Cómo viajar a las Islas Skellig: el monasterio celta de Luke Skywalker

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La costa oeste de Irlanda es uno de los escenarios naturales más espectaculares de toda Europa. Los hielos glaciares esculpieron un litoral de idas y venidas donde se alternan las grandes penínsulas, los estuarios (que en muchos casos se convierten en pequeños fiordos) y las islas. Islas a montones. La Península de Iveragh responde a la perfección a este paisaje de contrastes marcado por los grandes cantiles costeros. Aquí, apuntando hacia el Atlántico, hay dos pequeñas islas que desde siempre han agitado las pasiones de los viajeros y las viajeras. Hoy, gracias al impacto mundial del fenómeno Star Wars, muchos llegan aquí para ver el último hogar del mítico Luke Skywalker. Una de las características de esta gran ópera galáctica es mostrar un rosario de mundos con una gran personalidad paisajística. En el caso que nos ocupa hablamos de Ahch-To, un planeta de gigantescos océanos y diminutas islas donde, según parece, se inició el culto a la Fuerza que originó la creación de la Orden de los Jedis. Casi nada.

De los míticos guerreros galácticos nada se sabía en el siglo VI de nuestra era: en aquel momento fue cuando llegaron los monjes cristianos para construir uno de los santuarios católicos más fascinantes de todo el mundo. Y hay mucho más: una de las concentraciones de aves marinas (incluidos los carismáticos frailecillos) más grandes del planeta (Tierrra, no Ahch-To), la posibilidad de ver desde ‘abajo’ los famosos acantilados irlandeses o darse un paseo en barco. Pero para visitar las Skelling hay que tener en cuenta varias cuestiones. Y la primera es llegar hasta el pequeño pueblo de pescadores de Portmagee. La ciudad desde la que se suele explorar esta zona de Irlanda es Cork, la capital del sur del país. Desde aquí hasta Portmagee hay 165 kilómetros de buena carretera de doble sentido. Esta zona del país (extremo suroccidental) forma parte del llamado Anillo de Kerry, una ruta circular de 170 kilómetros que recorre la península de Iveragh y que permite el acceso a Dingle, otra joya de esta comarca mágica. Esta es una de las zonas más salvajes y auténticas de toda la isla: aquí se acumulan vestigios de las culturas celtas; viejos castillos; pequeñas aldeas de pescadores; una gran cantidad de espacios naturales y paisajes de escándalo: es algo así como la Connemara del sur.

Todos los agentes autorizados para visitar las islas Skellig operan desde Portmagee. Las travesías hasta Skelling St Michael (la única que puede visitarse) se realizan entre los meses de mayo y octubre siempre que el tiempo lo permita. El viaje dura entre 45 minutos y una hora y el precio de la excursión ronda los 120 euracos (con unas dos horas y media de estancia en la isla). Es caro, pero merece la pena. Hay que reservar con antelación, sobre todo durante la temporada alta (julio-agosto) ya que los cupos diarios son limitados (180 personas al día). Algunas de las empresas que ofrecen este servicio son: Casey’s Skellig Tours (Tel: (+353 87 385 2640; E-mail: skelligislands@gmail.com); Skellig’s Rock Cruise (Tel: (+353) 87 236 2344; E-mail: skelligsrock@skelligsrock.com); Skellig Michael Cruises (Tel: (+353) 87 617 8114; E-mail: skelligmichaelcruises@gmail.com).

Qué ver en Portmagee.- La excursión con desembarco hasta Skellig Michael dura unas cinco horas. Así que deberás hacer cálculos para ir y venir. Lo más normal es que incluyas la visita a la isla durante un viaje al Anillo de Kerry, por lo que la mejor opción es hacer noche en alguna de las localidades de la Península de Iveragh. En la misma Portmagee hay varias cosas interesantes por ver. La primera, y relacionada con nuestro destino, es The Skellig Experience Visitor Centre (Valentia Bridge), un pequeño centro de interpretación en el que puedes hacerte una idea de las características geológicas, ecológicas e históricas de las islas. Otros puntos de interés a dos pasos del pueblo son la Destilería de Portmagee Whisky  (Barrack Hill; Tel: (+353) 85 856 4279); la Playa de Reencaheragh; The Kerry Cliffs, una cadena de acantilados costeros muy bonitos; el llamado Puffin’s Sound, un cantil donde, en época de cría, hay frailecillos para parar un tren y Playa Ballinskelligs dónde aparte de un playazo espectacular puedes ver las ruinas de un monasterio –con relación directa con Skellig- y de un castillo. Este es uno de los puntos culminantes del Anillo de Kerry y si vas con coche de alquiler vas a querer parar para ver lugares cada diez minutos.

