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Día de Canarias en ‘El Velero’

Miguel Jiménez Amaro

‘El Velero’ forma parte de una familia de barcos que se llaman Petterson. Todos los miembros de ella han sido fecundados en un astillero de Suecia, y están navegando por todos los mares y océanos del mundo. Los primeros hijos, como ‘El Velero’, fueron concebidos con tejido de acero inoxidable y maderas nobles; los actuales, en vez de tener cuerpos de acero, los tienen de aluminio. El peso, al nacer, de aquellos, de los de acero, es de cincuenta toneladas. La máxima de estos barcos es la seguridad, todo está hecho para que sea doblemente seguro. Son barcos que están pensados no para competir, o alcanzar grandes velocidades, si no para ser seguros, para hacer largos trayectos, cruzar océanos o dar vueltas al mundo. Madhuri me comentó que cuando regresaron de Las Indias, rumbo a Tartessos, tuvieron, por dos semanas, como compañía olas de doce metros, y que de tres barcos franceses, de fibra, que salieron juntos con ‘El Velero’, no se volvió a saber ¡La mar es así de dura! ¡Y la tierra y el aire también!

Arturo y Delia vinieron en el primer vuelo de Tenerife. Hicimos un desayuno largo en la tienda: frutas, pan, aceite de oliva, ibéricos, yogurt Monte Breña de nuestro amigo Francisco, y miel Tagoja, del amigo Guillermo. Preparamos para el viaje, mientras comíamos, bocadillos de ibéricos, y una tortilla francesa gigante con atún. Nos habían recomendado no cocinar en el barco, o servir comida de platos, porque la mar no nos lo iba a permitir. A las fabes con almejas, que nos hizo Salva la noche anterior, les dimos un hervor para que no se nos estropeasen, y poderlas comer a la noche, después de la faena marinera. Arturo, al salir para el muelle, nos invitó a hacer un ritual, nos cogimos de la mano con Ángela, los cuatro, y dijimos, al mismo tiempo, por tres veces: gracias, gracias, gracias.

Habíamos dado un paseíto de recreo en ‘El Velero’, a motor, al no soplar viento, en el mar de Galguen, a principios de año. La idea era ir a avistar delfines, pero nos volvimos de vuelta con una imagen muy lejana de ellos. Esta vez, el sábado pasado, salimos con viento y sol, mar afuera, en aguas de Tedote. Las velas las pusimos en la punta del muelle, e hicimos casi todo el trayecto con el viento, a veces, bastante escorados. El día nos estaba empezando a dar, y nos regaló bastante hasta el final de él.

‘El Velero’, mar a fuera, navegaba a cuatro velas, hizo un viraje, un cambio de rumbo elegante, como es él, apuntó la proa hacia Nogales, apenas nos dimos cuenta de la operación, solo de que mirábamos para otro sitio. Al hacer este cambio de rumbo, un bando de palomas mensajeras sobrevoló la nave, dirección a Tedote. Yo, aunque me encuentro como un alienígena con respecto al mundo del fÚtbol, interpreté la señal, como seguro que no la interpretó el, en aquel momento, piloto del barco, Pepe Jaubert, que es tenisquista a rabiar, la interpreté como que el Club Deportivo Mensajero iba a ascender a Segunda B en Pontevedra, el día siguiente, domingo; pero yo no hablé de mi premonición no sea que el piloto fuese a estampar, o hundir, el barco. Divisar el perfil de la isla desde el mar, y luego irte acercando al litoral es una verdadera gozada, conocer la Isla desde el mar, ver descender los barrancos desde la cumbre hasta él, es otra parte muy interesante de ella.

Con las velas llevándonos hacia Nogales, casi a la altura de Martin Luis, una paloma que venía rezagada de aquel bando anunciador de la buena nueva del Mensajero, choca contra la vela mayor del barco, y cae desprendida hacia la rizada, donde no nos hubiésemos dado cuenta de ella, y luego moriría aplastada por el recogimiento de las velas. Madhuri tiene un instinto protector muy grande, ella fue la única de nosotros que se dio cuenta del accidente de la paloma. La pudimos coger, no era blanca entera, ni roja y negra, era de un blanco crema y canela (o marrón), la pusimos dentro de una caja de Cava Llopart vacía, le dimos agua, y salvó la vida; gracias a la anilla, ya está en su palomar, en Miraflores, Mirca. La paloma nos trajo un avistamiento lejano de delfines, que no habíamos observado aún.

