Pequeños fuegos controlados podrían proteger al pino canario de los incendios
La sociedad canaria ha interiorizado tanto el rechazo al fuego, que los incendios han descendido en las islas a cifras muy pequeñas, pero cada vez son más intensos. Un estudio cuestiona ahora ese enfoque y defiende que quizás pequeños fuegos controlados prevengan incendios devastadores.
Expertos en ecosistemas de las universidades de Lleida y Berkeley (California, EEUU) y el Cabildo de Gran Canaria publican este mes en la revista Forest ecology and management (Ecología y gestión forestal) un estudio sobre cómo ha cambiado el régimen del fuego en Canarias en el último siglo y medio, con un enfoque novedoso, porque, por primera vez, “dan la palabra” a los propios árboles.
El trabajo, coordinado por Domingo Molina, director del Máster sobre Incendios Forestales que imparten las universidades de Lleida, León y Córdoba, examina 68 muestras de los troncos de pinos centenarios vivos y de viejos tocones tomadas en bosques de Tenerife (40), La Palma (22) y El Hierro (6) para analizar si presentan cicatrices de incendio y qué historia puede extraerse de ellas.
El pino canario, que cubre más de 70.000 hectáreas de bosque en el Archipiélago, es una especie propia de las islas a la que la evolución ha dotado de una resistencia al fuego casi sin parangón en la naturaleza, hasta el punto de que no solo sobrevive a la mayor parte de los incendios, sino que incluso ha convertido a las llamas en sus aliadas (parte de sus piñas solo liberan sus semillas a temperaturas muy altas).
El estudio de esos 68 pinos permite reconstruir la historia de los incendios desde mediados del siglo XIX en sus tres islas de procedencia, a partir de las cicatrices que dejaron en ellos los fuegos (805 en total, casi doce de media por árbol).
El trabajo revela que, hasta mediados del siglo XX, esos pinares sufrían un incendio cada muy poco tiempo (1,4 años en Tenerife, 1,7 en La Palma y 5,3 en El Hierro), lo que sugiere algún tipo de uso del fuego periódico en los bosques por parte del hombre, porque las igniciones naturales (generalmente por rayos) resultan muy escasas.
Las heridas por fuego que muestran esos troncos “descienden dramáticamente a partir de 1960”, pero las cicatrices posteriores a esa fecha también sugieren incendios mucho más importantes.
“Es algo que nos imaginábamos y que se está dando en todo el territorio. Antiguamente, se extraía muchísimo material del monte, no había butano ni vitrocerámicas, se recogía mucha leña y los montes estaban de otra manera”, explica a Efe el ingeniero analista de incendios forestales del Cabildo de Gran Canaria Federico Grillo, uno de los cinco firmantes del artículo.
Sin embargo, la llegada de combustibles fósiles a los hogares y el abandono del campo trastocaron el uso de los montes, estos empezaron a acumular pinocha, arbustos, leña... y los incendios comenzaron a ser mucho más importantes, lo que llevó a la creación de las primeras brigadas de extinción (las del ICONA son de esa época). El buen trabajo de la brigadas redujo aún más el número de fuegos, pero, con el monte abandonado al crecimiento natural, los pocos incendios registrados fueron más devastadores que antes.
“Es lo que llamamos la paradoja de la extinción, o paradoja del bombero. Cuanto mejor eres apagando incendios, peores incendios tienes. Es lo que está pasando en la actualidad”, resume Grillo.
El artículo defiende una tesis que puede resultar controvertida en una sociedad donde ha calado la tolerancia cero al fuego: “El uso controlado del fuego en pequeños intervalos puede reducir la probabilidad de grandes incendios en Canarias”, escriben los autores, desde la constatación de que la frecuencia de los incendios forestales en las islas se ha reducido a bastante menos de la mitad en medio siglo, pero la voracidad del fuego se ha disparado.
Se podría objetar que las administraciones deberían destinar más recursos a limpiar los montes, aunque Grillo lo rebate: “En Gran Canaria hemos hecho los cálculos y si dedicáramos el presupuesto completo de un año del Cabildo a ello, contratando a 10.000 personas para formar 1.500 brigadas, solo podríamos limpiar el 30 % de la isla... y al año siguiente habría que empezar de nuevo”.
El Cabildo de Gran Canaria, explica este ingeniero, se ha convertido por ello en pionero en Europa en investigar los usos controlados del fuego en el bosque, y quema de forma segura cada año entre 100 y 150 hectáreas con una triple finalidad: proteger viviendas e instalaciones públicas, abrir corredores que impidan la propagación del fuego y entrenar a sus brigadas forestales.
Los autores de este artículo van más allá y sugieren que los pinares canarios necesitarían un buen uso del fuego en ellos para crecer de forma más saneada: “Se ha sugerido que el uso regular del fuego en períodos de menos de 20 años podría acelerar la restauración de los pinares en Canarias, con un mínimo impacto en el suelo y sus nutrientes y en las especies. Nuestra información sobre la historia de los incendios complementa esa visión”.
Federico Grillo insiste en que el pino canario está adaptado al fuego y casi lo necesita: “Los incendios pequeños no le producen ningún daño. Pasan por debajo, no afectan a las copas, le quitan la pinocha y eliminan competencia que le roba agua y nutrientes. Los fuegos medios los soporta más o menos bien. Y le vienen peor los incendios más intensos, esos que no suceden casi nunca, pero que cuando ocurren no podemos pararlos”.
Y esos incendios, subraya, solo se producen cuando los bosques están llenos de combustible que convierten lo que podría ser un fuego superficial en llamaradas de hasta 80 metros de altura.