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Ismos vs istmos

Manuel Ángel Santana Turégano

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Quizá porque aquí las revoluciones liberales nunca acabaron de derribar al Antiguo Régimen entre nosotros el igualitarismo nunca ha tenido mucho predicamento. ¿Recuerdan aquello que decían los revolucionarios franceses de “libertad, igualdad y fraternidad”? Pues parece que aquí no le hacemos mucho caso. Lo cual no es del todo extraño, si tenemos en cuenta que hasta no hace tanto se enseñaba en las escuelas que las revoluciones burguesas, hijas intelectuales de la Ilustración, eran la fuente de casi todos los males de nuestra civilización. Empezamos un nuevo curso académico en medio de la parálisis del curso político. Novedades de los tiempos modernos: un padre haciéndole una foto con el móvil a su hijo, en la entrada de la Facultad, el primer día de clase. ¿Es eso una celebración del espíritu igualitarista? Por fin la universidad se ha democratizado, el saber es accesible a todos, pensarían algunos. Pero, como repiten muchos rectores en sus discursos, si las universidades son apreciadas socialmente es, sobre todo, en la medida en que se les considera un “ascensor social”. La expresión se suele ver siempre como algo positivo: las universidades, mediante el acceso a la formación, permiten a los hijos de las clases medias y bajas ascender socialmente y acceder a la clase profesional. Pero es curioso que no se vea que para que un ascensor funcione medianamente bien implica que para que unos puedan subir otros, necesariamente, han de bajar. 

Vivimos tiempos de profundo malestar social. La parálisis de la clase política, la crisis climática, la subida de las hipotecas, de los precios del aceite y la gasolina, la inflación, en general. La cuestión territorial, la inmigración. Por todos lados la gente parece quejarse de que “el sistema no funciona”. ¿Cuáles son las posibles soluciones a la crisis? Por parte de la derecha, la solución parece pasar por una disminución del peso del Estado: ya se sabe, hay demasiados políticos, demasiada burocracia, demasiados funcionarios que no dan un palo al agua y viven del cuento. Para los nacionalismos, la fuente de todos nuestros males es que “a los nuestros” no se les trata como debería. Los catalanes quejándose de los trenes, los canarios quejándose de que España no compensa la lejanía e insularidad y los españoles quejándose de que las “concesiones” a otras formas de vida están atacando a la nuestra. Y luego está lo que se ha dado en llamar wokismo, esa izquierda identitaria que ha acabado fagocitando a casi toda la izquierda: el problema es que a los nuestros (a los de nuestra minoría) no se les trata como merecen. 

En lugar de tantos ismos, lo que necesitaríamos son más istmos. Los istmos son aquello que nos une, y que convierten lo que de otra manera serían islas en parte de un todo mayor. La vida social se ha visto reducida a individuos que viven aislados, como islas, sin ser conscientes de que son partes de algo mucho más grande, que, en último término, alcanza a toda la especie humana. Quejas de alumnos, padres, profesores y otros agentes respecto a la universidad, y en general, respecto al sistema educativo. Quejas de los ciudadanos y empresarios respecto a la administración. Quejas de los unos frente a los otros y de los otros frente a los unos. ¿De qué se queja toda esta gente? Esta gente no se queja de que el sistema discrimine a unos y favorezca a otros. De lo que se queja es de que el sistema favorezca a otros y no a ellos. Y ahora que nos hemos vuelto ferozmente meritocráticos el problema es que, para todas las madres (y padres) sus hijas (e hijos) son las más guapas, las más listas, las que más sacrificadas, y si el sistema no les da “todo”, es que les están discriminando. Menos ismos, y más istmos. Quizá la única forma de construir un futuro en el que todos podamos encontrar nuestro lugar en la sociedad es recuperando un mínimo igualitarismo que parecemos haber perdido. No hace tanto lo que se reclamaba era la igualdad: todos somos hijos de Dios, decían los demócratas cristianos, al tiempo que comunistas y socialistas reclamaban la igualdad como un valor, y los liberales reclamaban que la ley tratara a todos por igual, acabando así con los privilegios del antiguo régimen. Desde entonces, parece que hemos profundizado más en los ismos y menos en los istmos. Ya va siendo hora de recuperarlos. Menos ismos y más istmos.

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