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Energías limpias, renovables y públicas

Antonio González Viéitez / Antonio González Vieitez

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Simplemente ocurre que es una exigencia ineludible si queremos defender y mantener la sostenibilidad de la Biosfera, de ese pequeñito rincón del Cosmos donde palpita la vida, nuestra vida y la de todos los otros seres que conocemos. Y eso es así porque, de acuerdo con la comunidad científica internacional, el modelo energético tradicional, basado en la quema de combustibles fósiles, es el causante principal de la grave contaminación de la Biosfera y del proceso de mutación que damos en llamar Cambio Climático. Y ya es hora que reconozcamos que esa frágil franja que rodea la corteza terrestre está siendo dañada, agredida y maltratada por nuestra forma de vida actual y que asumamos, sin pesadumbre, que el crecimiento continuo es una ensoñación en un mundo finito como el nuestro.

Por eso hay que transformar el modelo energético actual y transformarnos en muchos de nuestros comportamientos que ahora lucen insostenibles. Y no se trata de una cuestión sobre la que podamos discutir y discutir y no tomar decisiones. El reloj de la Biosfera ya nos está marcando la cuenta atrás.

Pero es que, además, esa necesaria transformación nos abre una serie amplísima de posibilidades y perspectivas. Una de ellas, y no la menor, es que la generalizada y ordenada utilización de estas energías, puede significar la liberación de la sociedad mundial (y muy en primer término de la canaria debido a su extraordinaria dotación de factores), de toda una estructura monopolística, el “Poder Petrolero”, que ha consolidado su poder omnímodo a lo largo del último siglo, y ha señoreado la economía mundial.

Porque es imprescindible retener cómo la historia mundial del siglo XX (y su continuación en la primera década del XXI con la ominosa guerra de Irak) está concebida y tejida alrededor del Oro Negro. Las continuas disputas, conflictos y guerras por su apropiación y control nos dan las claves principales para entender el mundo energético y oligopolístico que vemos hoy. Cuya característica estructural más definidora es su proceso de creciente concentración siempre en marcha. Con las consecuencias que todos conocemos desde la indecente distribución de la renta mundial, hasta la “humilde” factura de Unelco, el precio siempre al alza de la súper y el despiadado maltrato a la Biosfera. Por eso, hay que precisar que las características básicas de este modelo son el Gigantismo y la Concentración continua, tanto en el ámbito técnico (las hipercentrales) como en el económico (las hiperempresas) y el político (por ejemplo, contratación de ex Presidentes de Gobierno por empresas energéticas en un montón de países).

Frente a este modelo, está apareciendo el que se basa en energías limpias y renovables. Aquí se utiliza la luz, el calor del sol, el viento, los movimientos del mar? Se trata de flujos continuos e infinitos (a la escala humana) y, lo que es increíble, se trata de bienes sin precio. Y que si no se aprovechan, se desperdician. Su no utilización es el paradigma del desahorro, del despilfarro. Y este hecho viene explicado porque se trata de bienes públicos, que son aquellos bienes que, a diferencia de los privados (la inmensa mayoría y que son excluibles y apropiables), no son apropiables. Es decir que su consumo por parte de una persona no disminuye la cantidad disponible pare el resto. Por ejemplo, si yo pongo un panel solar, cualquier otra persona, incluso mi vecino, puede colocar otro, que tendrá idénticas posibilidades de aprovechamiento. Volveremos sobre este tema.

