Las nuevas coladas del volcán de La Palma obligan a los vecinos de La Laguna a vaciar sus casas

Una especie de calma fingida afecta a La Laguna, en el municipio de Los Llanos, dividido en dos desde que estalló la erupción del volcán de Cumbre Vieja el pasado 19 de septiembre. Las campanas de la iglesia, localizada justo en el corte hacia la zona cero, parecen augurar un mal presagio. Con la mano en el pecho y los ojos llenos de lágrimas, Jorge González, un palmero de este barrio, observa junto a sus vecinos el avance de los ríos de lava hacia su pueblo. A cinco minutos en coche del cierre policial está su casa, en la que ha vivido durante sus 56 años y la que heredó de su madre. “Más que una herencia, esa casa es mi legado”, confiesa Jorge.

Como Jorge, los laguneros que aún duermen en sus casas miran con temor el destino de sus vecinos. Durante la noche de este viernes, 8 de octubre, parte del cono volcánico se derrumbó, según informó uno de los miembros del Instituto Volcanológico de Canarias (Involcan), Itahiza Domínguez. Esta caída parcial ha supuesto que las coladas salten en todas las direcciones. Nuevas áreas, dentro de la zona cero, han sido destruidas. Frente al bar Central, un local típico del pueblo, se agolpan en la acera seis vecinos que conversan sobre los posibles destinos de la lava. Allí uno de ellos confiesa que no piensa llorar si el volcán se lleva la vivienda que tiene en Todoque. “Veo tanto dolor alrededor que no me echo a llorar, aunque se la lleve, no me echo a llorar”.

Las calles están llenas de ceniza, una imagen frecuente en La Palma en las últimas tres semanas. La plaza de la iglesia tiene una ofrenda dibujada en el suelo y en medio del caos una familia sale a la calle después de celebrar el bautizo de su hija de 2 años. “Hemos escogido este día porque era la fecha que teníamos asignada y no podíamos esperar”, justifica la abuela del bebé. Su padre ayuda a la mujer a bajar los escalones, mientras sostiene con la otra mano la vela blanca propia del bautismo. De misa también salen cuatro mujeres mayores que comentan entre ellas los cauces del volcán.

En el cordón policial está Víctor con un coche esperando para recoger las pertenencias que le quedan en su vivienda de alquiler. El joven palmero de 19 años ha sacado tiempo después de estar toda la semana trabajando de sol a sol en la recogida de plátano. Víctor estudiaba en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) un grado en Educación Física, pero abandonó la carrera durante la pandemia para ganar dinero trabajando en el sector de la fruta. Ahora, escoltado por agentes de la Policía Portuaria, saca de su casa todo lo que puede. Víctor lo lanza todo entre el maletero y la parte trasera de su coche. Ropa, comida, documentación y una batidora fueron los enseres que le quedaban por rescatar de su vivienda.

Hace siete días, los bomberos de La Palma y de Gran Canaria, junto a agentes de la Guardia Civil, vaciaron la gasolinera de La Laguna, justo en el corte entre desalojados y no desalojados como medida se tomó como prevención.

En las zonas de alrededor del barrio de La Laguna, hace tres semanas que los vecinos se alternan para poder acceder a recoger lo que pueden. Otros, condicionados por el criterio del volcán, sacan de casa fotografías, coches o trofeos como recuerdos ante la posible llegada de la colada. Mientras, salen furgonetas y pick-ups llenas de colchones o neveras, una imagen repetida en los últimos veinte días, Miguel habla por teléfono con la Universidad de Toledo sobre unos documentos de su hija. Allí afuera, entre el presente de unos y el futuro de otros, el tiempo sigue pasando.