'Orange is the new black' Review 4ª temporada: el fin de la inocencia y cliffhanger naranja oscuro
Por Marta AiloutiMarta Ailouti
Existe un abismo entre el final de la tercera temporada de 'Orange is the new black' y el de la cuarta. Un abismo que, como el tiempo que no vuelve sobre sí dos veces, resulta infranqueable. La serie, que reivindica como nunca el naranja sobre el negro, se acerca al tono más oscuro de su gama, también el más real, con una de sus mejores season finales.
Para ello la cuarta temporada, que va de menos a más, repite la fórmula del año anterior (menos Piper y más reparto coral), asume riesgos y añade otros ingredientes: nuevas normas, nuevas presas y nuevos agentes. De fondo, subyace la fuerte crítica a la gestión privada de las penitenciarías, al abuso de poder, la discriminación racial y el tratamiento de las enfermedades mentales.
Sin más preámbulo, ¿qué os parece si lo comentamos?
¡CUIDADO SPOILERS!
El final de algunas tramas
Tal vez, contagiado por el feliz momento que acaban de protagonizar nuestras presas al otro lado de la valla, la cuarta temporada empieza con un tono algo más ligero y amable, esencialmente entretenido y también algo flojo, que poco a poco va tornando a un mate más oscuro, hasta llegar a su caótico, como no podía ser de otra manera, final.
Entre medias, Nicky, a la que llevábamos demasiado tiempo esperando, ha regresado a nuestras pantallas, Aleida ha obtenido la libertad y Sophia, cuyo sufrimiento a cuentagotas ha sido más que suficiente para traspasar la ficción, ha salido de aislamiento.
El cuarto año de la serie, además, sirve para dar carpetazo a algunas de las tramas que nunca llegaron a funcionar bien. Especialmente, y gracias, al contrabando de bragas que concluye con una cruz gamada-ventana en el brazo de Piper. La mala noticia es que la rubia, que ya no es la novedad, trata de reubicar de nuevo su protagonismo, aunque sin mucho éxito, entre el peso del resto de las presas.
A estas alturas, el protagonismo del personaje interpretado por Taylor Schilling se ha ido desdibujando hasta convertirse en un personaje difícilmente justificable. Por lo pronto, tenemos una nueva y ¿definitiva? reconciliación con Vause. Yo ya he perdido la cuenta.
Dogget y su intento de perdonar
Sea como sea, es probable que ya lo haya dicho antes, ninguna otra serie construye historias ni cuida tan bien y con tanto mimo y generosidad a cada uno de sus personajes como lo hace 'Orange'. A la ficción, a la que le quedan como mínimo otras tres temporadas, le gusta remover la tierra antes de sembrar la historia y no le importa moverse por una línea difusa, tal vez naranja, entre el blanco y el negro. Algo que en el caso de Pennsatucky –la única presa que, como bien dice Nicky, se ha convertido en mejor persona dentro de los límites de Litchfield– me resulta especialmente complejo.
El perdón, ya lo deberíamos saber a estas alturas, es un camino de ida y vuelta. Libera al que lo recibe pero también a quien lo otorga. Sin embargo, no parece del todo claro cómo Doggett y Coates van a gestionar esta nueva situación, cuyo enfoque incomoda hasta al espectador, que demuestra que a la ficción de Netflix no le importa en absoluto arriesgar. Lo interesante de esta perspectiva es que se salta lo obvio e indaga en un terreno movedizo, entre complejo, peligroso y ambiguo, sobre cómo lidiar con las consecuencias de la violencia sexual.
El tratamiento de la locura
En realidad, todos en Litchfield tienen sus propios fantasmas, reales o no, con los que tratar. Varias secuencias le sirven a la serie para que también nosotros suframos un poco con la dulce Lorna, consciente de que hay algo que no funciona del todo bien en ella, o para que empaticemos con este Healy –tocado pero no hundido gracias al timbre del teléfono–, al que ya en la temporada pasada habíamos empezado a mirar con unos ojos más humanos.
El detonante para que el oficial nos revele sus carencias maternales y sus remordimientos es Lolly, una de las piedras angulares de la temporada. ‘Orange is the new black’ enternece sobremanera cuando, con esa inmensa sensibilidad y tacto que le caracteriza, bosqueja personajes especialmente vulnerables e indefensos.
La historia de Lolly, que espanta las voces que habitan en su cabeza con el sonido de unos cascabeles, lo es. Ella, como Lorna, es consciente de que algo no va del todo bien y de que su realidad, de la que no puede discernir la ficción de lo auténtico, está por completo alterada. Que Alex se sienta culpable, no tiene únicamente que ver con la muerte de Aydin, que también, sino más bien con este personaje del que ella y las demás prisioneras no tienen ningún reparo en aprovecharse para salvarse a sí mismas.
La desigualdad racial
Con todo, si no fuera por sus últimos cuatro o cinco capítulos, es fácil que, más allá de algunos momentos puntuales, la cuarta temporada hubiera pasado algo desapercibida por nuestras pantallas. Sin embargo, a ‘Orange’ se le da particularmente bien atravesarse en tu estómago en los momentos más inesperados y pasar de la risa al drama, de lo amable a lo cruel, de lo dulce a lo agrio y de lo tierno a lo violento.
Así las cosas, y a pesar de las buenas intenciones de Caputo y de sus intentos desesperados por hacer lo correcto, el tono más dramático, cuya intensidad va in crescendo, lo ponen sus nuevos agentes. Su comportamiento entre discriminatorio, racista e intimidatorio resulta especialmente desagradable y cruel en el caso de Maritza y, en particular, de Suzanne.
De fondo subyace la mala gestión privada, que trata a Litchfield más como un negocio y a las reclusas como su materia prima. En este sentido la crítica es irrefutable. Un conjunto de errores, su pésima dirección, unos empleados poco formados y su trato infame y abusivo, empujan a las prisioneras al momento más tenso del que tenemos constancia. Daya, que últimamente se siente algo desubicada, es la protagonista de este cliffhanger que termina con la fantástica Blair Brown, a la que algunos recordamos por ‘Fringe’, atrapada en mitad del “fuego”, con un improvisado motín y con una pistola en manos de la latina.
El mejor homenaje
Pero si por algo vamos a recordar esta cuarta temporada será por la muerte de uno de sus personajes más queridos. El instante no podía ser más cruel. Y es que, por más que intenten sus historias humanizar y dignificar la prisión, lo cierto es que ‘Orange is the new black’ no pierde la perspectiva y nos recuerda que la cárcel también hace sus estragos.
La dramedia es una maestra a la hora de moverse en mitad de esta teoría del caos que termina con Poussey –ahora que las cosas en su vida empezaban a cobrar de nuevo sentido–, en medio del suelo del comedor, víctima de un absurdo accidente perpetrado por el agente más inocente y bueno de todo Litchfield.
Poussey, la presa cuya sonrisa tiene más luz propia que ninguna, se despide de nosotros y, no en vano, la serie le dedica uno de los homenajes más hermosos que se hayan hecho nunca a un personaje muerto en televisión. Resulta llamativo que precisamente en su cuarta temporada, la que menos ha abusado del flashback como recurso, cierre con un episodio tan centrado en su pasado. Sea como sea, su última noche de libertad, además de dejarnos planos maravillosos, es una bonita manera de cerrar el círculo.
También de cerrar una etapa. La advertencia es clara. Llegó el final de la inocencia. Y las reclusas ahora tienen el control. Queda preguntarse, ¿sabrán cómo utilizarlo?
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