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El dinero público no es de nadie

Antonio Rodríguez

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Y nunca se acaba. Esta es la falsedad en la que muchos viven, incluso después de haber sufrido innumerables consecuencias, como la no reparación de un hueco enorme en su calle, el menor número de horas de refuerzo que nuestra hija con Trastorno de Déficit de Atención tiene en el colegio, los cortes de agua un día sí y al mes también, el retraso una vez más de nuestra cita con el ginecólogo, etc.

No se entiende esta falacia permanente en la que seguimos viviendo, a pesar de los recortes que hemos sufrido por hacer depender a los estados de la economía financiera, o sea aquella que genera productos y más productos, que no son más que papel o trading de alta frecuencia, sin relación directa con la economía real y productiva.

Bajo estas circunstancias, en nuestro día a día, muchos de nosotros cuando dejamos caer algo al suelo en la calle y no lo recogemos, cuando ponemos la basura en los contenedores fuera de hora, cuando no colaboramos con la recogida selectiva de la materia orgánica en El Paso, cuando nuestros perros cagan por todos lados, cuando los vándalos rompen el mobiliario urbano, cuando el funcionario no cumple con sus obligaciones, cuando el político autoriza obras faraónicas innecesarias, etc, sólo nos estamos empobreciendo, porque esos comportamientos, y otros muchos de similar categoría, requieren recursos públicos para su restauración, recursos que sólo pueden salir de los impuestos de los contribuyentes; o sea, que el dinero público es nuestro y siempre se acaba. Sin olvidar la mala imagen que tanta obra inacabada, basura en la calle, mobiliario urbano destrozado, contenedores apestando, etcétera, ofrece a nuestro tan necesario visitante.

Por todo ello y por otras tantas razones, cuando escucho a varios dirigentes de Podemos como Pablo Iglesias y allegados como Ada Colau, que ‘están encantados con el escenario de unas nuevas elecciones’, elecciones que tienen un coste de 130 millones de euros, me hierve la sangre porque todo es comparar con aquel que ha robado o gastado más, en lugar de ponerse en la piel del obrero que cobra el salario mínimo o del autónomo que paga religiosamente su seguridad social, aunque no haya facturado nada ese mes. Porque es del trabajo que realizan pequeñas pymes y esas personas, o sea de la mínima aportación que realizan los que menos ganan, y no de la retención que le efectúan a esos insolidarios, de donde sale el dinero para sufragar los servicios públicos que todos demandamos y unas nuevas elecciones. Como conclusión, estos nuevos salvadores de patrias y la mayoría de las personas, viven pensando que el dinero público no es de nadie, y así los malos seguirán campando por nuestro país, sin que nada cambie.

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