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Pensando en las urnas

Julio M. Marante

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Estos días he escuchado con interés los comentarios de ciudadanos preocupados por las cosas de nuestra tierra. Hemos entrado en el mes de octubre, a ocho meses de las elecciones locales y autonómicas, y he procurado entender las razones de los cambios de dirección del voto que algunos proponen al margen de las grandes líneas ideológicas y estratégicas de aquellos partidos por los que, hasta ahora, habían tenido preferencia. No sabemos si la culpa, como decía hace años el periodista Ibáñez Escofet, es del cocinero, pero entre los fogones donde se cuece la vida política, “hay mucho pescado pasado, mucha carne averiada, mucha verdura mustia y mucho queso maloliente…”

A los partidos políticos les ha llegado la hora de las grandes decisiones internas: nombrar sus candidatos de cara a las próximas elecciones, en medio del desencanto de la ciudadanía, ante el prestigio declinante de aquellos que, empujados por la corrupción, perdieron totalmente el rumbo. Y resulta grave que dirigentes en activo te digan que no se debe generalizar y que eso forma parte de la anécdota política. Creemos que es el momento de buscar en el seno de las distintas fuerzas, una renovada presencia pública con hombres y mujeres ejemplares y eficaces, con abnegación indudable y capaces de recoger adhesiones entre la ciudadanía. Una ciudadanía que empieza a tratar a los políticos con repulsión, desdén e indiferencia. No opinamos, como apuntan algunos, que la sociedad esté cansada de elecciones. Pero sí detectamos con alarma una lasitud provocada por la impotencia, ante la conducta sin escrúpulos de aquellos que tenían que velar por nuestro bienestar. De ahí que nos gustaría que nuestros políticos se ocuparan preferentemente de acabar con el paro y elevar el mísero nivel de vida de millones de españoles, miles de palmeros entre ellos, y que dejaran a un lado la sarta de sandeces con las que intentan esconder a sus ‘granujas’, tanto a los que se han dedicado al ‘bandidaje político’, como a aquellos otros que, como vulgares ‘ladrones’ han dado, y siguen dando, un espectáculo lamentable. Sentimos vergüenza ajena, cuando algunos políticos con ideas redentoras intentan ‘suavizar’ estas hazañas en los medios de comunicación, que se han convertido en altavoces de sus discusiones ‘académicas’, en las que siempre aparece la consigna: ‘y tú, más…’

Son muchos los españoles, canarios y palmeros que ocultamos en nuestro interior la profundidad de un desengaño político. Y no somos menos, aquellos que al comprobar la deshonestidad, aireada hasta la saciedad, de políticos corruptos, hemos aprendido que ‘honra y dinero no caminan por el mismo sendero’. Pero aún así, la vileza de los disparates cometidos, los personalismos y la mal aplicada honorabilidad a altos cargos o el hecho de sentirnos agredidos por el doble discurso de un determinado bando, no son motivos suficientes para que vaciemos de contenido las urnas de la democracia. Votar es un derecho irrenunciable.

Ante lo sucedido, los partidos políticos han de estar vivos y activos sociológicamente, y, por una vez, a la hora de confeccionar sus listas, pensar en los electores por encima de las triquiñuelas políticas internas y de la ambición del poco o mucho poder. Algunos, incluso, tendrán que ‘dinamitar’ una parte de su pasado, mientras otros habrán de aplicarse en la tarea de tender manos y ensamblar voluntades para alcanzar objetivos. Para hacer política se necesita paciencia y, sobre todo, seriedad. La dialéctica envolvente, los mensajes populistas y demagógicos de antiguos ‘predicadores’ no llegan a la gente. Y si llegan…, ya no engañan a nadie. No se puede dar coba al pueblo, ni hacerle la pelota, puesto que la cruda realidad le impide creer en los cuentos de esos políticos que siempre caen de pie y suelen jugar con las cartas marcadas. Esta vez, a la hora de votar, es decir de ‘apostar’, no podemos ni debemos equivocarnos de caballo.

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