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La involución neoliberal de Rajoy por Octavio Hernández

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En primer lugar, parece que el Partido Popular concibe la paz social como un bien dado de antemano, permanente e inmutable, tan flexible como las cúpulas de CCOO y UGT, es decir, una paz genuflexa. Y que, por lo tanto, nada va a pasar, nada grave, y somos pérfidos agoreros quienes llevamos tiempo previendo una época de violencia colectiva desordenada y desentendida del consentimiento de ciudadanía, de los consensos básicos que sostienen el sistema político regulado en los pactos de 1978, como resultado de las políticas antirecesivas socialmente injustas y lacerantes que se anunciaban. Uno ve que los griegos han aprendido a luchar y que aquí aún estamos desaprendiendo, la gente de abajo desconoce la necesidad del conflicto, lo rechaza de manera refractaria. En vez de aprestarse a la acción en defensa de sus vidas, pues ya no están en juego las condiciones de vida, sino la vida misma, millones de trabajadores se comportan como si fueran proyectos frustrados de empresario, titubean ante la perspectiva del choque, piensan salvarse sin enfrentamiento porque a ellos, a cada uno o una, no nos tocará. Pero los decretos y su desarrollo están ahí, a la vista de todo el mundo. ¿Cuánto va a durar la paz social en la situación de terrorismo social desatado por el gobierno de Rajoy? No lo sé, pero darla como algo garantizado y tomar decisiones que, en la forma y el contenido, la socavan, es una mala manera de exponerse y exponernos a la violencia. Será que no les importará dar palos y que cuentan con que van a tener que darlos a diestro y siniestro a los resistentes que se atrevan a plantar cara. Pienso en la foto fija del votante del Partido Popular de 2011 que recibe un porrazo en alguna calle de alguna ciudad porque, con la reforma laboral, él y sus compañeros, han acabado en la calle. Esa escena se va a repetir miles de veces. No me complace. Son trabajadores.

El derecho laboral que acaban de cargarse es la condensación jurídica de miles o millones de conflictos, la paz social es un bien jurídicamente protegido no sólo por el Código Penal, como piensan en el PP, sino principalmente por el Estatuto de los Trabajadores y toda la normativa y jurisprudencia nacidas al calor de su aplicación durante décadas. Llevarse por delante todo eso es una forma de aporrear, con ganas, a las puertas del infierno. Aznar parecía insuperable, por soberbio o por estúpido, pero el gobierno de Rajoy, con cerebros made in USA gestados en el entorno de la embajada norteamericana, pasará a la historia como el más irresponsable de la reciente miseria política española.

En segundo lugar, ¿de qué se ríen los representantes de la CEOE? Les propongo un ejercicio: esto no es un juego entre empresarios y trabajadores. No, no es solamente eso. Si rascan un poco verán que debajo está el juego del mercado entre productos o servicios y consumidores. Donde los desaprensivos neoliberales de la CEOE y sus adláteres jalean que los decretos incalificables de Rajoy vayan a “machacar a los trabajadores que-me-quie-ro-sa-car-de-en-ci-ma”, hay que hacer otra lectura: en realidad, se machaca a los consumidores. ¡Se han olvidado de los consumidores! Y entonces, ¿quién va a comprar los productos y servicios de tu empresa? Quieren meter mano en los funcionarios y empleados públicos, despotricando de su buena vida más que supuesta, pero el hecho es que la medida de la buena vida es la medida del poder adquisitivo de los salarios, de la capacidad de consumo obtenida trabajando en unas condiciones aceptables. Y esto no se quiere ver. Los decretos de Rajoy van a provocar el cierre de miles de empresas, pronto lo veremos, pues caminando a uña de caballo hacia los seis millones de parados, alguien tenía que haber advertido que los ajustes de plantilla y empleos que las empresas podían hacer para evadir la quiebra, ya se han hecho. ¿De dónde si no han salido esos desempleados? Asaltar ahora al personal de las administraciones públicas, la única reserva que queda de consumidores en extinción, raya la locura, es dinamitar los puentes de la recuperación. Porque facilitar hasta el extremo el despido libre, en la situación descrita, es hacer recaer sobre los consumidores, millones de asalariados, el peso de las medidas coercitivas, provocando una contracción del consumo que rematará a miles de empresas. Es algo tan evidente que me pregunto en qué mundo viven los dirigentes del Partido Popular.

En tercer lugar, parece que a partir de ahora va a comenzar una rotación masiva de empleos en las administraciones gobernadas por el Partido Popular. Con la reforma laboral en la mano, va a desaparecer hasta la mínima sensación o decoro de igualdad en el acceso a los puestos de trabajo de interés público por mérito o capacidad. La razón es sencilla y constituye otro elemento que se les ha escapado a nuestros alegres derechistas amantes del marisco a proa. La igualdad en la salida es la garantía de la igualdad en la entrada a un empleo. Si dejamos de ser iguales a la hora del despido, porque ya cualquier cosa vale para sacarte del puesto, entonces se van a producir, proporcionalmente, tremendas arbitrariedades en el acceso. La rotación consiste en eso: unos saldrán y otros entrarán, pero la facilidad con que se puede ahora extinguir la relación laboral hará que el mérito, la capacidad, la cualificación, la experiencia, la antigüedad, en fin, todo lo que le da valor añadido al desempeño, pase a segundo plano frente al autoritarismo arrollador de los militantes, simpatizantes y familiares del Partido Popular, que rabian por entrar a disfrutar de lo que tú, empleado público, tienes. Sí, antes también había enchufes, claro, pero la reforma laboral de ahora es radicalmente distinta, crea y legaliza una situación de enchufismo de hecho, acorde al número de gaviotas en el mapa territorial político-administrativo español. Esto me recuerda a los sistemas corporatistas de la democracia orgánica, es antesala del fascismo burocrático. No cabe duda que otorgará un inmenso poder al Partido Popular, a lomos del abuso sin tino de la mentira en propaganda y de las victorias electorales que han cosechado o cosecharán aún por un tiempo. La cuestión es si el régimen democrático de 1978 está para esos trotes. Me digo, dónde nos meten; y me respondo: a por ellos.

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