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¿Por qué sí a un Gobierno con 85 diputados?
Una de las ecuaciones falaces y trucadas que han manejado hasta la náusea esa amplia constelación que va desde el PP hasta Felipe González, y otros preclaros barones y baronesa del PSOE con el apoyo coreográfico de un gran cinturón mediático (por cierto, el editorial de hoy de El País contra Sánchez es de traca) es la siguiente:
Nuevas elecciones son una tragedia = facilitar un gobierno del PP para impedirlas.
Esta ecuación es un sofisma. Y lo son también cada una de las expresiones que la integran.
La primera, porque la celebración de unas terceras elecciones no es ninguna tragedia en la democracia. Justo al contrario que en una dictadura.
La segunda, porque hay más opciones que la de apoyar o abstenerse para facilitar la continuidad del PP y de Mariano Rajoy. La legitimidad de estas opciones descansa en los 13 millones de votos por el cambio. Así lo ha defendido este opinador ultraperiférico desde que se abrieron las urnas.
¿Cómo que no puede haber un gobierno minoritario sustentado, como suelo parlamentario, en los 85 diputados del PSOE?
Nuestra forma de gobierno es la de un régimen parlamentario racionalizado. La racionalización del parlamentarismo no responde históricamente a un motivo banal. Se incrustaron en el parlamentarismo clásico una serie de mecanismos destinados fundamentalmente a lograr la estabilidad del gobierno. La finalidad, evitar alianzas meramente tácticas entre partidos que sólo se ponían de acuerdo para acosar y bloquear la acción del gobierno. Desgastaban al gobierno, sí, pero al precio de desprestigiar el sistema parlamentario. Y, de paso, a la democracia. No fue casual que algunos de esos episodios dieran alas al fascismo y al nazismo.
Puesto a tener un gobierno en minoría y evitar las elecciones ¿qué gobierno sería el más estable? ¿Uno del PP, que partiera de sus 137 diputados, o un del PSOE sobre la base inicial de sus 85?
En mi opinión, aquel que -una vez investido su presidente- sea más difícil de derribar.
Un ingrediente clave del parlamentarismo racionalizado es la necesidad de contar con mayoría absoluta para derribar al gobierno mediante la moción de censura. Así es nuestra forma de gobierno.
Por tanto, en la línea de partida tiene más posibilidades de afianzarse el gobierno frente al que sea más difícil juntar 176 diputados. Los hechos ya han demostrado la vulnerabilidad de los 137 diputados de un PP aislado y con un desprestigio creciente ante la opinión pública española e internacional, debido a la marea de sus casos de corrupción. Que no amaina, sino que arrecia.
En el escenario actual de la política española es mucho más factible organizar una flota de 176 contra el PP que contra el PSOE. Y éste es un factor que se empeñan en ocultarnos los de la gran coalición, sea ésta expresa o de tapadillo.
A partir de ese dato, hay fórmulas. Desde un gobierno en minoría pura y dura, que tendría que negociar su programa legislativo o ley a ley; pero con mimbres y alianzas potenciales para hacerlo. O un gobierno que arranque con apoyos parlamentarios más amplios, que podrían llegar hasta la formación de un “gobierno del cambio”.
“En todavía” queda otra falacia: la de que el PSOE facilite la investidura del PP y luego ejerza una rotunda oposición. Como si todavía PP y PSOE estuvieran solos en la escena. En el bipartidismo, vamos.
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