La falta severa de vitamina D, el riesgo desapercibido del volcán para la salud de los palmeros

Iván Suárez

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Afecciones respiratorias, alteraciones psicológicas o irritaciones oculares y cutáneas son los daños más visibles que la erupción volcánica está infligiendo a la salud de la población de La Palma. Los riesgos son ya conocidos. A la liberación de gases nocivos y de fragmentos de roca de diferentes tamaños desde las fuentes de emisión, la combustión de los plásticos de los invernaderos arrasados por las coladas o las humaredas con sustancias tóxicas cuando la lava entra en contacto con el agua de océano se le une el impacto emocional de una catástrofe natural que se ha llevado por delante casas, fincas, negocios y barrios enteros. 

Dos expertos advierten de que hay otro riesgo soterrado, que pasa desapercibido, pero que puede ocasionar un importante problema de salud pública. José Manuel Quesada, endocrinólogo vinculado con la Universidad de Córdoba, y Manuel Sosa, catedrático de Medicina de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, han puesto el foco sobre el efecto que la erupción del volcán de Cumbre Vieja puede tener sobre la llamada epidemia silenciosa, sobre la falta de vitamina D, una deficiencia que se asocia con “un sinfín” de patologías óseas, musculares, infecciosas, metabólicas, cardiovasculares o autoinmunes. 

Desde que entrara en erupción el volcán, los palmeros han tenido que pasar más tiempo dentro de viviendas

Quesada explica que el organismo obtiene entre un 80 y un 90% de la mal llamada vitamina D –realmente es una hormona, pero se sigue denominando de esta forma por razones históricas– a través de la piel, de la exposición directa a la luz del sol. Y es ahí donde radica el problema. Los especialistas sostienen que hay dos factores que pueden estar contribuyendo a una “deficiencia severa” en la población palmera de esta vitamina que, en niveles adecuados, contribuye al buen funcionamiento de los órganos y, por tanto, a la prevención de enfermedades o a su mejor evolución clínica, ya que refuerza el sistema inmunológico.

El primero es la contaminación natural. Los gases tóxicos que libera el volcán, particularmente el dióxido de azufre, pero también el dióxido de carbono o el dióxido de nitrógeno, “alteran la intensidad de la radiación solar en la atmósfera”. Los rayos de longitud de onda más corta (UVB) son los que sintetizan el colecalciferol, “el precursor final de la hormona”, y los que resultan más afectados por esta reducción. En cambio, el efecto es mínimo sobre la denominada luz ultravioleta A (UVA), que “degrada la vitamina D en la piel”. También las partículas de pequeño tamaño en suspensión tienen “un gran poder de atenuación” de la radiación solar. Ello hace que la cantidad que llega a la superficie “sea muy baja, un 20% de lo habitual” y que, en consecuencia, la absorción de vitamina D se resienta notablemente en episodios como el que atraviesa La Palma desde septiembre. 

A este “efecto difuminador” provocado por los contaminantes ambientales que bloquean los rayos UVB se le suma otro condicionante: la limitación de la vida en el exterior y el uso de materiales de protección. Desde que entrara en erupción el volcán, los palmeros han tenido que pasar más tiempo dentro de viviendas, ya sea por las órdenes de confinamiento de determinados núcleos poblacionales cuando empeora la calidad del aire, o por las recomendaciones de las autoridades de evitar las salidas en la medida de lo posible para limitar, por ejemplo, la exposición a las cenizas. Además, el uso de gafas o máscaras protectoras y de mascarillas FFP2 “hacen que el acceso de los rayos ultravioleta a la piel sea prácticamente imposible” y con ello, se evita la síntesis de la vitamina D. 

“Después de cerca de 80 días sometidos a esas circunstancias, el riesgo de que la población de La Palma tenga una deficiencia severa de vitamina D debe aproximarse al 100%, sobre todo en los lugares de la isla más cercanos a las erupciones”, sostienen Quesada y Sosa, que remarcan que “coger sol detrás de una ventana no es suficiente para la formación cutánea de esta hormona”. Los expertos recuerdan que es un problema “subclínico, silente, que no se ve” y que las deficiencias “de fondo” que se manifiestan en estudios realizados con anterioridad en Canarias pueden agravarse con la erupción. “Con el paso del tiempo, este riesgo aumentará y a largo plazo podría tener consecuencias perjudiciales para la salud, con aumento del riesgo de infecciones, sobre todo respiratorias, osteoporosis o caídas”. 

