La Navidad suele intensificar el dolor de las familias que atraviesan un duelo, especialmente cuando hay niños. Las tradiciones, las reuniones familiares y la presión social por “estar felices” hacen más evidente la ausencia de la persona fallecida, generando tristeza, confusión y desilusión en los más pequeños.
Tras numerosas entrevistas a jóvenes que perdieron a su padre o a su madre siendo menores de catorce años, concluimos que todos expresan una experiencia común: las primeras Navidades sin esa persona tan significativa, estuvieron marcadas por la falta de motivación para afrontar las celebraciones y por lo duro que resultó soportar los pequeños gestos cotidianos. Con el tiempo, las familias recuperaron algunas tradiciones y crearon otras nuevas cuyo objetivo fue integrar la ausencia, sin negarla.
No existe una única manera correcta de afrontar estas fechas. Cada familia debe hacer lo que sienta que necesita en cada momento, buscando un equilibrio entre recordar y seguir adelante. Durante ese periodo de duelo, es normal que convivan alegría y tristeza, y que compartir las emociones de forma contenida ayuda a los niños a comprender que sentirse tristes es natural.
La forma en que los niños viven el duelo varía según su edad. Los menores de cinco años no comprenden la permanencia de la muerte y pueden mostrar conductas regresivas; entre los seis y once años comienzan a entenderla y suelen expresar su dolor con preguntas, enfado o síntomas físicos; en la adolescencia, la pérdida puede manifestarse como apatía, ira intensa o dificultades de concentración.
Como especialista en psicología infantil puedo afirmar que el punto fundamental es no ocultar la verdad. Explicar la muerte con honestidad, serenidad y un lenguaje adaptado a la edad del niño facilita el proceso de duelo y refuerza la confianza con los adultos. Así mismo, mostrar tristeza delante de ellos es saludable, siempre que no resulte desbordante y se les transmita que los adultos, a pesar de su tristeza, siguen disponibles para consolarlos y compartir con ellos los momentos de alegría y también los tristes.
Es importante evitar el silencio, en lo que respecta al ausente en Navidad. No hay que huir de una conversación en la que se recuerde al familiar fallecido, al recordar algunas anécdotas divertidas, por ejemplo. Los niños tienen que darse cuenta de que recordamos con agrado que esa persona formó parte de nuestra vida y que compartimos momentos hermosos, que en el presente añoramos.
Una estrategia que facilita que validemos las emociones y procesemos la pérdida en familia, es la de crear pequeños rituales. Una foto o un pequeño objeto que perteneció a ese familiar puede simbolizar su presencia.
Si la situación nos resulta demasiado abrumadora, es recomendable que varios adultos puedan ejercer el rol de acompañante del niño en su dolor. Recordemos que los adultos cercanos a la persona fallecida, también tenemos derecho a desfallecer. En ese caso, lo importante es que los niños no nos vean absolutamente rotos.
Pasados los momentos más significativos, como pueden ser la Nochebuena, la llegada de Papá Noël y los Reyes Magos, hay que volver a las rutinas. Dentro de esa normalización que considero necesaria, abogo por fomentar actividades al aire libre. Salir del hogar es muy saludable, ya que permite diluir la energía negativa y disipar esa “nube gris” que sobrevolará el ambiente familiar en esa época tan emocionalmente exigente como la Navidad.
FELIZ NAVIDAD
*María José Alfonso es psicóloga clínica