Crónica / Crítica

'Así es la vida' se estrenó en Telecinco como una tertulia a la antigua usanza pese al afán de resultar “imprevisible”

Imágenes del estreno de 'Así es la vida'

Lorenzo Ayuso

Durante algo más de 14 años, Sálvame pulió un estilo inconfundible: el caos controlado del plató, con sus dos mesas enfrentadas mientras se aireaban sus conflictos internos, generando dramas intensos o comedias disparatadas; la sensación de endogamia, que hacía de lo que allí ocurría un teatrillo autosuficiente sin necesidad de mirar demasiado más allá de sus confines o de sus propios personajes; y la ironía viperina de la que hacía gala su presentador principal, Jorge Javier Vázquez, y sus locuciones y cebos.

Tres días después de su clausura, Así es la vida ha llegado con afán de romper con todo aquello.

Ya desde sus primeros compases se evidenciaba este empeño por romper con el pasado y acercarse a la liviandad de la temporada estival. Así, Sandra Barneda, César Muñoz y sus compañeros protagonizaban un flashmob en las instalaciones de Mediaset para presentarse ante el público potencial. Un flashmob que tiraba de Eurovisión 2023, y más en concreto del Cha-cha-cha de Käärijä.

Podría decirse que el fenómeno en torno al finés y en torno al festival musical llegaba un poco tarde, pasado un mes y medio de la celebración del certamen y con las miras puestas en el proceso de preselección para 2024. En todo caso, marcaba ya un empeño por transmitir un aire relajado. Quizás, demasiado empeño.

Un tono desenfadado para una tertulia clásica

La producción de Cuarzo (La isla de las tentaciones) tenía que mirar hacia el magacín de La Fábrica de la Tele para tratar de identificarse. En este primer careo con el público, se atisbaban la herencia con aquel, y la manera de marcar terreno.

La disposición del plató, con los tertulianos a ambos lados y la presentadora en el centro, y un pantallón al fondo desde el que seguir las conexiones, recordaba a la de Sálvame. El tono, por el contrario, lo asemeja más a otras producciones de la competencia como Zapeando y Aruser@s, donde los temas discurren en un cajón desastre donde todo y todos se aborda desde una cierta distancia de seguridad. Incluso podría tenerse el ejemplo más evidente de Y ahora Sonsoles, por su mezcla de temáticas, noticias y participantes en un relativamente corto espacio de tiempo.

A ello contribuye la variopinta nómina de colaboradores, donde se concitan profesionales de la crónica rosa, nombres un tanto sorprendentes como Pedro García Aguado, y artistas polivalentes como Belinda Washington, cuya presencia puede hacer recordar al icónico ¡Qué me dices!, o el actor Ken Appledorn, aportando píldoras de humor. Eso sí, de momento no ha habido particular protagonismo para ninguno de ellos.

El corazón era el tema fundamental, por supuesto, aunque el tratamiento se movía entre lo clásico, con la boda de Tamara Falcó e Íñigo Onieva como eje central, y lo desenfadado, servido por los comentarios de los presentes, y reportajes sobre la cata del menú con señoras anónimas opinando. De hecho, el gran reclamo del estreno era una entrevista “exclusiva” con el cura que se encargará de oficiar la boda de la marquesa de Griñón.

Se pretende transmitir “buen rollo” y distensión, algo a lo que también contribuía el hecho de que Barneda optara por saltarse el texto del cue una vez sentada en su puesto. “Lo voy a improvisar: me he sentido como si fuera mi cumpleaños. Desde que me he levantado, tenía un mensaje de mi madre, todos mis amigos... Hemos recibido tanto cariño y estoy tan arropada de un equipo con tantas ganas de haceros felices las tardes, que creo que estas tardes van a ser imprevisibles e increíbles”.

La imprevisibilidad no ha sido, realmente, característica de la primera tarde. En sí, la dinámica de la tertulia ha sido la usual en esta clase de magacines (Tamara Falcó, Gerard Piqué), con leves enconamientos entre tertulianos. Para romper estas tónicas, Barneda hacía uso de un “botón rojo” con el que poder dejar de moderar y lanzarse a opinar como una colaboradora más, sentándose incluso entre colaboradores.

