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Canarios con Zaplana

Federico Utrera / Federico Utrera

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No, nada se dice en el libro del Zaplana estudiante canario más allá del dato. El único canario que sale en el libro es el abogado Rafael González Bravo de Laguna, “consejero de AVSA por Saur”, a propósito de un polémico viaje a París junto a Zaplana en el que la Generalitat valenciana quería convencer al grupo Bouygues para financiar un pool mediático de prensa, radio y televisión afin al PP (el Grupo Tabarra), a cambio de la concesión por otros 50 años del servicio hídrico público en la capital del Turia a la empresa Aguas de Valencia, participada en un 31,10% por los franceses. Al final la operación, hace aguas porque un informe interno desaconseja la inversión: “No aportan nada al grupo, y otros grupos de prensa, como Moll o Prisa, nos atacarían”. Pero quedó rastro documental de una estancia de tres horas de Zaplana en el Hotel Ritz de París (“probablemente una siesta”, dice el autor) por el módico precio de 150.000 pesetas de las de antes. Porque Zaplana viajaba en jet privados, nada de la vulgar business class de los políticos al uso.

El trabajo de investigación, que a muchos pondrá los ojos como cuadros y sobre el que el protagonista aún no se ha pronunciado, concluye con una anécdota que conté en El Correíllo de Juan García Luján: aquel día en que su hija María Zaplana, de 20 años, que hace prácticas en agosto en la sección de economía de El Mundo, se harta del ingrato periodismo y pone pies en polvorosa. O para ser más preciso, ruedas: con lo que le pagan no tiene para sufragar ni la gasolina del flamante Porsche Cayenne con el que va a trabajar (entre 55.000 y 131.000 euros, según los extras), pues sólo el seguro a todo riesgo le cuesta 6.000 euros. Dice el libro que Zaplana sólo aspiraba en sus comienzos a poseer un Vectra de 16 válvulas, pero mas allá de sus devaneos con la clase política, mediática y empresarial de este país (Fefé, El Pocero, Fabra o los que por aquí sobrevuelan) con este libro queda la evidencia de porqué el anónimo autor del Lazarillo de Tormes quiso enmarcar el grado más excelso de la picaresca en un país como España.

Federico Utrera

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