser —decía también otro poeta interestelar recientemente regalado—; que los días pueden convertirse en noches sin estrellas. Que, si no reaccionamos, podrá suceder La Noche, viuda del Día.

de la compasión (fantasía del alma),

-¡que avise! ¡que avise!

Que lo cante a voz en grito

y baile como si perdiera la razón,

jubiloso bajo el frágil sauce

eternamente a punto de romper en llanto>>

Aun con temor, mantengo la esperanza y, deseando que sean proféticos tus otros versos Nada sucede dos veces, te doy las gracias, WisÅ‚awa, a ti y a mis amigas y amigos por el abrazo literal y literario.