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Ut dictator diceretur

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Todos somos conscientes de que la mayoría de los términos que continúan teniendo validez para describir nuestra actualidad política provienen de los acuñados en época antigua, por griegos y romanos. A la tan manida pregunta que se hacen los miembros del Frente Popular de Judea de ¿qué han hecho los romanos por nosotros?, una de las respuestas debe salir de forma automática: nuestra política. Sin embargo, los conceptos no son entes parados en el tiempo, sino que evolucionan para describir realidades nuevas y modernas. En esta semana nos hemos desayunado con el titular – uno más – de las declaraciones del presidente de EEUU, Donald Trump, ha hecho sobre el de Ucrania, Volodímir Zelenski, a quien ha atribuido nada menos que el apelativo de “dictador”. No dejaría de ser una anécdota más entre las que a diario nos ofrece el histriónico “líder del mundo libre”, si no fuera porque este personaje se ha caracterizado en los últimos años por construir una realidad paralela que no tiene por qué coincidir con la verdad, ni con lo que sabemos por la historia. 

Resulta bastante paradójico que sea el propio Trump, quien en su primer mes de gobierno ha aprobado un centenar de decretos presidenciales que no han pasado por las cámaras de representantes ni el senado norteamericano, quien haga tal acusación, rescatando un término que, cómo no, tiene sus orígenes en la remota república romana. Cuando fue expulsado el último rey, los patricios romanos se dotaron de un sistema político oligárquico, donde el poder quedaba repartido entre diferentes magistrados y con el Senado como órgano supervisor. Escarmentados de los excesos que habían sufrido durante la monarquía, decidieron que ningún particular pudiera acumular el poder político, y por eso surgieron los cargos colegiados; es decir, que siempre hubiera un colega que sirviera de contrapeso. Sin embargo, desde muy temprano, Roma se embarcó en guerras con sus vecinos y cuando su territorio se fue expandiendo por toda Italia, sufrió la amenaza de invasiones de pueblos que entraron en la península con intensiones expansivas. En situaciones de extremo peligro, principalmente amenazas bélicas, el Senado fue consciente de que podía ser necesario escoger a un solo individuo a quien conferirle todo el poder y que así tomara las decisiones necesarias para salir de la crisis. Así fue como se creó la magistratura del “dictador” (literalmente “el que da las órdenes”). Pero esto no significaba la renuncia al control, sino que en previsión de tentativas personalistas, el dictador siempre era elegido por un periodo de seis meses, prorrogable al año. Pasado ese tiempo, debía devolver los poderes recibidos y hacer balance de las decisiones tomadas durante el cargo. De esta forma, durante toda la república romana, la idea de “dictadura” estaba vacía de cualquier connotación negativa, pues existían controles suficientes para evitar que se empleara este cargo para un posible retorno a la monarquía. 

Esto no siempre fue así, pues la “dictadura” fue el medio que utilizaron Lucio Cornelio Sila y Cayo Julio César para ejercer su monopolio del poder una vez vencieron en sendas guerras civiles. Como explica el orador Cicerón en una carta escrita a su amigo Ático (Carta a Ático, 9.15) contándole aquellos acontecimientos: ut dictator diceretur (siendo nombrado dictador). El hecho de que el primero la ejerciera durante varios años seguidos y que César fuera nombrado “dictador vitalicio” poco antes de su asesinato, nos informan, no tanto de un sentido peyorativo del término, sino más bien del propio agotamiento del sistema republicano que será inmediatamente sustituido por el Imperio. Sin embargo, aunque la dictadura desapareciera de la política romana – ¿quién necesita dictadores cuando el poder ahora lo ejercen los emperadores? –, el término no llegó nunca a ser interpretado en el sentido con el que lo usamos en la actualidad. Para una visión peyorativa del poder ejercido por un solo individuo de forma autocrática y sin el control de los estamentos del poder los romanos habían asimilado una figura que provenía de las ciudades griegas: el tirano. Los helenos ya habían experimentado en su pasado la experiencia de formas de gobierno donde un individuo asaltaba el gobierno de la polis, lo retenía de forma personalista y ejercía un populismo legislativo para garantizarse un apoyo del pueblo. Esta era la manera en que los romanos se consideraban superiores a los griegos, porque nunca habían sido capaces de aceptar algo semejante.

La visión negativa que ha quedado asociada a la idea de dictadura es relativamente reciente en el tiempo. Hasta el siglo XIX no se miraba con tan malos ojos la posibilidad de que individuos ejercieran un poder unipersonal. De hecho, es en el momento en que la dictadura se confunde con tiranía, cuando realmente queda asimilada a algo negativo y esto se producirá principalmente durante el siglo XX. El empleo de los palabras en la construcción del discurso oficial encierra más intenciones que las meramente lingüísticas. Donald Trump sabe perfectamente que, a pesar de la excepcionalidad de la situación política de Ucrania, su presidente dista mucho de ser un dictador (especialmente, si quien tiene en frente es Putin, quien se lleva perpetuando en el gobierno ruso los últimos 25 años). Pero como manipulador consumado que es, su finalidad es distraer nuestra atención ante lo desproporcionado de su acusación, para alejarnos de la realidad. Si alguien parece querer encajar en la idea negativa que los romanos tenían de la tiranía es el propio Trump y su manera personalista de ejercer la presidencia de un país democrático. Lo que la historia nos enseña sobre muchos de los tiranos griegos de antaño, es que no fue el pueblo quien normalmente lo acabó apartando, sino las intervenciones de las oligarquías de las ciudades, que temieron perder también sus propios privilegios. Veremos si esta vez, también, la historia se repite.