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De nacionalismos, 'conspiranoias' y mentiras peperas

Artur Mas celebra la victoria de Junts pel Sí. / SANDRA LÁZARO

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

Como a estas alturas estarán ustedes hasta las narices de las autonómicas catalanas, cumpliré el rito de la actualidad refiriéndome a ellas brevemente; a sus resultados más que nada para que se vea que son como niños porque lo cierto es que no se ha aclarado nada el panorama. Ya el mismo domingo, con las urnas de cuerpo presente, los de Junts pel Sí se dijeron legitimados para poner en marcha sus planes. No obtuvieron la mayoría absoluta, pero contaban con sumar los diez escaños de la CUP que les daría mayoría de escaños. Pero ocurre que la CUP, tras un rapto de euforia inicial, se convenció de la derrota del independentismo al no alcanzar el 50% de los votos y en cualquier caso, cuestión de principios y convicciones, mantuvo su negativa a apoyar la investidura der Mas. Las negociaciones serán difíciles y la situación se complica por horas pues a la cabezonería “interior” de Mas, que no quiere irse, se añade el superinmovilismo de Rajoy que por fin se decidió el lunes dejarse ver para comunicar lo mismo: está dispuesto al diálogo, pero no hace propuestas sobre las que conversar. Debió traumatizado en su infancia el desesperante cuento del gallo Morón.

Cómo será la cosa que ha de pechar Rajoy con las críticas de Aznar para quien el fracaso del PP en Cataluña es el quinto aviso. Los cuatro anteriores son las elecciones europeas, las andaluzas, las municipales y las autonómicas que no han provocado más reacciones en Rajoy que las puramente cosméticas de introducir caras nuevas, como si estuviera convencido de que le basta aguantar hasta diciembre a que lo arreglen todo las generales. Creía el PP que las urnas le darían en Cataluña el liderazgo de los partidos opuestos a la secesión y sufrió un descalabro mayor: Ciudadanos desplazó al PP en ese menester con su impresionante salto de 9 a 25 diputados. Quienes vieron la necesidad de anticipar las elecciones generales nada más convocar Mas las catalanas que acaban de celebrarse han vuelto a la carga recordándole a Rajoy el error de no hacerles caso. Los acontecimientos fluyen de tal manera que ya no sé por donde irán cuando ponga el punto y final a este trabajo iniciado tres veces.

Abrió el fuego Juan Luis Cebrián que se despachó en El País, al día siguiente de la jornada electoral, con un artículo en que pedía la celebración cuanto antes de las elecciones generales; que Rajoy las adelante, vaya. Como es sabido, si lo recuerdan, desde las columnas del mismo periódico se le propuso a Rajoy el adelanto de las generales al convocar Mas las autonómicas. Y considera ahora el articulista que el domingo pasado se rompió “el consenso constitucional en una comunidad autónoma que representa el 20% del producto interior bruto de España y el 15% de su población”; y que se ha producido “una ruptura nada sutil y menos pacífica de lo que parece entre los ciudadanos de una comunidad autónoma ahora partida en dos y de un Estado soberano cuyos gobernantes se han dedicado a avivar la llama de la confrontación en nombre de su particular visión de España y en busca de réditos electorales”.

No se sabe qué ocurrirá en los próximos meses aunque todo indica un agravamiento de la crisis global del sistema político. En esas circunstancias a Cebrián le parece “del todo irresponsable que el presidente del Gobierno quiera apurar hasta la víspera de las Navidades la legislatura, además de aprobar un presupuesto que, si las encuestas no se equivocan, difícilmente va a ser capaz de gestionar, y prolongar durante todavía más de dos meses un interregno inútil que sólo ha de servir, a juzgar por lo que hemos visto, para alimentar las pasiones de políticos y tertulianos en busca de más votos y mayores audiencias”. Considera inaudito el silencio de Rajoy ante la opinión pública al concluir la jornada del domingo, aunque compareciera el lunes para no decir nada. “De persistir en su empeño”, remata Cebrián, “sólo logrará promover más inestabilidad e incertidumbre cara al futuro, por lo que, si es el bien de España y no el disfrute del poder lo que le mueve, debería convocar elecciones legislativas”. No creo aventurado decir que Rajoy seguirá en las mismas en la esperanza de que la economía produzca el milagro que lo salve de la quema.

