El sueldo invisible: cuando las ofertas de empleo juegan al escondite

Sueldos en la sombra: ofertas de empleo opacas por diseño

Hace unos días me crucé en LinkedIn con una oferta de empleo de cuatro páginas, publicada por una ONG católica de renombre: requisitos, competencias, responsabilidades, expectativas… Todo detallado al milímetro.

Del salario, ni mu.

Ocultar la retribución no es un lapsus. Es estrategia pura. El objetivo: que el candidato llegue desarmado, negocie a oscuras y deje el poder en manos del empleador.

El anuncio precisa el país del puesto y un ambiguo «25% de viajes». ¿Qué significa eso en la práctica? ¿Un viaje al mes? ¿Semanas enteras fuera? ¿Destinos? ¿Condiciones, dietas, horarios, descansos? Detalles clave que flotan en el limbo, igual que el sueldo.

Y remata con la cláusula trampa, la coartada de siempre: «Esta descripción no es una lista exhaustiva de funciones y responsabilidades». En román paladino: te describo el puesto con bisturí, pero me guardo el comodín de «y lo que surja». Alcance ilimitado. Salario: ni una pista.

No apunto a una ONG en particular. Señalo un vicio del mercado laboral que hemos normalizado: al candidato se le exige máxima claridad; al empleador se le permite opacidad absoluta. Exigencias extremas, transparencia nula.

Hay algo perverso —sí, perverso en su acepción más católica— en demandar sacrificio, disponibilidad, flexibilidad y devoción, mientras se trata el sueldo como un tabú indecente. Como si el dinero ensuciara la «misión», cuando lo que la pudre es la ausencia de reglas cristalinas.

Para atraer candidaturas serias y procesos dignos, hay que incluir lo esencial en las ofertas:

  • Un rango salarial.
  • El tipo de contrato.
  • Los beneficios clave.

LinkedIn tampoco sale impune. La plataforma podría obligar a rellenar esos campos antes de publicar. Un cambio mínimo, un impacto brutal: menos tiempo malgastado, selección más justa, menos margen para anuncios abusivos camuflados de «vocación».

Basta de llamar «trabajo con propósito» a lo que se ofrece a media luz. La dignidad no entra por la puerta el primer día: tiene que estar escrita desde el principio. Porque un empleo sin salario declarado es como una promesa sin condiciones: te pide fe —y a estas alturas, ni los creyentes deberían firmar a ciegas.