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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Convivir con la transfobia a los cinco años: “Si no hay apoyo familiar, hay soledad y rechazo a la propia identidad”

Natalia G. Vargas

Las Palmas de Gran Canaria —

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Durante el confinamiento, Lucía (nombre ficticio), de cinco años, decidió enviar un vídeo a todos sus compañeros y compañeras de clase para decirles que ese sería, a partir de ahora, el nombre con el que quería que se dirigieran a ella. “¿Qué importa que tu nombre sea diferente? Tu corazón sigue siendo el mismo”, le respondieron. La reacción de su abuelo, con el que convive, no fue la misma cuando los padres de Lucía explicaron a la familia que era una menor trans. “Antes incluso la insultaba a ella de forma directa, pero le advertimos que si teníamos que llamar a la Policía, lo íbamos a hacer”, cuenta su madre en una conversación con este medio. Para la psicóloga del colectivo Gamá de Gran Canaria, María José Hinojosa, el apoyo familiar es el elemento clave para ganar autoestima y empoderarse. Las secuelas de crecer en un entorno donde impera la lgtbifobia se perciben cuando la persona es ya adulta, ya que durante su infancia se reprimen. “No vienen a consulta porque para atender a un menor debe estar acompañado por sus responsables legales”, explica Hinojosa. 

Los sentimientos de absoluta soledad, incomprensión, depresión, ansiedad y estrés son las principales consecuencias. A esto se suma la sensación de que el mundo es totalmente hostil, el aislamiento social y la percepción de rechazo hacia sí mismos. “Cuando no tienes el apoyo de los tuyos, piensas que tu identidad no es algo digno, y puedes llegar a censurarla y a reprimirla”, comenta la psicóloga. Por ello, se dan casos de intentos de autolisis y de suicidio. El padre y la madre de Lucía han huído de esto y desde el comienzo dejaron a la niña expresar su identidad de forma libre. Ya con dos años, decía que quería ser enfermera. Su hermano mellizo, extrañado, le respondía que “era un niño” y que tenía que elegir otra profesión. Pero su madre intervino rápido: “Les explicaba que podían ser lo que quisieran”.

A los tres años, ella comenzó a verbalizar que era una niña. María José Hinojosa señala que una de las formas más frecuentes que tienen los menores de expresar cómo se sienten se da mediante el uso de los pronombres para referirse a sí mismos. La madre de Lucía recuerda cómo en diciembre de 2019 su hija le pidió que para su boda le dejara ponerse su vestido de novia: “Pero entonces tendrás que quitarme esto (haciendo referencia al pene), porque por aquí no puedo tener a mis hijos”. Primero fue a la pediatra para que me orientara. La doctora activó el protocolo de atención a personas trans del Gobierno de Canarias, la derivó al endocrino en el Hospital Materno Infantil de Gran Canaria y le recomendó que acudiera a una asociación. Una semana antes de que se declarara el estado de alarma para contener la propagación de la COVID-19, la familia fue a Gamá. “¿Seguro que no te importa que sea una niña? ¿No vas a llorar?”, le preguntó Lucía a su madre. Cuando ella le respondió que fuera lo que sintiera, la menor sintió como se le quitaba un peso de encima. “Los enfados y las frustraciones que tenía a veces ya no los tiene. Hay otras madres que me han dicho que tuvieron la sensación de que cuando sus hijos comenzaron el tránsito, sintieron que moría uno y nacía otro. Pero yo no lo siento así”.

La psicóloga de Gamá recuerda que una de las grandes luchas a las que se enfrenta la asociación en lo que respecta a los menores está relacionada con la discrepancia entre los progenitores. En ese caso, la situación se lleva a la Justicia que, según el Protocolo, debe velar siempre por el interés y los derechos de los niños y niñas. “La negativa de padres o tutores a autorizar el tratamiento transexualizador podrá ser recurrida ante la autoridad judicial, que atenderá en último caso al criterio del beneficio del menor”. Una cita recogida en el documento canario recuerda que no aceptar la identidad de género de un menor en la infancia o la adolescencia es otro tipo de maltrato infantil. “Hay que tener en cuenta que al intervenir con menores no se toma ninguna decisión irreversible”, matiza el texto.

Cuando los menores no tienen el apoyo de sus progenitores, pero sí de algún familiar como un tío o una tía, tampoco pueden ir a consulta, ya que deben ir acompañados de responsables legales. Cuando cumplen 16, sí pueden ir solos a un profesional de la Psicología o del Trabajo Social, pero para hormonarse o someterse a una cirugía de reasignación tendrían que contar con la autorización expresa de sus responsables.

Otra de las etapas más complejas para los menores trans es la pubertad, momento en el que el cuerpo comienza a desarrollar una identidad que no sienten como propia. “Provoca mucha angustia. Los chicos ocultan el pecho o visten con ropa muy holgada. Las chicas sienten mucho rechazo cuando tienen erecciones involuntarias y esconden el pene poniéndose hasta dos y tres calzoncillos. El vello facial es algo que también detestan, como la voz o que se note la nuez”. El momento en el que los adolescentes comienzan a tener acercamientos afectivo-sexuales también se vuelve difícil.  

Hacer de la escuela un espacio seguro 

Lucía no ha tenido problemas en la escuela. A pesar de que, con motivo del parón provocado por la pandemia, no han podido modificar su nombre en la documentación del centro, tanto la directora como sus docentes hacen referencia a ella con su nombre sentido y no el registral. Uno de los episodios difíciles que la menor vivió en el colegio tuvo lugar en las fiestas de Carnaval, cuando separaron al grupo en niños y niñas para sacarles fotos. “La maestra me comentó que no había querido salir en la imagen, pero luego salió y en casa nos insistió en que no le gustaba”, cuenta su madre. 

Que el lugar de estudios sea percibido por los menores como un espacio seguro es determinante. Si se elimina el nombre registral, no hay transfobia, hay sensibilidad y respeto “mejora el rendimiento académico, la concentración y la socialización”. Si no, comienza el rechazo a ir al instituto o al colegio porque no se sienten cómodos ni respetados en su identidad. La psicóloga aplaude la existencia de un protocolo en el sector educativo de Canarias, al menos en el caso de los centros públicos y concertados. En los espacios donde no hay alumnado en tránsito, la asociación imparte cursos de formación y de asesoramiento. Una de las tareas pendientes es la posibilidad de utilizar el aseo acorde a la identidad sentida por la persona. “Hay muy pocos colegios donde los baños no estén diferenciados por sexos”, apunta Hinojosa. Lo mismo sucede con el uso de uniformes. En este sentido, la especialista sostiene la importancia de la familia y la necesidad de una lucha estructural por la diversidad. “La intolerancia es transversal, porque vivimos en una sociedad machista y heterosexista, donde todo lo que difiera de la idea de hombre, masculino y con pene o mujer femenina y con vagina es rechazado”. 

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