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Así. Tan fácil, tan deplorable

Andrés Expósito

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Las herencias sociales, religiosas y culturales, que de manera arraigada y despótica prosiguen asesinando, mutilando y sangrando a seres humanos en el actual presente, comporta una vez más, la ignorancia y los dictados al que quedan sometidos grandes masas de ciudadanos, en idéntica manera que rebaños cercados en un férreo e inquebrantable establo.

No parece, y no es, porque nunca ha sido, que una voz o un grito, dentro de dicho rebaño, convoque el desahucio y el destierro de dichas prácticas violentas. No lo es, nunca ha sido. Pero el documental de la cineasta Sharmeen Obaid-Chinoy, titulado Una chica en el río: el precio del perdón, no solo es un grito y una denuncia, es una realidad palpable e implacable, es el desgarro en el que habitan y residen cientos y cientos de mujeres en Pakistán. El documental relata lo sucedido a una joven que escapa de los denominados “crímenes de honor”, en la que, según la tradición y con el beneplácito de la legislación pakistaní, se pueden asesinar a mujeres para “limpiar el honor de su apellido”, sin que por ello, el homicida, aun siendo detenido y procesado, llegue a ser condenado. Simplemente le bastaría para quedar libre de una posible condena con aludir que todo ha sido un “crimen de honor”. En todo caso, con reunirse con los parientes y acordar una suma compensatoria, queda todo resulto.

Así. Tan fácil, tan deplorable.

Esta práctica, más rutinaria y estremecedora de lo que cualquier periódico o noticiero sería capaz de cuantificar o narrar, se ha cobrada una nueva víctima en los últimos días, un episodio más en un paisaje acostumbrado. Un padre asesina a su hija de 18 años en la ciudad de Lahore (Pakistán), después de que ella no quisiera contarle donde había pasado las últimas cinco horas. Las balas se mezclaron con la sangre, con la adolescencia, y echaron abajo la vida.

Así. Tan fácil, tan deplorable.

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