Refrescar la memoria

Mientras se resuelve el drama, no viene mal refrescar la memoria. Para ilustrar la antigüedad de la cuestión catalana, en realidad un problema español, y se aprecie que, después de todo, Rajoy es un tipo consecuente con la historia de su acartonado partido. España tenía a principios del siglo XX, según los historiadores, cuatro grandes problemas: el religioso, el militar, el agrario y el catalán. De ellos, los tres primeros parecen hoy resueltos; pero continúa el catalán que hace de la estructura territorial del Estado la verdadera asignatura pendiente de España. Ese fue el hueso duro de roer cuando la II República abordó la redacción de su Constitución, tras la dictadura de Primo de Rivera; y ahí seguía al acometer la Transición la elaboración de la Constitución de 1978, hoy vigente.

La fórmula ideada por la Transición para resolver la cuestión territorial fue, ya saben, el Estado de las Autonomías. Se trataba de poner en marcha un proceso de redistribución progresiva del poder basada en el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado español y en el fomento de la cohesión social y la solidaridad interterritorial. El proceso debía culminar en una estructura política federal. El nacionalismo y el independentismo catalán aprovecharon el proceso abierto para avanzar hacia sus objetivos hacer ruido. Los primeros confiaban en que al final del recorrido Cataluña habría encontrado su encaje en el marco de la plurinacionalidad del Estado. Pero los viejos demonios embarrancaron las expectativas.

El PP, entonces Alianza Popular, no aceptó el texto de la Constitución de 1978 y su entonces presidente, Manuel Fraga Iribarne, a pesar de ser co-redactor del texto, ordenó a su partido hacer campaña para tumbar el proyecto, promover la abstención en el referéndum y desde luego votar en contra. Como si prefiriera sujetar la realidad plurinacional a la fórmula franquista de la “unidad y la diversidad de los pueblos y tierras de España”, que recordaba el No-Do a cada rato.

La Constitución salió adelante y lo que son las cosas: ahora son los peperos quienes están con ella como Mateo con la guitarra, invocándola un día sí y otro también con una frecuencia desconocida en las fuerzas que sí la respaldaron en su día. Los peperos la utilizan como arma arrojadiza según les convenga y sin privarse de pasársela por el arco del triunfo cuando perpetran alguna arbitrariedad. El recorte de derechos ciudadanos consagrados en la Constitución y el retroceso democrático general es evidente para quien lo quiera ver y sepa lo que hay. O sea, lo que hubo antes de que el PP procediera a desarmar el país para ofrecerlo en el extranjero como un buen lugar de inversión gracias a los bajos salarios, la eliminación de derechos de los trabajadores, la inanidad de los sindicatos, etcétera, en un mercado donde el empresario tiene la última palabra, además de la primera, etcétera.

Los que están detrás

No trato, por así decir, de criminalizar la política del PP: al fin y al cabo, actúa de acuerdo con su naturaleza, como todos los animalitos. Hasta divierte ver a determinados peperos hablar de democracia e invocar con grandes palabros la Constitución que el Gobierno de Rajoy se pasa por el arco del triunfo. El mayor logro de esta derechona acampada en los predios peperos no es, sin embargo, su desvergüenza constitucional, por llamarloa de alguna manera, sino su acierto al poner en circulación el concepto de “conspiranoia”. Un hallazgo, de verdad. Con él tratan de anular los trabajos periodísticos que van más allá de las apariencias para indagar quienes están detrás de las decisiones políticas o manejan los tinglados que se montan desde los círculos reales de poder. Al final, la ausencia de un periodismo que demuestre, aunque sea mal, que nada ocurre por casualidad hace que la responsabilidad de las actuaciones de los políticos comience y acabe en ellos, sin referencias a trastienda alguna. “Para eso les pagamos”, oí decir a un beneficiario de los favores del poder por los tiempos en que la regla era la impunidad absoluta y “tener mano” en los ayuntamientos daba prestigio y dinero.