Otra de sus características tiene que ver con el Gigantismo y la Concentración. Y es que estas energías son mucho más polivalentes. Porque es cierto que pueden usarse, se usan y deberemos hacerlo nosotros, para construir grandes fábricas, en nuestro caso, parques eólicos, fotovoltáicos, etc. Aunque también es cierto que, a diferencia del modelo tradicional, tendente al gigantismo, la dimensión de estos parques es mucho más diversa y flexible. De todos modos, la característica más específica en la utilización de estos bienes públicos, es que también son (y deben serlo) perfectamente utilizables de forma espectacular en “microestaciones”. Desde un panel en mi azotea para calentar agua hasta un molinillo para sacar agua del pozo. Es decir, se trata de unas energías perfectamente descentralizables y, para decirlo con más énfasis, democratizables. Así, el sistema energético global resultante, no se concibe con unas pocas fábricas gigantescas, que se van desparramando por la geografía, sino como una poderosa red de fábricas, actuando en red de redes, algunas de ellas también grandes y la inmensa mayoría pequeñas o minúsculas. En las que se busca la armoniosa conjunción de todos los tipos de energías limpias imaginables, para poder así hacer frente al elemento más vulnerable de estas energías. Y es que son discontinuas, que no siempre hay viento, que la mar a veces está echada y que, en ocasiones, hay fuerte panza de burro. Para superar este grave inconveniente es imprescindible tener energía suficiente almacenada. Lo que se está haciendo con la investigación sobre baterías, pero sobre todo con la forma más sencilla de almacenar energía: desalando agua de mar, cuando hay sobrantes, y colocándola en altura para tirarla sobre las turbinas cuando haya escasez. En este sentido, es muy confortable recordar que, por ejemplo, la isla de Gran Canaria es un espacio geográfico dotado con una inmensa cantidad de embalses de agua. Ya fabricados y esperando ser polivalentes. Y que para que las turbinas funcionen no se necesita estar situado, ni mucho menos, por encima de la cota mil. Con lo que todos los estanques existentes podrían ponerse y aprovecharse en red.

Todo lo dicho hasta aquí y de sobra sabido nos coloca ante una monumental contradicción. ¿Cómo es entonces posible que nos encontremos justo donde estamos? Que continuemos importando en Canarias para consumo interno 1,4 millones de toneladas de crudos, que sigamos emperrados en introducir el gas e incluso se comience a hablar de energía atómica, lo que no había ocurrido nunca hasta ahora.

Y no hay una explicación económica solvente a este sinsentido. Solo puede entenderse una explicación “política” que, desde luego, tiene que estar basada en el tremendo poder del lobby energético tradicional. (A los interesados en profundizar en el tema, les recomiendo vivamente la lectura del último libro de Antonio Morales, Nos faltan luces).

Vayamos ahora al último aspecto ¿por qué la explotación debería ser pública y no privada? Intentaremos responder desde dos perspectivas.

PRIMERA. ¿Por qué no privadas? 1).- Recordemos que la justificación teórica que da la economía estándar a la apropiación de beneficios económicos, es que el empresario, aparte de dirigir y coordinarlo todo, incurre y asume riesgo, es decir se atreve a hacer algo que no tiene garantizado su éxito. Por tanto, cuando el éxito está garantizado y no existe riesgo ¿cómo se legitima y justifica la apropiación del beneficio? Pues bien, este es el caso del negocio de las energías limpias, porque tiene garantizada su compra por parte del sistema en funcionamiento y, además recibe una subvención por kilowatio producido. Como dice el Presidente del Cabildo Insular de Gran Canaria, refiriéndose al proyecto de central hidroeléctrica de Chira, “se trata de un asunto muy goloso”. Y es que todo este asunto del aprovechamiento privado de las energías limpias es el mejor de los negocios imaginables. Hasta el punto que cuando, por ejemplo, se abrieron los concursos para la concesión a empresas privadas de parques eólicos, se presentaron propuestas hasta 17 veces!!! el volumen ofertado ¡Y tanto que es goloso! 2).- La producción de electricidad con energías alternativas es de sencillo manejo. Además, todo está controlado por medidores y contabilizado por contadores. No hay contratos de “compra” de la fuente de energía básica. Se dice esto porque, en ocasiones, se aduce la complejidad de gestión para sostener, sin más argumentación que, en ese caso, es preferible su explotación privada.

