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Milei, líder anarcocapitalista

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‘Líder anarcocapitalista’, llaman en círculos mediáticos argentinos a Javier Milei, presidente del país. Acaparó la atención durante la campaña electoral, cuando fue fácil descubrir a un político estrafalario que luego triunfó con rotundidad, contra pronóstico, motosierra en mano en algunos de sus mitines. El pueblo argentino le reía las gracias y no pareciera que aquel candidato extravagante y díscolo, rupturista, con aquella pinta, diciendo boutades, una tras otra, fuera a merecer la confianza mayoritaria del pueblo argentino, cansado -todo hay que decirlo- de décadas envueltas en farsas políticas, en fraudes y manipulaciones múltiples. Más o menos, con las mismas caritas, las mismas o parecidas familias, los ánimos excluyentes y parecidas pasiones… interesadas.

“¡Viva la libertad, carajo!”, convirtió en grito de guerra o de ánimo, arengando a quienes se sumaban a su causa. Libertad que significaba fiar al mercado y al tanto vales todo lo negociable para ir desmontando el supuesto paraguas de lo público bajo el que se cobijaban todos los que podían, aunque no lo necesitaran. Fue creciendo así un gigantesco fraude que terminaba colapsando, bloqueando la productividad económica y arrastrando al país por sumideros pesimistas y malolientes, rutinarios y desesperanzados. 

Pero el grito no lo es todo, sobre todo cuando el pueblo compruebe que los privilegios siguen siendo o vuelven a ser de unos pocos, cuando predominen ciertas clases y cuando el malestar se acreciente porque es inevitable, porque los recursos no alcanzan y porque el liberalismo y sus recetas no tienen en cuenta lo  básico. La inflación sigue al galope tendido. Y Milei marcó territorio: no quiere saber nada de justicia social, de ampliación de derechos, de inclusividad y de igualdad. Sencillamente, así no puede haber bienestar. 

El grito hasta se vuelve incoherente. El presidente argentino se enfrasca en la denominada batalla cultural, más allá de la política. Le traicionan, además, esos tics autoritarios que, por mucho que vuelvan las banderas victoriosas y vuelva a nevar en las montañas, disgustan y contrarían a amplios sectores de la ciudadanía que ya saben lo que es convivir en pluralismo ideológico, algo que, poco a poco, los aprendices de dictadores van despreciando y recortando. 

Es un estallido paradójico ese grito si se tienen en cuenta sus primeras medidas referidas al universo mediático. Argentina es unos de los países con mayor número de canales de noticias y publicaciones. Se trata de debilitarlos, extravagancias incluidas, no importa que se registren fuera del país. Se trata de ir socavando el poder –el que puedan tener- de los medios críticos, a los que considera “formadores de opinión ensobrados”, o sea, todos aquellos que reciben ayudas económicas para hablar bien o mal de alguien o de alguna entidad cuya dirección disgusta. ¿De qué libertad va a presumir cuando en su discurso de toma de posesión anunció el cierre de la agencia estatal de noticias Télam, fundada en 1945, la mayor de América Latina?

Con razón, delegados sindicales de la agencia que asistieron a su cierre en medio de un fuerte operativo policial –ya saben, la demostración/exhibición de poderío y sus secuelas intimidatorias-, afirmaron que se trataba de un ataque a la libertad de expresión, inédito en el país. Añadieron que no habían visto nada igual. Pues que se vayan acostumbrando, las políticas de recesión y los tics terminan haciéndose habituales. En ese contexto, no hay carajo que valga. Ya lo verán.

‘Líder anarcocapitalista’, llaman en círculos mediáticos argentinos a Javier Milei, presidente del país. Acaparó la atención durante la campaña electoral, cuando fue fácil descubrir a un político estrafalario que luego triunfó con rotundidad, contra pronóstico, motosierra en mano en algunos de sus mitines. El pueblo argentino le reía las gracias y no pareciera que aquel candidato extravagante y díscolo, rupturista, con aquella pinta, diciendo boutades, una tras otra, fuera a merecer la confianza mayoritaria del pueblo argentino, cansado -todo hay que decirlo- de décadas envueltas en farsas políticas, en fraudes y manipulaciones múltiples. Más o menos, con las mismas caritas, las mismas o parecidas familias, los ánimos excluyentes y parecidas pasiones… interesadas.

“¡Viva la libertad, carajo!”, convirtió en grito de guerra o de ánimo, arengando a quienes se sumaban a su causa. Libertad que significaba fiar al mercado y al tanto vales todo lo negociable para ir desmontando el supuesto paraguas de lo público bajo el que se cobijaban todos los que podían, aunque no lo necesitaran. Fue creciendo así un gigantesco fraude que terminaba colapsando, bloqueando la productividad económica y arrastrando al país por sumideros pesimistas y malolientes, rutinarios y desesperanzados.