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Ponga un primo de Zumosol en su vida

Carlos Castañosa

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Es un buen recurso mientras se resuelve o no el gravísimo problema del acoso escolar por medios civilizados, como la intervención oficial de autoridades competentes, instituciones sociales y asociaciones cívicas.

Siempre existió el hostigamiento, ahora denominado bulling, no solo en el colegio sino en el barrio de entonces, en la calle o en el campo de fútbol de tierra y piedras. Pero antaño había unos mecanismos naturales de protección que funcionaban con la eficacia que, al parecer, ahora falta. Cuando el más chulito del grupo se mostraba en plan abusador contra el más pequeño, débil e indefenso, enseguida aparecía por casualidad un hermano mayor, o el vecino cachas que venía de levantar pesas en el gimnasio, o el novio de la prima del acosado, que se marcaba un muy favorable tanto de héroe defensor del oprimido a los ojos de su chica. Nunca intervenían los padres, que suelen empeorar estas situaciones por exceso de celo.

Cierto que era una sociedad infantil más solidaria y, en apariencia, más civilizada que la actual, en la que esporádicamente se dan casos, impensables en aquel lejano entonces, de ataques en grupo en plan linchamiento. Entonces, el grupo impedía que el gallito de turno gallease más allá de lo permitido.

Habría que plantearse si la diferencia estriba en la “brutalidad” sana de los juegos callejeros antiguos, contra el sadismo bélico de los actuales videojuegos violentos y sanguinolentos, que pueden deformar una mente en ciernes y fomentan la obesidad infantil por exceso de sedentarismo; en contraposición con la hiperactividad física de los peligrosos pero saludables chavales que éramos hace más de medio siglo.

Quién me iba a decir entonces que cuando ya fuera un abuelete, más cerca de los cien que lejos de los cincuenta, iba a echar de menos aquella seguridad infantil de que nadie podía tocarme las narices so pena de que apareciera mi primo Rodrigo con la mano levantada, predispuesto al guantazo defensivo. El protocolo consistía en el trasvase de papeles; pues al año siguiente sería yo el paladín de mi otro primo más pequeño. Sin problemas, y todos amigos y todos felices.

Mi añoranza actual es mucho más triste que el simple recuerdo de aquello, pues hoy me siento vulnerable e indefenso ante asechanzas de navajeros, atracadores de mano armada, infames trileros y demás gentes de mal vivir como residuos sociales organizados en plan mafias, en nombre de unos ideales inventados como excusa para delinquir con el máximo de impunidad. Me vendría muy bien ahora mi primo Rodrigo (q.e.p.d.), aquél de “¡Dios, que buen vasallo si hubiese buen señor!”.

Hoy es al revés. Tenemos “buen señor”, pero el vasallo principal tiene poco de campeador. La traición de lesa patria, en formato de rebelión, sedición o sublevación, requiere ser cortada de raíz desde sus primeros síntomas. Máxime si se cuenta con medios legítimos suficientes, apoyo de la legislación vigente, de la mayoría social del país y de los aliados internacionales. No se atajó en su día, a pesar del clamor popular; y el movimiento subversivo creció como un monstruo de mil tentáculos.

Ni un Cid Campeador ni el guerrero del antifaz ni el primo cachas de zumosol, podrían ahora solucionarlo. Llegados al punto de no retorno, la desidia política no puede encontrar solución viable a un problema enquistado, por la flojera de un líder pusilánime que ha basado su filosofía de gobierno en la prioridad de sus decisiones, en función del cálculo de votos que gana o pierde si adopta una, aplica otra, o si deja de tomarlas con el deseo y esperanza de que el conflicto se disuelva solo.

No es premonición ni vaticinio esotérico, sino uso de razón aplicado al sentido común. Se avecinan graves acontecimientos por la pasividad mostrada como signo de debilidad, justificada como prudencia. El radicalismo fanático no pude desaprovechar este filón de impunidad para desarrollar el terrorismo callejero de una violenta minoría que sojuzga con el miedo a la mayoría pacífica de la población. Delincuentes sueltos que ignoran leyes y derechos fundamentales de la ciudadanía normal, se harán con las calles de la querida Barcelona en una guerrilla urbana que está diseñada desde hace muchos meses. La réplica de las fuerzas de seguridad volverá a ser utilizada como argumento de desprestigio para un estado de derecho mancillado y mal dirigido.

Si así sucediera –esperemos que algún milagro imprevisto lo evite–, será el momento de asumir el fracaso político en forma de dimisiones. Y que esta durísima lección sirva a los futuros y aguerridos “vasallos principales” para no volver a especular jamás con privilegios de unos pocos abusadores, a cambio de votos que embadurnen de pegamento las poltronas desde las que “servir al pueblo”.

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