Viene esto a cuento de que poco se alude a que al nacionalismo catalán corresponde su contrario, el nacionalismo español. Quienes hayan seguido los últimos cinco años del conflicto catalán habrá observado la ausencia de referencias a ese nacionalismo español, el más peligroso, pues sus armas son las del Estado que se emplearán de forma más dura o terminante según el talante del partido que gobierne en cada momento. Las reacciones de miembros destacados del PSOE ante el posicionamiento de Felipe González en el conflicto catalán indica que el nacionalismo español va más allá del PP. Con tantos siglos de propaganda anticatalana no podía ser de otro modo. Hace pocos días, a un amigo, adicto por así decir al Vichy catalán, fue reprendido por un desconocido en la cola de la caja del supermercado al pagar las botellas que había cogido de las estanterías. Yo mismo tuve, hace algún tiempo, una elevada con cierta señora que proclamó que ella no compraba productos catalanes mirando, significativamente, a un par de botellas de cava que añadí a mi compra. Conspiranoia sería sospechar que esas actitudes las provocan campañas más o menos solapadas desde el poder en lugar de atribuir el mérito al patriotismo español de la gente que aflora espontáneamente. Y ya que hablo de meter las narices en las cestas de la compra ajenas, me viene bien para compensar tan reprobable hábito la relación que acaba de hacer Vidal-Foch de las aportaciones catalanas a España, con lo que puso de manifiesto que si Cataluña pertenece a España, ésta pertenece no menos a Cataluña. Copio textualmente su texto con los “porqués” en que se basa: Cataluña “introdujo en ella (con otros) la cultura industrial (del Hispano Suiza al Seat 600, la modernidad económica. Porque sus viajantes de comercio crearon el primer mercado nacional español. Porque fundó su primera patronal (Fomento del Trabajo Nacional) y la última (CEOE). Porque engendró el primer sindicalismo (la CNT). Porque fue la primera en reentroncar con las corrientes artísticas europeas: Olot, con Barbizon; Gaudí, Puig i Cadafalch y Domènech i Montaner con el Art Nouveau; Miró y (el primer Picasso) con las vanguardias de entreguerras. Por Coby y porque Carmen Balcells parió el boom latinoamericano. Porque inventó el autogobierno territorial en la Primera República (Pi i Margall), en la Segunda (Macià, Carner) y en la actual Constitución (Roca y Solé Tura)”. Debería recordarse que en mucha medida los ejemplos mencionados tienen mucho que ver con la imagen de España en el mundo.

El nacionalismo español

Juan-José López Burniol es un asiduo y muy interesante colaborador de Prensa. Mucho se ha ocupado de la cuestión catalana a la que considera problema español. Ya en 2010, meses antes de la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) contra el Estatut, la que tanto daño ha hecho con su servilismo al PP, López Burniol escribió que ya no cabían medias tintas para afrontar el encaje de Cataluña en la España democrática y que sólo quedaban dos opciones: federalismo o autodeterminación. Se imponía, dijo, una reforma constitucional convencido, por inspiración conspiranoica, de que el Gobierno “induciría” al TC a calzar por el Estatut. Para López Burniol el conflicto es el choque frontal de dos naciones: de una que no ha tenido fuerza para absorber a la otra que ha carecido también de la suficiente para desligarse de aquella.

Y voy ya con el nacionalismo español al que nadie señala porque los propios catalanes, entre otros, lo han mimetizado de tal manera con el Estado que la gente ha acabado por no advertir que los nacionalistas catalanes forcejean, en realidad, con un nacionalismo de sentido contrario, el español, atrincherado en el aparato del Estado y que utiliza la falsa coartada de mirar por los intereses de la mayoría de los españoles que radican en el mantenimiento de la unidad.

