La demanda de don José gira en torno a un fundamento que tiene su lógica por tratarse de quien se trata: asegura que Carlos E. Rodríguez ha mermado su honor al poner en duda su amor por Tenerife. Es decir, que el mero hecho de haberse planteado vender El Día, santo y seña del tinerfeñismo profundo, estrella y guía de la auténtica Nivaria, era tanto como renunciar a los principios que cada día inspiran su línea editorial. Para más inri, el artículo apareció publicado en el Diario de Avisos, periódico con el que El Día ha mantenido más de una refriega pública por un quítame allá esos ejemplares, esa medalla de Tenerife, ese coleccionable o tú serás el decano, pero yo atesoro las esencias. El caso es que la negociación para la compra-venta existió, igual que existieron varias renuiones, del mismo modo que se celebró el encuentro en una suite del Mencey. Allí hubo testigos de lo hablado, y de cómo don José renunció a un suculento cheque que ya estaba extendido no sin antes afirmar, cuando estuvo a punto de coger las perras, que temía dar un enorme disgusto a su mujer.