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Las primeras veces, y Capa

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Quizás fue Please please me, de los Beatles. Insiste mucho el recuerdo. En cualquier caso, era un niño muy niño, no sabía nada de inglés y me concentraba en repetir la jeringonza una y otra vez, respetando a mi manera la música.

Siempre que observo a un niño le pregunto sin hablar por su música. Las niñas lo saben mejor porque lo repiten con la estela de su llanto y con la esperanza de su sonrisa. Por eso los colegios femeninos resultaban más alegres, por eso y porque no podíamos estar allí.

Así cada mañana escruto la calle, ¿habrá alguien por las aceras? ¿Acecharán hoy los fantasmas? ¿Pondrán alguna película que podamos añorar en unos meses, en pocos años? ¿Me la encontraré y me sonreirá?

Aunque nadie se lo crea, casi ni yo, me la encontré, me encontró, en realidad. Había buscado remanso en la exposición de Robert Capa en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Contento pagué la entrada, con los descuentos correspondientes. No sé muy bien lo que ocurrió: si el espacio escaso para tanta obra, si la torpe disposición de los audiovisuales, si la exageración de la etapa de colorines y de moda, vaya decepción. Si la insistencia en que había mucha obra no vista en nuestro país hasta ahora… Ocurre en Madrid que Barcelona, en particular, y Catalunya, en general, no es lo que se considera “nuestro país” para algunas y algunos. Así van las cosas. Casi todas las fotos de Capa pude verlas muchos años ha en una muestra en la primera sala de exposiciones que la Caixa abrió, en la parte alta del paseo de San Juan. La pista definitiva me la dio esa foto mistérica de una niña casi adolescente pensativa y abandona a su suerte en la calle, antes de partir al exilio, un suponer.

Con esa carga atónita, y más cosas, me quedé en la terraza del Círculo tomando un refrigerio y viendo pasar a la gente y al día. Y apareció su sonrisa, embutida en un fresco traje negro y floreado, probablemente acompañada, “¿cómo estás?”, puede que muy bien, estupefacto en todo caso. En el estrépito se dejó ver un diputado conservador con su pareja masculina, cosas normales. Y nada más. Así largo rato y media tarde o mañana pues no hubo ocasión de diferenciar los tiempos.

En el deambular, la democracia en peligro, las pensiones en peligro, las cuotas de los autónomos en el peristilo de los abismos y las falsas ocasiones. Su sonrisa se quedó instalada en las aceras de las esperanzas maduras, por inmaduras. Lleva un tiempo así. No servían las lecturas porque en Gaza volvían a caer bombas, volvía a haber asesinatos, volvía la desesperación a la sanidad andaluza, y todos sin desayunar.

Tenía el Ritz a tiro, pero no fui capaz de buscar el ectoplasma de Durruti: le acababa de ver en unas inconexas imágenes, esas sí inéditas, en el que decían era un plano veinte minutos antes de a caer en la ciudad Universitaria. Ya tenía suficiente. Y, por supuesto, ella sabe quién es porque suele leer estas trifulcas, va mucho con Ella. Virgen Santa.