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En la mirada poliédrica de Olga Rivero Jordán

Antonio Arroyo Silva

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Hace ya muchísimos años que conocí a Olga Rivero Jordán. Eran esos tiempos en que la poesía comenzaba a tocar en mi puerta. Estamos hablando del año 1977 en el Ateneo de La Laguna. Mi amigo Juan Carlos Romano me dijo que una gran poeta llevaba una tertulia allí con poetas jóvenes y principiantes como nosotros. Allí estaba presente casi todo el aforo de la futura (y presente) lírica canaria actual con sus bondades y maledicencias. Precisamente por esto último Olga decidió dejar dicha tertulia; pero a Juan Carlos y a este que escribe nos dijo que acudiéramos a su casa situada en el Edificio Benito número 65, que allí continuaría.

Ese número 65, ascensor, pasillo, laberinto de Ariadna incluidos, puerta, ladrido de Cerbero, es la primera impresión que ahora me viene al pensamiento y a la memoria al leer el último poemario titulado Solar de manuscritos. Esa sala-comedor-biblioteca de Olga era un verdadero solar de manuscritos: amontonados junto a la inmensa cantidad de tomos de poesía, enciclopedias, novelas, montañas de folios garrapateados con letra segura y tachaduras. Manuscritos que casi desbordaban la estancia, pero que a Olga le daban esa atmósfera de personaje literario redivivo; pero no llegaba a ser bohemia, como afirma Daniel María en el prólogo de esta edición. Si como decía Olga poesía y vida son lo mismo, habría que tener en cuenta el temor que ella siente por la noche y la oscuridad. Sí, es un tema recurrente en ella; pero se trata de una noche observada desde su balcón y con la luminosidad del hogar. No es una transeúnte de la noche, como por ejemplo ese arquetipo Max Estrella de la obra de Valle Inclán: Olga es una hiladora de la luz, no de la sombra. Si a alguna poeta se parece es a la poeta uruguaya Marosa di Giorgio, incluso a Edith Piaf: poeta y cantante que asumen el dolor del mundo, pero que no se evaden de sus propios temores. Además, me consta que en ese solar que poco tiene de metáfora o hipérbole, entre tanto papel, ya estaban sembradas las semillas de lo que sería toda su obra posterior. Por ahí ya brillaban los zapatos que nuestra poeta se calzaría para andar por el mundo. Así el título de su primera obra, la plaquette Los zapatos del mundo.

Entrando en Solar de manuscritos, prueba de lo que digo véase en el poema «Paisaje»: Este montón de libros/ divierte al zángano/ escudriñador de papiros. / Con el polen/ en la punta de sus plumas/ ojea letras/ revuelca crímenes/ vertidos en los espíritus viajeros/ al apagarse las noches/ de estas perras ruinas/ gritos del marisqueño eco/ de ciertos abedules. Y no solo se matiza lo que digo de entonces, sino de una serie de hechos ocurridos con posterioridad, cuando aparecen esos «escudriñadores» en el paisaje de su solar. Sé por Olga Luis, su hija, y por Roberto Cabrera que los poetas, ahora tan aparentemente triunfadores, acudían en manada, muchos de ellos a escudriñar, muchos de ellos zánganos en busca de miel. Esto es importante decirlo porque la cosmovisión poética de Olga abarca todo el universo: el abstracto y el concreto. Y en esa frontera entre lo uno y lo otro la poeta plasma no solo su pensamiento poético sino su opinión e impresión positiva o negativa de las personas sobre todo poetas jóvenes en ciernes, que la rodeaban. Sus cuitas y sus desvelos. Olga prefería a aquellos jóvenes que se parecían a sus queridas palomas a las que puntualmente repartía su ración de millo en la plaza lagunera del Adelantado. Si no me creen, observen cómo empieza este poemario, esa referencia a Narciso que abre el Solar, esos jazmines que envidian su propio aroma en el espejo. Es decir, que recelan la nada.

Yo dije en cierta ocasión que en la Fábula Polifemo y Galatea, escrito por Góngora en el siglo XVII, se narra (de ahí lo de fábula) la muerte del Cíclope; es decir, la muerte de la visión unívoca del mundo y la inauguración en poesía de una visión absolutamente poliédrica (fíjense, Arozarena, Poliedros de mar). No quiero con ello establecer que la poesía de Olga Rivero Jordán sea gongorina o barroca, al menos en cuanto a la expresión. Sí participa Olga en cuanto a esa mirada, quizás ya no beba de la fuente de Góngora; pero seguro que sí de Fray Andrés de Abreu: misma visión, expresión sencilla, verso corto apoyado en la imagen y hasta en la alegoría. Pero no solo esto, también los poetas simbolistas, sobre todo Rimbaud, Dylan Thomas, Ezra Pound, los surrealistas, Whitman, Borges. La expresión poética de Olga es surreal en muchas ocasiones, pero habría que matizar que este surrealismo es producto de una rebeldía o respiración propia de nuestra autora, rebeldía y subversión sobre todo contra el lenguaje que acota la realidad y le impide ver el mundo tal como ella lo percibe. Olga se manifiesta con un lenguaje doblemente fronterizo: como mujer que vive entre el lenguaje de un patriarcado que pretende estereotiparla y esa riqueza interior; y, como poeta, consciente de poseer una mirada poliédrica y que el lenguaje, en este caso poético, no le alcanza para esa expresión, de ahí le viene su irrupción en lo onírico. Poeta mujer sí, pero que irrumpe con voz propia y sin ambages en el territorio de la Poesía. Lean el poema «Matiz»: Eres la diosa matizante/ de un universo/ donde peinas cabelleras/ con trenzas anudadas/ a tu corazón repleto/ de ternura. Diosa deseada y deseante, quizás como Juan Ramón Jiménez, pero no esa Cibeles que devora a sus criaturas. No ronda Nietzsche por este solar, tampoco Epicuro.

El estilo de Olga Rivero Jordán es único e irreemplazable, producto de un mestizaje expresivo y una memoria poética que recorre desde el primer balbuceo hasta la mayor profundización en el espíritu humano. Su verso seguro va más allá de los límites académicos de escuelas, generaciones, movimientos y prosodias. Su ritmo a veces desenfrenado, pero, concretamente en Solar de manuscritos, encontrando una armonía extraña que hermana los sentidos, así como el propio cuerpo con los objetos rutinarios. No renuncia Olga a las asonancias, yo diría que más bien son resonancias. Tampoco al silencio ni a la música, sobre todo al jazz.

Pero volvamos a ese Solar de manuscritos y al poema homónimo: Una manada de ojos/ culebrea/ en un millón de pensamientos. / Me hilan con hormigas/ caravana de lunas/ del sol más lluvioso de este cuerpo. Cuerpo físico y cuerpo del poema que nuestra hiladora de luz está tejiendo (los poemas de Olga siempre transcurren en un instante atemporal) en el éter del mundo supralunar que ya decía Aristóteles: el mundo sublunar está compuesto por los elementos del arjé y el supralunar por el éter, es decir, ese quinto elemento del que se alimentan los dioses y, por tanto, la poesía.

Hay mucho más que analizar en este entramado repleto de caminos que se bifurcan, en palabras de Borges. Solar de manuscritos es un laberinto y a ustedes les corresponde no ya hallar la salida o toparse con el Minotauro de Olga, sino encontrar ese sendero que los lleve a solar donde habitan ustedes mismos. Sigan las señales y cójanse de la mano tierna que Olga Rivero Jordán les brinda. Encuentren en ella a la maestra que encontré yo.

Antonio Arroyo Silva

Gáldar, 2019.

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