Para Quesada, no se trata de “asustar” a la población sobre este riesgo, pero sí de “verbalizar el problema y hacerlo visible”. Al igual que Sosa, sugiere que se realice un estudio preliminar como cribado de un grupo de habitantes de la zona afectada y, de confirmarse la hipótesis sobre el déficit de vitamina D, se indique tratamiento de suplementación a las personas que lo precisen. El endocrinólogo explica que entre el 10 y el 20% de la hormona se obtiene a través de los alimentos y que para poder compensar la falta de exposición a la luz del sol, para poder llegar a los niveles adecuados, habría que ingerir una dieta “muy excéntrica”, con elevados consumos, por ejemplo, de pescado azul. 

Quesada alude a un estudio epidemiológico liderado por el actual rector de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Lluís Serra–Majem, que concluye que la aportación de vitamina D a través de los alimentos de ingesta habitual es muy limitada. Los especialistas recalcan que, por ello, es necesaria la intervención de Salud Pública para garantizar, a través de suplementos vitamínicos, niveles séricos adecuados entre la población afectada. 

Un problema silente

“Es un problema que no da la cara. Cuando tienes el azúcar alto, hay una sintomatología, una clínica. Esto pasa desapercibido. Va teniendo efectos sobre los huesos, los hace más frágiles, con mayor tendencia a romperse, También sobre los músculos, que son más flojos. Desde hace tiempo sabemos que tener buenos niveles de vitamina D tiene un efecto muy importante para ayudarnos a defendernos de las infecciones”, expone el endocrinólogo. Esta relevancia se ha puesto de manifiesto con la pandemia de Covid–19. Estudios hospitalarios han asociado una mejor evolución clínica y una menor mortalidad de la enfermedad en aquellos pacientes que tienen mayores niveles de vitamina D en la sangre. 

“Al igual que ocurre con todas las demás patologías, la vitamina D no debe considerarse como un tratamiento, sino que tener buenos niveles séricos es una forma de contribuir al mejor funcionamiento de todos los órganos y sistemas, entre ellos la inmunidad”. Quesada explica que se ha observado que si esta deficiencia intensa de la hormona se prolonga en el tiempo ocasiona “graves repercusiones”. En un principio, se vinculaba tan solo a la pérdida de densidad ósea, al riesgo de raquitismo en los niños y de osteomalacia u osteoporosis en los adultos. Con el tiempo, el conocimiento sobre la materia se ha ido ampliando y se han publicado estudios que relacionan la falta de vitamina D con el deterioro de la fuerza muscular, enfermedades metabólicas, cardiovasculares, autoinmunes e infecciosas.

Los valores se miden a partir del examen de 25-hidroxivitamina D, la forma en la que se transforma la hormona en el torrente sanguíneo. Quesada sostiene que unos niveles de este indicador inferiores a los 30 nanogramos por mililitro ya revelan una deficiencia. “Espontáneamente, puede afectar a entre el 40 o el 50%” de la población si se marca en esa cifra el punto de corte, precisa el endocrinólogo, que alude a otro estudio realizado por su compañero Manuel Sosa, responsable de la Unidad Metabólica Ósea del Hospital Insular de Gran Canaria, que detectaba carencias de esta hormona en torno al 70% de los estudiantes universitarios de Medicina que participaron en la investigación. 

El volcán Krakatoa y el raquitismo

El experto vinculado a la Universidad de Córdoba, que lleva cinco décadas investigando sobre la vitamina D, señala que en la actualidad La Palma es “el paradigma de la contaminación” y que, por esa razón, hay que vigilar de cerca las carencias de vitamina D. Quesada recuerda que fue precisamente una erupción volcánica, la que tuvo lugar en la isla indonesia de Krakatoa en 1883, la que “comenzó a enseñar” las repercusiones de la falta de sol en el desarrollo de enfermedades como el raquitismo. “La explosión provocó un tsunami y el polvo, los gases y las cenizas proyectadas a la alta atmósfera formaron en tan solo tres días una pantalla, refractando la luz solar de prácticamente la totalidad del planeta, provocando una atenuación de la luz en el cielo” que se prolongó durante años.

“La consecuencia del aumento de casos de raquitismo en esa década en todo el mundo, pero especialmente en el Reino Unido, derivada de esa magna erupción volcánica hizo que se describiera la asociación de la falta de irradiación solar con el raquitismo por parte del doctor Theobald Palm, precursor en el conocimiento del sistema endocrino de la vitamina D”, concluye Quesada.