SEGUNDA. ¿Por qué públicas? 1).- En primer término porque se trata de poner en producción recursos naturales que son bienes públicos. Y no existe ninguna razón, ni desde la eficiencia económica ni desde el más elemental sentido de la justicia, para ceder esos cuantiosos beneficios a la iniciativa privada. Además, la puesta en práctica de este Nuevo Modelo Energético, va a liberar enormes posibilidades para avanzar en la conquista de una forma de vida más sostenible en todos los aspectos. Y esa propuesta tan seminal no puede ser llevada adelante por los mecanismos del mercado, porque hace falta toda una estrategia de transformación social para superar nuestra sociedad actual, de masivo consumo de usar y tirar, y establecer otra nueva forma de entender la vida y sus actualmente desaprovechadas potencialidades. Las nuevas redes energéticas, enorme puzzle de sostenibilidad, han de servir de cimiento para conquistar la sociedad sostenible del futuro que es hoy. 2).-El actual modelo de financiación municipal está del todo descalabrado, la crisis actual ha mostrado todas sus enormes deficiencias y limitaciones. Por eso, hay quienes defienden que hay que disminuir el número de municipios, traspasar sus competencias a otros ámbitos institucionales superiores y cortar radicalmente sus posibilidades de endeudamiento, hasta para las inversiones de mayor calado. No se puede entrar aquí en ese debate que, a mi juicio, lo único que persigue es seguir socavando todo lo que sea público y, por tanto, posible herramienta de redistribución social. En cualquier caso pienso que, junto con una decidida política de modernización y regeneración eficiente de los quehaceres municipales, es imprescindible dotarles de nuevas y potentes fuentes de recursos propios para que puedan desplegar esa enorme cantidad de servicios que van a ser necesarios en esa nueva sociedad sostenible. ¿Y qué mejor fuente de ingresos propios y permanentes que la que procede de la explotación de las energías limpias? Lo que se propone es tan sencillo como transformar el actual sistema de concursos para la concesión a empresas privadas, por otro de adjudicación directa a los municipios.

Algunas puntualizaciones finales. Una. Como las posibilidades de explotación de las energías renovables son muy diferentes de unos municipios a otros, se constituiría una Mancomunidad Insular que distribuyera razonablemente ese flujo de ingresos públicos entre todos ellos. Además, para despejar cualquier inquietud que pudiera aparecer, una amplia auditoría contable estaría colgada y actualizada en la red. Dos. Se buscaría un entendimiento entre los distintos agentes sociales, y se fijarían los costes finales de la energía para las familias, empresas e instituciones, de forma que se estableciera un equilibrio entre sus intereses y los propios ingresos municipales. Tres. Al defender el carácter público del aprovechamiento de estas energías, estamos hablando de los grandes parques de todo tipo y de las grandes infraestructuras e instalaciones, porque las microinstalaciones para uso familiar y las de pequeña escala, como es lógico, serían aprovechamientos privados (recordemos que los bienes públicos no son apropiables). Cuatro. Hablando en grandes cifras, el coste por ejemplo en Parques Eólicos para cubrir el suministro eléctrico actual de toda la isla de Gran Canaria, es equivalente al que está previsto para financiar la construcción del tren de Las Palmas al Sur. Esa inmensa cantidad de dinero sería sobradamente más eficiente destinada a lo nuevo, las energías limpias para desarrollar una sociedad sostenible, que a lo viejo, un ferrocarril que solo sirve para trasladar viajeros, es cierto, en el corredor de mayor tráfico de la isla. Los responsables del tren respondieron en su día, diciendo que el dinero para construir el tren tenía carácter finalista y o se hacía el tren o se perdía el dinero. Fue una manera de eludir el debate sobre el coste de oportunidad de la construcción del tren. Es curioso que lo que ahora están diciendo es que hay que buscar el dinero para ponernos el tren. ¡Oh tempora, oh mores!

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