Sin embargo, hay situaciones reveladoras de que no andan muy descaminados los conspiranoicos. Porque no coneja que en el discurso oficial sean España Cataluña y los catalanes y se produzcan, al propio tiempo, casos como el de la OPA de Gas Natural sobre Endesa. La reacción de los periódicos madrileños de la órbita del PP y la derechona más rancia, de los ejecutivos y de los políticos vinculados a la administración central fue un clamor en contra de que una empresa catalana se hiciera con Endesa. Hasta ahí podríamos llegar. Y cuando se corrió la voz de que una compañía alemana había mostrado interés por la eléctrica española, muchos exclamaron que preferían una Endesa alemana antes que catalana. Para mí tanta y tan sorprendente alarma puso de relieve que en los círculos de poder económico y político de Madrid preocupaba el aterrizaje de los catalanes; encima en un sector estratégico. Ante este hecho la pregunta sería si en verdad son o no españoles los catalanes o si la hacen por jider.

En este punto conviene volver a López Burniol que distingue entre los nacionalismos que históricamente han favorecido la cohesión social y fomentado la autoestima de sus pueblos y los que sirven de herramienta para mantener el control político y socioeconómico de un país o de una comunidad en manos de un grupo social determinado. Es frecuente que se metan a las dos versiones en el mismo saco porque, históricamente también, el buen nacionalismo inicial acaba pervirtiéndose al servicio de los poderosos. López Burniol se apunta una de “conspiranoia” al indicar que el nacionalismo español “ha sido instrumentalizado demasiadas veces al servicio de los intereses privados de un grupo social –renovado sólo por cooptación- que ha usufructuado, a lo largo de los siglos, las estructuras del Estado, un Estado débil y precario que apenas funcionaba”. Se trató siempre de un Estado oligárquico, el que sigue estando ahí y que incluso ha acentuado su naturaleza debido al carácter financiero del actual poder económico, base del poder político que tiende a concentrarse, en el caso español, en Madrid. Esa concentración, continúa el autor, consolidó en la capital de España un núcleo de poder político-financiero-funcionarial-mediático que está cerca de hacerse con la hegemonía peninsular, lo que genera alrededor del partido gobernante una elite –en parte dentro de la política y en parte fuera de ella- que constituye el núcleo que tiene de verdad las riendas del poder real. En ese contexto se comprende mejor la reacción madrileña contra la OPA sobre Endesa. De hacerse con ella tendrían a los catalanes metidos en su cotarro y eso sí que no.

Para precisar más de qué o de quiénes hablamos, López Burniol trae a colación al economista Ramón Tremosa para quien el crecimiento de Madrid gira alrededor de cinco grandes multinacionales de servicios (antiguos monopolios públicos, algunas lo que da pistas del móvil de las privatizaciones), de la capitalidad del Estado (400.000 funcionarios), de su elevado intervencionismo aparejada a una creciente capacidad reguladora de las actividades que procura el control del BOE. La estructura económica de Cataluña, en cambio, la definen las multinacionales presentes, unas 400 medianas compañías industriales de capital catalán con gran capacidad exportadora y miles de pequeñas empresas manufactureras. Esto hace que el sentimiento de catalanidad sea más profundo y operativo que el de españolidad.

En ese contexto de estructuras diferentes, el Estado español unitario y centralista no llegó a cuajar entre los catalanes cuando era su tiempo y no puede pretender ahora actuar como tal y desconocer la realidad de comunidades, no sólo Cataluña, con voluntad firme de autogobierno; en cuanto a los catalanes dice López Burniol que al no conseguir su independencia en el siglo XVII, a diferencia de Portugal, no puede hoy actuar como si la hubiese alcanzado.