El viaje hasta las Skellig.- Para nosotros fue el punto culminante de nuestro viaje a Irlanda. Ya sólo por la travesía merece la pena llegarse hasta este paraje apartado del mundo. Los barcos (con una capacidad máxima de doce pasajeros) salen del canal de la Isla Valentia y se adentran en el océano (no apto para los de estómago delicado ni para marineros de ‘agua dulce’). El barco pasa junto a la costa de Sceilg Bheag (Pequeña Skellig), un lugar que posee el récord mundial de aves marinas por kilómetro cuadrado. Aunque está prohibido poner los pies en la isla, desde el barco puedes ver a los bichos que son legión: la estrella es el Frailecillo pero hay otras especies emblemáticas del Atlántico europeo como el Alcatraz Común; el Paíño; la Pardela Pichoneta o el Alca Común. Es el aperitivo perfecto antes de desembarcar en la Gran Skellig (o St. Michael’s  Skellig) y, literalmente flipar en colores.

Desde el embarcadero hasta el Monasterio de St. Fionan hay que subir una escalera con 670 escalones. Un camino que fue construido con lajas de piedra allá por el siglo VI de nuestra era y aún sigue ahí desafiando al tiempo y a los abismos. Para los amantes de la historia, es uno de los lugares más excepcionales del Cristianismo temprano europeo; para los cinéfilos es la escalera que Ray sube para encontrarse con Luke Skywalker al final del Episodio VII de la saga de Star Wars (nosotros somos más trekkies, pero hay que reconocer que esa última escena de ‘El despertar de la Fuerza’ pone los pelos de punta). El templo Jedi de la película es en realidad un viejo monasterio cristiano que estuvo habitado desde el siglo VI hasta el XII. Los monjes que vivieron aquí supieron ganarle espacio al cantil a través de un ingenioso sistema de terrazas construidas con piedra seca al socaire de la cima de la isla: no sólo lograron piso horizontal para construir sus casas, sino también un buen puñado de tierra cultivable protegida de los vientos dominantes en el que se crea un verdadero microclima más templado que en el resto de la isla.

Piedra sobre piedra; sin usar ningún tipo de argamasa. Las antiguas celdas (sobreviven seis) son un alarde de pericia constructiva. Son redondas por fuera (se parecen a colmenas de abeja y se las conoce como clochán) y de planta cuadrada en su interior: y la disposición de sus piedras evitaban la entrada del agua. El sistema de terrazas y caminos que recorren los diferentes puntos de la isla son también un magnífico ejemplo de trabajo en piedra: no es de extrañar que este lugar esté incluido en el listado del Patrimonio Mundial de la UNESCO. La visita a la Gran Skellig se completa con un paseo hasta su ‘Lower Lighthouse’ (Faro Bajo), pero lo que uno se lleva en la retina y los recuerdos es el monasterio y su magia. Durante el Siglo XII se inició la conocida como Pequeña Edad del Hielo (un periodo frío que se extendió hasta el siglo XIX), un periodo de más de medio milenio que redujo las temperaturas del Hemisferio Norte y que provocó muchos acontecimientos históricos; a escala comarcal, esta época fría acabó con las comodidades de Skellig (más frío y dificultades para cultivar) y expulsó a los monjes hacia Ballinskelligs (ya te hablamos de los restos de su monasterio). Este lugar quedó como lugar de peregrinación y de estancia para periodos de introspección y penitencia. Cuando dejes la isla vas a tener una sensación rara; es uno de esos lugares del que cuesta salir. Uno de esos lugares que hay que ver al menos una vez en la vida.

Fotos bajo Licencia CC: Maureen; IrishFireside; Allie_Caulfield; highlander411; johnmcmahonireland