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Ana Belén en concierto

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Puede que la primera vez fuera en “El amor del capitán Brando”, cuando surgió el amor mágico. Sin embargo, jamás la había visto cantar en directo, ni siquiera cuando se llevaba de parranda y con concierto a Sabina, Serrat, Ríos y Víctor Manuel, su compañero desde hace más de cincuenta años. Ayer a los teclados, en el Movistar Arena de Madrid, estaba su hijo David, un prodigio de la calma, la inspiración y la música. Y guapo, claro, cómo no.

Ana Belén es bandera de generaciones, la suya, la mía, las que vinieron después, otras anteriores. Es un soplo de aire fresco en medio de un país muy gris y casposo al que supo decirle “hay posibilidades y hay alegría”. Uno de los que subió ayer al escenario con ella fue Miguel Povéda, ese prodigio del cante que nos descubrió Bigas Luna, otro grande. Cantaron una canción reciente de Víctor Manuel que habla de la humedad y los huesos. Subieron otros, esto no es una crónica ni una crítica por eso no está la relación, pero sí la emoción y la ilusión de ver y escuchar a Miguel Ríos cantar “España camisa blanca de mi esperanza” otro prodigio de Víctor, con Ana entregada a la belleza.

El público variado, intergeneracional, transversal como suele decirse ahora, pero menos. Casi nadie se puso en pie hasta el final, menos yo, con los bises y con, sobre todo, “La Puerta de Alcalá”, que bello himno de la historia y las libertades. Tanto ella como su compañero Víctor, que volvió al escenario con esta canción para cantarla apasionadamente juntos, nos han regalado mucha calma y belleza. La primera vez que la vi en persona fue en Valdoviño, en la casa de su eterna representante, Clara Heyman, que en 1980 la recibía de vacaciones. Ana se levantaba más que despierta y te dedicaba una sonrisa de buenos días antes del desayuno. A Clara le pedí, en 2019 y en el Teatro Real, que me la volviera a presentar para regalarle unos poemas. Así se hizo, grababan un precioso documental sobre su vida bajo la batuta de Méndez Leite. Clara se fue hace poco, y poco antes charlamos en la terraza del Teatro Abadía con alguno de sus representados, Carlos Hipólito y Charo López. “Yo sigo en esto por ellos, me hacen feliz” me contó después de un concierto intimista de María Lavalle e Hipólito. Era un gran actriz y una excelente persona. 

Intimista también fue el de ayer, para miles de seguidores que en lugar de mecheros usaron las linternas de los móviles en los bises que se hicieron y no rogaron.

El concierto de Ana Belén del 23 de diciembre de 2025 siempre se recordará, y no solo porque, como dijo ella y nos lo agradeció, dejamos, corderos, mariscos y embutidos para la cena de hoy y nos fuimos a escucharla a ella, la reina de nuestros anhelos. Creo que he visto casi todas sus películas. Vicente Aranda le sacó facetas peculiares y mandonas en “Libertarias” como jefa de tropa anarquista, qué delicia. En el fono, muy en el fondo, fui al concierto de ayer como terapia, porque Ana se me estaba perdiendo, diluyendo en el pasado por culpa de la semejanza física de una pariente perdida y malvada a la que no quería asociarla. La terapia funcionó y la pariente se fue a los infiernos para siempre con su asociación. Ana es mucho más que eso, una belleza física distinta, un candor que siempre te da cobijo con sus letras: es una eternidad de la poesía y espero que lo siga siendo muchos años. Y felices fiestas.