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Montar el pollo sin mojarse

Cristóbal D. Peñate

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Es muy fácil ver los toros desde la barrera, mandar al campo de batalla a tus subordinados mientras tú observas el panorama sentado en un confortable despacho enmoquetado. Es muy sencillo mandar a los soldados a la guerra o pagar a mercenarios mientras tú sigues la contienda desde el televisor de tu salón de estar dando lentos sorbos al güisqui on the rocks.

El pasado domingo se celebró un referendo singular en Cataluña, ilegal para unos y legal para otros, no autorizado por el Gobierno de España y por el Tribunal Constitucional, tribunal político donde los haya ya que sus miembros son elegidos por los partidos mayoritarios y la mayoría en este caso está formada por magistrados designados por el partido gubernamental.

Rajoy aseguró públicamente días antes que no habría referendo ni urnas ni papeletas, pero finalmente hubo las tres cosas, aunque el referendo fuera formalmente ilegal y desautorizado por los poderes del Estado. Lo cierto es que hubo consulta, que más de dos millones de personas votaron y que seguramente muchas más se quedaron con las ganas porque la policía nacional y la guardia civil trataron de impedir por orden judicial que se abrieran los colegios electorales, confiscando urnas y papeletas.

Fue un domingo caliente con una resistencia pacífica, en términos generales, y con varias cargas policiales violentas, tanto que se contabilizaron casi 900 heridos. Las imágenes de urnas incautadas por policías y de viejos ensangrentados por intentar votar pudieron verse en todo el mundo, por lo que a Rajoy le salió el tiro por la culata mientras se fumaba un puro y leía el Marca. Si nos atenemos a lo publicado por la prensa extranjera, Puigdemont ganó por goleada, casi como el Barcelona a la UD Las Palmas.

La vicepresidenta del Gobierno de España y su delegada en Canarias afirmaron sin el más mínimo pudor que la actuación de las fuerzas de orden público fue proporcionada. No dirían lo mismo si a ellas las hubieran tirado de los pelos y sacado a la fuerza de un colegio, si las hubieran pisoteado o aporreado, si las hubieran lanzado balas de goma o gases lacrimógenos. Hay momentos en la vida en los que, si no quieres mentir, debes guardar silencio para mantener al menos la dignidad.

Por si eso fuera poco la directiva de la Unión Deportiva Las Palmas se unió a la estupidez global al hacer jugar a los futbolistas en Barcelona con la bandera de España bordada en la camiseta, justo en la fecha del referendo, cuando nunca antes lo había hecho. Precisamente por eso fue una provocación en toda regla en la que un club deportivo serio no debería entrar. Era innecesario echar más leña al fuego. Esa idea estúpida solo se le puede ocurrir al exguardaespaldas de Soria que tiene Miguel Ángel Ramírez en nómina, al pequeño Nicolás o al que asó la manteca.

El equipo amarillo ha dejado de caer simpático en Cataluña, en media España y en buena parte de Canarias. Se puede hacer el ridículo de muchas maneras, pero lo de la UD fue patético y bochornoso. Y menos mal que se jugó el partido sin público porque podría haber sido mucho peor si se hubiese encendido la mecha dentro del estadio y a algunos exaltados les da por invadirlo. Tanto Rodríguez como Roldós ven el espectáculo desde sus palcos particulares, desde la barrera y el burladero. Así es muy fácil hacer la guerra y montar el pollo. A costa de los demás.

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