“Los refugiados no somos pelotas que puedes tirar al vecino cuando te cansas”

Snjezana Pejicic Avdic (en la imagen), una de los cientos de desplazados por la guerra de Bosnia que España acogió hace 23 años.  EFE/Carlos de Sáa

Efe

Puerto del Rosario —

Snjezana Pejicic Avdic, una de los cientos de desplazados por la guerra de Bosnia que España acogió hace 23 años, lamenta que Europa repita ahora los mismos errores y alerta a los gobiernos de que los refugiados “no son pelotas que uno tira al tejado del vecino cuando se cansa de ellas”.

Cuando se iniciaron las revueltas en la antigua Yugoslavia, Snjezana no era consciente de que su país Bosnia, europeo y desarrollado, caminaba a marchas forzadas hacia el precipicio de la guerra.

El 6 de abril de 1992, esta periodista comenzó a pensar diferente después de que los serbios bombardearan Sarajevo. Sin apenas darse cuenta, dejó de ser redactora de cultura de televisión de Sarajevo para empezar a contar la guerra desde las trincheras.

En uno de las caminatas diarios en busca de información, Snjezana vio cómo una granada estallaba contra un edificio y mataba a un padre con su bebé en brazos.

Desde ese momento, no paró de pensar en la idea de huir de su país. “Mi hijo Haris tenía 20 meses y, si no escapábamos, iba a morir de hambre o lo matarían”, relata a Efe en Fuerteventura.

Y, mientras tanto, su marido Dzafer Avdic, de origen bosnio, permanecía escondido en casa de un familiar por miedo a ser reclutado.

Poco después, Snjezana y su pequeño abandonaron Sarajevo en un convoy junto a centenares de madres e hijos rumbo a Croacia. Desde ese momento, empezó a darse cuenta que el viaje no sería fácil.

“Los serbios retuvieron el convoy, nos acusaban de sacar armas de Sarajevo y amenazaban con liquidar a los pequeños”, cuenta.

Después de dos días encerrados, sin comida ni agua, les dejaron continuar el viaje hasta la ciudad croata de Slit. A finales de agosto, ella y su hijo se acoplaron a un convoy con destino Budapest y, de ahí, a Belgrado, encontraron a su hermana como refugiada.

Allí se le planteó la posibilidad de acoplarse al último convoy que tenía previsto salir de Belgrado rumbo a España con 1.500 mujeres y niños.

Tras llegar al aeropuerto de Madrid en diciembre de 1992, los refugiados fueron recibidos con aplausos y flores. Creían haber llegado al paraíso, recuerda Snjezana, pero, lejos de ello, fueron trasladados a un colegio abandonado en la carretera de Madrid a Leganés.

Allí permaneció durante tres años esta periodista bosnia. Ahora recuerda cómo les dejaban salir en grupo por la zona, hasta que les habilitaron un autobús que les llevaba “durante tres horas a un centro comercial de Leganés”.

En 1994 consiguió traer a su marido a España con un falso carné de periodista y la ayuda de algunos colegas españoles, entre ellos, el reportero Miguel Gil, asesinado más tarde en la guerra de Sierra Leona.

Un año después, cerraron el centro de acogida y reubicaron a los refugiados en pisos. “A nosotros nos mandaron a uno en Leganés, nos ayudaron durante tres meses y luego nos dejaron”, cuenta aún con indignación.

Sin trabajo, ni papeles que los reconocieran como refugiados, Snjezana y su marido acabaron en los juzgados por impago del piso hasta que la periodista Pilar Cernuda -“mi ángel de la guarda desde que llegué a España”-, los realojó en su casa.

En 1996, su marido consiguió convalidar el título de ingeniero de caminos y poco después se desplazó a Fuerteventura para trabajar en unas obras del aeropuerto. Al año siguiente, el resto de la familia se mudó a la isla.

Snjezana, rebautizada por los majoreros como “Ana la bosnia”, empezó a trabajar en 1998 como educadora social de Cruz Roja en plena vorágine de llegada de pateras a la isla.

Las imágenes de refugiados huyendo de Siria, Irak o Eritrea mientras media Europa se llena de vallas y miles de niños duermen al raso bajo la amenaza del frío han hecho llorar a Snjezana.

A su juicio, “Europa no ha estado a la altura” en la mayor crisis de refugiados ocurrida en el continente después de la segunda Guerra Mundial. “Sabían lo que iba a ocurrir y podían haber tenido todo preparado”, denuncia.

También lamenta que se repita lo sucedido durante la crisis de los Balcanes y recomienda a España, una vez lleguen estas personas, que no se les reubique fuera de centros urbanos, porque de ese modo, “no aprenderán”.

Pero, sobre todo, aconseja que “sean conscientes que la integración no se puede hacer en seis meses, lo mínimo que necesita un refugiado son tres años para integrarse o volver a su país si la situación lo permite”.

Snjezana, su marido y su hijo de 25 años han podido volver a Bosnia de visita, pero al ser un matrimonio bosnio-serbio-judío no de manera definitiva. Sus vidas están ahora y “para siempre” en Fuerteventura.

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