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Avanzando en silencio

Detrás de la barra del bar apenas queda espacio para albergar muchas esperanzas. La jornada solo deja monotonías, rudimentos absurdos del que repite la secuencia una y otra vez. Misma luz, mismos elementos, idéntico proceder. La mecánica es la directriz desde la que ejecutar la tarea con fría cotidianidad. Más allá del quehacer solo queda hueco para el olfato, para entender que lo extinguible ya yace y muere sin remedio. Son más de las doce, no hay tiempo para más.

Sin oportunidad al recambio, la noche absorbe todo lo acontecible. Nada escapa a su control, lo oscuro se adueña de lo posible, como quien es señor de la hacienda; el dominio del total es la clave. Cada rincón se somete y cumple su función: algunos refugios de amantes imposibles, otros ocultan vicios insospechados, los que menos albergan al que busca un escondite en la apabullante realidad.

Mientras los parroquianos abandonan el lugar de culto, los agnósticos claman por una fe verdadera, demostrando una vez más que nadie es capaz de elegir el momento preciso para claudicar. Todo es ambiguo y nadie identifica la verdad: lo mismo el mar es una cárcel que una piscina el universo. Depende de cómo usted lo identifique. Defínase. Es la mejor oportunidad que va a tener de apostar por algo. Y si no quiere hacerlo, tranquilo, no se preocupe, hay quien tiene el rol interiorizado a la perfección. Abandone la necesidad, elegirán lo que más le conviene sin temor. Olvide los efectos secundarios; si en algún momento creyó que solo miraban por su ombligo, es pura casualidad. Se llama interés general, ¿se olvidó?

La cuenta seduce al plástico y son pocos los que pagan en metálico. Algunas conversaciones pendientes, todo por hacer. Más vino. Nada parece convencer a los que, aburridos de la intensidad, deciden irse en busca de mareas más dóciles. Hijoeputa, esto no es para ti. Lo tuyo es el sopor de arrastrarse, de lamer la trama, de adular el corrompido poder. Luego vendrás con cara renovada a vender el último grito, una pasión lozana del que malversa con la ilusión, con el futuro del condenado. No importa. Tus paredes de piedra resistirán el ataque. Agazapado en el búnker todo es más sencillo. Caiga lo que caiga no pasa nada. Miras el plomizo de las paredes, admiras el poder del hormigón armado. El gris de aquellos muros es la metáfora perfecta del que le importa una mierda lo que ocurra puertas afuera.

Suenan los cuartos y las palabras se tornan en las precisas. La comunicación es la justa y necesaria, lo corporal supera lo verbal. Identifico las señales y huyo despavorido. Nada más pesado que alargar una letanía. El rito ya se celebró con el invitado sin llegar, ay, y la mesa puesta. Y el hambre. Instante e idoneidad. Nada y todo. Suspiro y participo del devenir de la injusta nocturnidad. Solo aquí encontré la calma. Me despido y avanzo hacia la luz, recto, decidido como los árboles. Puede que este no sea el camino correcto, pero apuesto por él. Hoy es el día, esta es la noche, ahora sí, nos vamos...

Detrás de la barra del bar apenas queda espacio para albergar muchas esperanzas. La jornada solo deja monotonías, rudimentos absurdos del que repite la secuencia una y otra vez. Misma luz, mismos elementos, idéntico proceder. La mecánica es la directriz desde la que ejecutar la tarea con fría cotidianidad. Más allá del quehacer solo queda hueco para el olfato, para entender que lo extinguible ya yace y muere sin remedio. Son más de las doce, no hay tiempo para más.

Sin oportunidad al recambio, la noche absorbe todo lo acontecible. Nada escapa a su control, lo oscuro se adueña de lo posible, como quien es señor de la hacienda; el dominio del total es la clave. Cada rincón se somete y cumple su función: algunos refugios de amantes imposibles, otros ocultan vicios insospechados, los que menos albergan al que busca un escondite en la apabullante realidad.