Una ruta por Triana: Sevilla al otro lado del río

Arranque de la Calle Pureza, en el barrio sevillano de Triana.

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En una ciudad de categorías absolutas como Sevilla, algo de la trascendencia de cruzar el Guadalquivir no podía ser simplemente ir de un lado a otro. Es algo que ya habíamos visto en otras localidades andaluzas (cómo cuando se baja a Granada desde el Albaicín) y en la capital no podía sino acentuarse esa dicotomía que trasciende lo geográfico para instalares en lo deportivo, lo ideológico o lo religioso. Por eso, cuando uno cruza el Puente de Isabel II y va para allá pasa desde Sevilla a Triana y si lo hace para acá viene desde Triana a Sevilla. Así. A lo tonto. Porque si algo tiene este lugar es personalidad a raudales. A veces un tanto intensa para el que viene de lugares con temperamentos más pausados. Pero ese ser se nota. Y no se puede negar que Triana tiene una personalidad propia ganada a pulso durante siglos. Arrabal sevillano por antonomasia desde tiempos de Al-Andalus se convirtió en una verdadera ‘ciudad’ durante la edad de oro sevillana (siglos XVI y XVII) época en la que llegaron gentes del Algarve (excelentes ceramistas) y gentes de media Europa atraídos por el auge del comercio con América. Y ahí fue fraguándose la identidad trianera.

La mejor manera de entrar en el barrio es por el Puente de Isabel II (lo llaman Puente de Triana). Y la elección no es caprichosa. Este puente soberbio que alterna el hierro forjado, la piedra y el ladrillo vino a sustituir a los sucesivos pontones de barcas que, desde la Edad Media, conectaban las dos partes de la ciudad. Si nos colocamos del lado sevillano podemos ver el antiguo Muelle de la Sal, último de los grandes fondeaderos del puerto sevillano. Uno vuelve a poner los pies en la tierra junto al Mercado de Triana (San Jorge, 6) uno de esos abastos españoles a medio camino entre mercado tradicional y centro gastronómico. Y tampoco empezamos la ruta por aquí porque sí. El mercado ocupa el lugar del antiguo Castillo de Triana (o Castillo de San Jorge), una fortificación de tiempos almohades que servía para guardar el río a su paso por la ciudad. Hoy quedan algunos muros de la antigua fortaleza camuflados por el propio mercado y la bonita Capilla del Carmen (Puente de Isabel II, 23). Plaza del Altozano. Ya estamos en Triana.  En su corazón mismo.

El Altozano marca el inicio ‘oficioso’ del barrio. Al frente, la Calle San Jacinto, verdadera avenida trianera llena de fachadas regias, bonitos enrejados y lugares con encanto como la Capilla de la Virgen de la Estrella (y bares para parar un tren). Y hacia el sur, siguiendo el sentido del río, las otras dos vías trianeras por antonomasia: pegada a la ribera la Calle Betis y, tierra adentro, Pureza. Pero antes de adentrarnos por las callejuelas para buscar los mitos trianeros conviene quedarse un ratico por los alrededores del Altozano. A espaldas del Mercado hay lugares muy bonitos de ver como el Callejón de la Inquisición (con su arco que da directamente al Guadalquivir) o la Casa de Las Flores (Castilla, 16), un antiguo patio de vecinos (las corralas de toda la vida) adornado por azulejos y flores –es una de las estampas más auténticas del barrio-. Desde aquí puedes acceder a las antiguas almonas de Triana, los muelles de carga de esta parte del río. El otro centro de interés de la zona es el Centro Cerámica Triana (Callao, 16). Este centro mitad museo mitad tienda ocupa las instalaciones de la antigua Fábrica Santa Ana, uno de los centros alfareros más prestigiosos de toda Europa. En los alrededores de este lugar (calles Antillano Campos y Alfarería) puedes ver varias tiendas especializadas y comprar verdaderas obras de arte. De aquí sale parte de la mejor cerámica de España. Cacharros, azulejos, vajillas… Una gozada.

Camino de la Plaza de Cuba.- Pureza y todo recto. Nos adentramos en el barrio por una de sus calles más señeras en busca de dos mitos trianeros. El más grande de tamaño es la fantástica Real Parroquia de Señora Santa Ana (Párroco don Eugenio, 1), un magno edificio de estilo gótico que tuvo el honor de ser la primera de las iglesias cristianas levantadas en la ciudad tras la conquista castellana (se consagró en 1266). El edificio se construyó por orden del propio rey de Castilla con la intención de servir de centro de atracción de población al barrio. Y de ahí su forma a medio camino entre la fortaleza y el templo religioso. Es tan grande y tan bonita que los habitantes del barrio (seguro que para provocar las iras de los vecinos de la otra orilla) la llaman la Catedral de Triana. Y el más grande por su valor simbólico está en el interior de la modesta Capilla de los Marineros (Pureza, 53). Aquí se custodia la imagen de La Esperanza de Triana, una talla del siglo XIX que aglutina una de las devociones religiosas más fervorosas de la ciudad. Aunque no seas religioso, ver el lugar impresiona.

Terminamos la ruta propuesta en la Calle Betis. Desde la ribera del río tienes una panorámica genial de la orilla sevillana del Guadalquivir. Presiden el paisaje urbano la Torre del Oro y la Real Maestranza de Sevilla. Y tras los tejados puede verse la figura esbelta de La Giralda. Aquí uno llega a la conclusión de que está en una de las ciudades más bonitas de Europa. Y no es exagerada la cosa. Antes de pasar hasta la Plaza de Cuba date una vuelta por las calles Pelay Correa y Rodrigo de Triana. Junto a Pureza y Betis forman el núcleo duro del barrio. Más allá de los límites de Pagés de Corro (no dejes de visitar el Corral de La Encarnación en el número 128), Triana se convierte en uno más y pierde parte de su esencia. Para volver a Sevilla cruza el río por el Puente de San Telmo para terminar la ruta. A dos pasos tienes la Torre del Oro; a un par de ellos más otros lugares brutales como la Plaza de España o el entorno de la Catedral y el Alcázar sevillano.

De tapas por Triana.- Si hay que empezar que sea por el principio. La Alboreá (San Jacinto, 28) es una de las freidurías de pescado más famosas de Sevilla y una de las más tradicionales del barrio. Frituras de primerísima calidad y un ambiente trianero a tope. Genial. Nuestro preferido de la zona es Las Golondrinas (Pagés del Corro, 76) un bar de tapas sobresaliente con pequeñas obras de arte culinarias. Otro clásico que solemos frecuentar cuando estamos por Sevilla es Casa Diego (Alfarería, 5) que tiene los mejores caracoles del barrio (y parte del extranjero). Y terminamos con el bacalao de La Blanca Paloma (San Jacinto, 49).

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