Cándido Marante Pérez. In memoriam

Francisco Javier González

La Gomera —

A estas alturas de la vida y con lo que uno carga en las espaldas del alma, la partida hacia la dimensión de la memoria de un familiar, de un amigo o de alguien que admiras y respetas no debería afectarnos, pero la realidad es muy distinta. Siempre se produce un desgarro que solo el tiempo, y los recuerdos del tiempo compartido que afloran al evocar al ausente, va mitigando y dulcificando. 

Viene esto al gran impacto que, tanto a mi esposa Juana como a mí, nos produjo enterarnos, fortuitamente por una nota puesta en Facebook de uno de sus antiguos alumnos sauceros, de la muerte de Cándido Marante Pérez. Tras el impacto vienen los recuerdos y la memoria nos dibuja al amigo y compañero. Cándido Marante , - Dido para los sauceros para distinguirlo de su padre, D. Cándido Marante Expósito Maestro Cándido, gran personaje y soporte de la enseñanza de todo un pueblo por largos años- fue, además de un excelente compañero en dos claustros, el de Santa Cruz de La Palma y el lagunero del viejo Instituto de Canarias, un amigo apreciado y un personaje inolvidable que, tras esa socarronería tranquila propia del palmero de raíz, escondía un verdadero tesoro de sabiduría enciclopédica y un alma noble siempre dispuesta a “echar una mano” a alumnos, amigos y compañeros. 

Conocí a Cándido cuando, hecho aún un pibe recién licenciado, me nombraron en 1967 como director del recién creado Colegio Libre Adoptado de San Andrés y Sauces dependiente del Instituto de Santa Cruz de La Palma. Juana y yo fuimos a La Palma y, en el viejo aeropuerto de Buenavista en Breña Alta, nos estaba esperando. Más tarde, ya aposentados en Los Sauces, nos presentó a su padre y al párroco D. José García Márquez que, junto con el propio Dido, eran los alma mater de la Academia Montserrat a la que el CLA venía a sustituir. 

Largos años de amistad nacieron en ese entonces, aderezados por las fiestas palmeras más sonoras de entonces y de hoy. El grupo carnavalero que formamos Menchu y Cándido; Pepita y Antonio Figueroa, Antonita y Raúl Galván, Mariola Francisco y Pedro, Antonia María Lavers y su esposo, y para rematar, Juana y yo, ellas vestidas de coristas muy atrevidamente minifalderas y nosotros de capa y sombrero de copa pero, eso sí, timple en mano y cantando Limón mi limonero y buscando una manguera que nadie sabía dónde estaba es un recuerdo que, como la Bajada de la Virgen, acude a mi mente cuando quiero disfrutar de bellos momentos pasados en La Palma. 

Cándido deja un hondo recuerdo en sus amigos y sus alumnos que vemos en él lo que siempre fue y de lo que nunca presumió: un hombre honesto, sabio y cabal pero, sobre todo un hombre bueno. Desde aquí queremos –Juana, mis hijos y yo- hacer llegar a Menchu, Jorge y Javier nuestro dolor por esa pérdida que, ellos más que nadie sienten, pero que pone un lazo de luto en el corazón de muchos palmeros. 

Un abrazo amigo. Nos veremos por las estrellas cuando nos llegue el ocaso.

Francisco Javier González.

Gomera a 19 de octubre de 2016

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