Arte y resistencia para denunciar las consecuencias desiguales de la contaminación medioambiental

Alicia Justo

Las Palmas de Gran Canaria —

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Varios frascos de productos tóxicos perfectamente colocados en estanterías de madera forman parte de El museo del veneno, que funciona como metáfora del “envenenamiento silencioso” que sufren en algunas partes de África bajo el manto del desarrollo y la ciencia. Esta es una de las piezas de la exposición artística El fuego silencioso. Territorio, resistencia y crisis medioambiental que alberga Casa África en Las Palmas de Gran Canaria hasta el 14 de agosto y que aborda las consecuencias desiguales de la degradación ecológica en el planeta a través del vídeo, la fotografía o la pintura.  

Comisariada por el lanzaroteño Adonay Bermúdez, la muestra contiene once piezas de nueve artistas procedentes de África, América, Europa y Oceanía, con las que busca poner el foco en el impacto de la contaminación en el territorio y en las poblaciones que lo habitan. Desde Nigeria, Sudáfrica, Argelia y también desde Canarias, las piezas hablan de una problemática que, aunque teóricamente global, no afecta a todas las partes por igual. “La exposición se centra en la contaminación ambiental y en todas aquellas consecuencias que se generan de la misma, como pobreza extrema o migraciones forzosas. Siempre digo que utilizo el arte como forma para entender mejor el mundo en el que vivo”, resalta su comisario.

La muestra refleja la violencia, contaminación y pobreza extrema en Sudáfrica con Kai Lossgott,  Mduduzi Nyembe y Bandile Gumbi;  la quema de combustibles fósiles en Nigeria con Nnenna Okore, el extractivismo salvaje con Elena Lavellés, las relaciones de poder entre África y Europa a través de una planta de reciclaje de metales peligrosos en Nigeria con Enoh Lienemann o la peligrosidad de la fumigación con productos tóxicos en los terrenos agrícolas. Precisamente en esta obra, la que recibe el nombre de El Museo del veneno, su creador Marck Dion denuncia las prácticas neocoloniales de gestión de desechos tóxicos que acaban, principalmente, en el continente africano. En los últimos años, algunas zonas de África han sido utilizadas como vertederos para los residuos industriales procedentes del norte global. 

Las piezas que forman parte de la muestra están inspiradas en la degradación medioambiental que asola partes del continente africano. El foco en esta zona de la tierra no ha sido casual. Una parte de su población, ya de por si marginalizada, padece grandes problemas derivados de la contaminación del aire, del agua y del suelo, la industrialización sin planificación, del extractivismo intensivo, quema de residuos, generación de energía basada en combustibles fósiles, derrames de petróleo y la existencia de vertederos al aire libre de desechos electrónicos, ropa y otros residuos, que proceden en su mayoría de los países occidentales. Esta situación se agrava si se tiene en cuenta que África sufre de manera virulenta las consecuencias del cambio climático, como inundaciones o sequías, cuando, según la ONU, solo emite entre el 2 y 3% de gases de efecto invernadero.

Este fenómeno en el que las cargas medioambientales se reparten de manera dispar, se popularizó en los años 80. “El racismo medioambiental es un concepto clave para componer esta exposición. Podemos definir el racismo ambiental como la injusta distribución de riesgos ecológicos que afecta desproporcionadamente a comunidades marginadas, exponiéndolas a contaminación, desastres y falta de recursos”, detalla Bermúdez. La degradación medioambiental desigual deja un impacto a nivel social y económico que contribuye a la pobreza y a los conflictos por los recursos. También se encuentra detrás de las razones que impulsan a muchas personas a migrar hacia territorios más seguros. De ahí que desde hace años haya cobrado fuerza la figura del migrante medioambiental que, tal y como lo define la OIM, es aquella persona que por razones de cambios repentinos o progresivos en el medio ambiente que afectan negativamente a su vida, se ve obligado a abandonar su hogar habitual.

Canarias, territorio que también sufre la degradación medioambiental

El fuego silencioso, que es al mismo tiempo el verso de un poema del nigeriano Niyi Osundare, alude a estas prácticas que sin hacer un ruido explícito han tenido un impacto en el entorno, a veces, con consecuencias para las generaciones futuras. La artista Gabriela Bettini esboza a través de la pintura una crítica a una de las prácticas coloniales que han dejado huella en el continente africano. La creadora usa como fondo el desierto argelino, donde en la década de los años 60, Francia realizó varios ensayos nucleares. Bettini denuncia las alteraciones paisajísticas y humanas que este hecho dejó en la zona y se cuestiona a través del color cómo esos espacios, concebidos en Occidente, como vacíos y desolados, son realmente refugios de la memoria, la historia y la vida. 

La exposición no ha podido obviar la situación de vulnerabilidad medioambiental en la que se encuentra el archipiélago canario. “En Canarias, el racismo ambiental se manifiesta cuando el turismo de masas prioriza intereses externos, saturando recursos naturales y degradando el entorno. La población local sufre precariedad laboral, encarecimiento de la vida y pérdida de acceso al territorio, reproduciendo desigualdades estructurales que relegan sus derechos frente a dinámicas extractivas globales”, subraya Bermúdez. 

Como contrapartida al silencio de la degradación, las resistencias hacen ruido y se expresan, también a través del arte. Acaymo S. Cuesta rememora a través de su pieza el pasado no tan lejano de uno de los principales centros turísticos de las Islas. Con una foto de gran tamaño de Maspalomas en 1968, se evidencia el profundo cambio que ha sufrido la zona, en la que se ha pasado de ubicar extensos tomateros a albergar algunos de los complejos turísticos más grandes de Gran Canaria. En el centro de la imagen hay una superposición, con la que Acaymo recuerda la finitud de los recursos naturales. Y también, quizá, humanos. Por su parte, Germán Páez a través de una serie de fotografías visibiliza la  proliferación de vertederos ilegales en La Graciosa, isla integrada en el Parque Natural del Archipiélago de Chinijo, un ecosistema frágil y que contrasta con la acumulación de residuos.