Detalles como este salpicaban Así es la vida. Por ejemplo, la entrevista a Maxi Iglesias, lejos de realizarse en una zona aparte del plató habilitada a tal fin, se realizaba en las escaleras de la tarima del espacio principal de la mesa. Ahí, sentados en los escalones, departía la presentadora con el actor, embajador del estreno, quizás tratando de aparentar espontaneidad, cercanía. La decisión estética, sin embargo, parecía forzada: como una manera de no retratarse como un programa convencional, sino uno más cercano, pero que se rompe ante la presencia de las cabezas flotantes de los colaboradores de fondo, atentos o no al contenido.

Sin embargo, más sorprendente era lo que se planteaba algo después. Al término de los cerca de veinte minutos de entrevista, se presentaba una minisección: el “regalo de mierda”, un obsequio de poco valor, y se entiende que en próximas entregas de escaso gusto, que el invitado del día deja al de la jornada siguiente. Este juego puede recordar a reclamos propios de ofertas más gamberras y juveniles, como La Resistencia o Showriano, y destacaba dentro del conjunto.

Ahí está el problema al que habrá de enfrentarse el espacio: atraer a un público más joven en una cadena donde la media de edad subía en esta franja particular. El problema es que los esfuerzos contrastan con un lenguaje y unas formas prototípicas de estos programas. Queda la sensación de un producto “fuera de onda”.

Dos pausas publicitarias en dos horas de emisión

La escaleta básica de Así es la vida en su debut ha quedado marcada por esta dicotomía. Tras las presentaciones, y dejando a un lado los avances, se ha abordado la boda de Tamara Falcó desde múltiples vertientes; se ha ofrecido una ronda de titulares del día al estilo de los boletines radiofónicos; de ahí a la entrevista a Maxi Iglesias (donde ha podido responder sobre la supuesta polémica con un taxista que desveló Socialité); la boda del hermano de Gerard Piqué; la situación de Camilo Blanes y la denuncia pública de su madre, Lourdes Ornelas; y el estado de salud de Carmen Sevilla.

Para esto último han contado con la visita inesperada en plató de Agustín Bravo, que ha contado anécdotas de la recordada artista en una entrevista no anunciada en un inicio. La presencia del veterano presentador provocaba una sensación extraña, la de un programa que pretende estar en el presente pero que remite demasiado al pasado.

Tras este bloque, un repaso a las consecuencias de la ola de calor con una conexión desde Sevilla, que servía para mostrar una vertiente de sociedad del programa, antes de pasar a la cacareada entrevista al cura que oficiará la ceremonia de Falcó en escasos días quedaba. Conducida por César Muñoz, quedaba para los últimos minutos del programa, sirviendo así de cebo para la audiencia. Un cebo quizás poco sabroso para lo que estaríamos acostumbrados en esta franja.

Para cuando el programa concluyó, la estructuración de las pausas publicitarias también llamó la atención. Así es la vida había contado con un único corte, de 17:13 a 17:28 horas; es decir, tras la primera media hora de emisión; y no volvería a tener otro hasta algo más de una hora después, de 18:38 a 18:47 horas. Así, Telecinco trataba de proteger y dar suficiente margen para presentar las bondades de este programa a su potencial audiencia. Ante sí, el ya mencionado Y ahora Sonsoles, principal referente, que ha adelantado en las últimas dos semanas su horario de emisión, haciéndose más fuerte en la parrilla.

Como siempre ocurre cuando un programa arranca, más cuando se trata de uno diario, hay que dar espacio y tiempo para el rodaje, para que el formato pruebe lo que mejor le funciona. Así es la vida se enfrenta al hándicap de la fecha de caducidad: en septiembre tendrá que dejar hueco a TardeAR, la oferta que se desarrolla con Ana Rosa Quintana como nueva gran baza de las tardes de Mediaset. Esto hace que tenga que aprovechar estos algo más de dos meses para encontrar la forma idónea... Y dejar paso a la apuesta titular. El esfuerzo puede resultar insatisfecho.

Estamos, pues, ante un formato de transición que, a su modo, también está a medio camino en todo lo que pretende proponer. Barneda decía que se “lo había pasado pipa” y esperaba que esa fuera la tónica. Al menos, el objetivo de poner tierra de por medio con Sálvame parece cumplido.

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