La playa de Nogales me trajo un recuerdo, en parte, muy fuerte, atroz, doloroso. Con dieciocho años, volví a nacer allí. No fue en el mar, como pensaréis, los accidentes de Nogales, los que conocemos, han sido en las olas, el mío fue bajando por una especie de camino de cabras por donde se accedía en aquellos años a la playa. Dimos la vuelta en el extremo norte de Nogales, nos dirigíamos a fondear en Martin Luis. Era hora ya de tomar Cava Llopart y Vino Albariño O Rei, en copas de cristal que sosteníamos todo el rato en las manos. Cuando empezamos a beber, por la proa del barco aparecen siete delfines haciendo danzas acrobáticas - ¿quizás atraídos por el Llopart y el Albariño O Rei? - que sellaron nuestras caras de sonrisas ¡Que alegría transmiten los delfines! Me quedé pensando durante un buen rato: “¿Será esta otra señal, como la anterior, la del bando de palomas mensajeras, hoy día de Canarias, será que la bandera de Canarias debiera de llevar siete delfines, en vez de siete estrellas verdes?”

Fondeamos en Martin Luis, el risco parecía un órgano gigantesco de catedral esculpido en la piedra, tenía en su base una cueva y dos calas, el agua, allí, tenía tintes verdosos. Pepe, Madhuri, Esther y yo, fuimos nadando hacia una de las calas. Una vez en ella, Pepe nos trae un puñado de lapas pequeñas, pequeñísimas. Llevaba un montón de tiempo sin probarlas, así tan pequeñitas y crudas. He comido ostras de distintos sitios del mundo, un amigo mío, durante unos cuantos años, en el Solsticio de Invierno, me enviaba doce docenas de ostras de Arcade, que me las traía, en mano, otro amigo; pues dije allí, en la cala de Martin Luis, y aquí, ahora, que les encuentro más sabor a aquellas lapas, crudas, sin nada, que a todas las ostras que he probado.

En El Velero, el Cava Llopart y el Albariño O Rei, seguían jugando con nosotros. Le empezamos a meter mano a la tortilla y los bocadillos ¡Ya teníamos garuga! En el risco, hay quien tenía la misma garuga, o más. Un halcón, en lo altísimo, dirigía a otros dos, en la caza de una paloma, la paloma escapó a aquel ataque del hambre ¡Día de suerte para las paloma!¡ ¡Al menos para dos!

La vuelta a Tedote la hicimos también enteramente a vela hasta la Punta del Muelle. A Arturo se le despertó el lobo de mar que lleva dentro y le pidió a Pepe el relevo en el timón, petición que le fue concedida. No sabría decir quién de los dos es más audaz en esto del navegar, la tripulación no sentimos cambio alguno.

Una vez el barco amarrado, nos dirigimos al furgón para venir a la tienda, de él, del furgón, casi me bajo corriendo para el barco, porque empecé a marear, pero se me pasó rápido, teníamos que prender las fabes con almejas. Nayra trajo a su hija, guapísima, Iris; Pepe nos preparó, más bien sobre lo crudo, una ventresca con sal rosa del Himalaya, en una piedra de asar, mientras, calentaban las fabes ¡Cómo cocina Pepe!

Esto del mareo es muy subjetivo, recuerdo, que en un viaje con escalas, hasta Lanzarote, de unos cuarenta compañeros de curso, hubo solo uno que no largó la mascada, pero este, cuando veníamos de vuelta, en Gran Canaria, se bajó del barco y fue a Cortefiel, allí, en las escaleras mecánicas, los estragos del mareo empezaron a hacer efectos en él, tuvo que salir apresurado del Centro Comercial, coger un taxi, e irse a salvaguardar al barco.

Entre la vida y la muerte, a veces solo hay segundos, “décimas de segundos”, como dice nuestro amigo el sabio Alberto, tal como les ocurrió a los tres barcos franceses, de fibra, que salieron juntos con ‘El Velero’ desde Las Indias, y que no se volvió a saber de ellos, o como le pudo haber ocurrido a la paloma, crema y canelo, que se enredó en la vela mayor, o a mí hace cuarenta y dos años en Nogales, o a la otra paloma en el risco de Martín Luis, que escapó del hambre de los halcones. Ser conscientes de esta fragilidad que llevamos por dentro, que se llama muerte, es, a veces, lo que más nos obliga a vivir la vida lo más intensamente posible.

Arturo y Delia se quedaron a dormir en casa. Antes de irnos a acostar dijimos, riéndonos, tres veces, y al mismo tiempo: gracias, gracias, gracias.

¡Gracias inmensas amadísimo Señor, por todas las cosas buenas que a diario nos regalas!

Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior.

Las Cosas Buenas de Miguel      

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