Él era el hombre llamado a evitar que los parlamentarios bajaran el telón de la legislatura en un rol de tramposos en el que parecen no sentirse incómodos. Era el hombre llamado a dotar de dignidad al Parlamento. Pero quiso escapar del asunto Amorós, y para ello hubo de comprobar en carne propia que la dignidad y la grandeza no están para todos. Se va un mediocre ingeniero y un vulgar político, que carente de talento pudo añadir honestidad a su alta representación. Y no lo hizo. Sólo el diario El Día lo va a echar de menos. El resto seremos más felices, porque estaremos más seguros. Hace pocas fechas la sombra de la corrupción alcanzó al presidente. A veces, esa zona umbría ha llegado al presidente de los Estados Unidos o de la república francesa y, en esos casos, ellos consideran un honor, además de una servidumbre, defender su integridad como lo haría cualquier ciudadano. Adán Martín no. En su pedestal, y por ello confundiendo su estatura, como glosaba el Mairena de Machado, se puso rabioso y durante días Canarias fue irrespirable. La conclusión es que hoy estamos llenos de dudas. ¿Mintió el presidente cuando afirmó que sólo recibió llamadas de cortesía? ¿Jamás llamó al empresario investigado? ¿Tendremos derecho a saberlo algún día? Hace meses en CANARIAS AHORA RADIO se dijo, de forma acaso innecesaria, que Adán Martín presidía el Gobierno más corrupto de la historia de Canarias. Otra vez el tira y afloja, la sombra de la querella. Aceptamos en su día que acaso fue un exceso. Pero al finalizar la legislatura decimos con amargura que no nos equivocamos. En la acepción de descomposición o degradación que tiene la palabra corrupción, aquella afirmación fue un calificativo avant la lettre que define la legislatura. Adán nunca creyó en la moratoria y por ello permite el espectáculo de las camas. Adán no cree en el honor de las personas, porque sólo le preocupa el suyo. Adán no cree en la verdad, porque permite la mentira. Adiós, presidente.