Falacias peperas

El PP no respeta la capacidad de discernimiento de la gente. La última muestra la proporcionó Pablo Casado, vicesecretario de Comunicación del partido el mismo domingo por la noche. Para él los independentistas fracasaron y adoptó la actitud de un hermano mayor formal y responsable al indicar que ahora toca al PP restañar las heridas que le ha hecho Mas a Cataluña. No sé si la estulticia política de Rajoy es contagiosa ni si es la misma que padece Casado o o si es que aporta la suya propia. Porque si encomiable es que se disponga a reparar las heridas infligidas por Mas a Cataluña, no vendría mal que se ocupara también de los destrozos de la política del PP y no sólo en Cataluña.

Sin embargo, la ausencia de autocrítica de Casado, otro síndrome pepero, lució en todo su esplendor al recurrir al viejo cuento de que el Estado español es de los más descentralizados políticamente y sus Comunidades Autónomas los entes territoriales dotados de mayor poder.

Habría que reconocer, vaya por delante, que el Estado de las Autonomías supuso un giro radical a la larga tradición de centralismo inoperante, si bien ya ha iniciado la senda del fracaso. Porque tiende a imponerse la persistente presión recentralizadora, que el PP defiende ya sin disimulo sin que las demás fuerzas pongan objeciones. La obediencia a las cúpulas radicadas en Madrid, con una forzosa visión centralista, que a veces llaman “de Estado”, tiene mucho que ver: un dirigente autonómico nunca llegará a nada si rechista ante las directrices de Madrid; unas veces porque le imponen el acatamiento, otras porque se lo autoimpone él mismo para no perjudicar su “carrera” política.

Volviendo a lo que iba, Carles Viver Pi-Sunyer, catedrático de Derecho Constitucional y vicvepresidente emérito del Tribunal Constitucional, a quien seguiré en este apartado, ha denunciado la falacia de que las comunidades españolas tengan mayores competencias que los entes descentralizados de nuestro entorno, como aseguró Casado en la noche electoral. Desde las amplias competencias judiciales, penales, financieras y en materia de derecho civil de los Estados USA hasta las competencias en política exterior e inmigración de los canadienses hay todo un universo competencial, inalcanzable para las comunidades españolas; y no les digo de las competencias de los ländern alemanes en materia de tratados internacionales, educación, cultura, seguridad pública y policía; por no hablar de los belgas, los suizos o los austriacos. Si eso es así en términos diría cuantitativos, en los cualitativos las autonomías españolas no son auténticamente políticas sino meramente administrativas y de muy baja calidad. De eso hablan, para no ir demasiado lejos, los problemas de la Autoridad Portuaria de La Luz para ejecutar obras porque Puertos del Estado no las autoriza, a pesar de contar con financiación propia. No quiero incluir en la conspiranoia cierta y muy vengativa mano negra, sin dejar de aludir a la posibilidad de que ande cerca, por si acaso.

No hay ningún ámbito material, incluidos los exclusivos de las Comunidades Autónomas, indica Viver, en que el Estado no haya fijado no ya directrices políticas sino un sistema unitario y uniforme; no hay materia de competencia autonómica que no se haya fragmentado jurídicamente para permitir una intervención estatal, asegura. .

Caben diversas consideraciones. Por ejemplo, la existencia de líneas políticas que deben ser unitarias y definirse de forma conjunta. Un Estado políticamente descentralizado no puede funcionar bien sin mecanismos de participación, coordinación y cooperación, pero lo cierto es que no existen en España mecanismos eficaces de participación de las autonomías en las instituciones y en la definición de las políticas estatales: no son necesarios pues basta con no darles cancha.

El repaso de Viver Pi-Sunyer llega más lejos, pero es suficiente lo dicho para exigirle a Casado que no mienta. O que se entere. Trataba con sus afirmaciones de dejar sentado que los catalanes no tienen razones para quejarse pues como el sistema autonómico español no hay dos. Se quejan, vino a decir, de puro vicio y ya está bien.

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