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El marinero loco

Juan García Luján / Juan García Luján

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Por eso los familiares de Anatoliv Pilipochuk creen que el marinero ucraniano estará feliz recorriendo los países de Europa occidental, disfrutando de la democracia, de la asistencia social y aprendiendo idiomas y trabajando en el barco. Creerán que el hombre tiene una novia en cada puerto, y que es un afortunado de no seguir en su país, en una democracia que no es democracia, en un sistema que nació de una revolución naranja que fue bien vista por los occidentales, pero que ahora mismo no se sabe si realmente es un país color naranja o color gris. Hace meses que los familiares de Anatoliv no reciben ningún mensaje suyo. No se sabe si el marinero les llegó a mandar alguna postal comprada en los kioskos del Parque de Santa Catalina.

El caso es que hacia tiempo que Anatoliv ya no estaba para comprar postales o para llamar a su familia. El barco en el que trabajaba fue abandonado por su armador en el puerto de La Luz y de Las Palmas. La historia volvió a repetirse: unos hombres sin sueldos, sin permiso de residencia, sin trabajo, sin saber hablar español.

Comienza así un camino que suele acabar fatal. Nadie se responsabiliza de ti. Tú no tienes opción de cambiar tu destino. Ni te llevan a tu país, ni te dejan trabajar legalmente aquí. Cambias el sucio camarote del barco por un banco de cualquier parque. Te pones a pedir dinero a los que pasan por la zona. Compras un litro de vino barato y unas galletas, para beber, comer y olvidar. Te olvidas de tu familia, te olvidas de buscar un futuro porque están entregado a anular tu presente. Así empieza el consumo excesivo de alcohol. La depresión camuflada. La vida en la calle. La “enfermedad mental”.

Así era la vida de Anatoliv Pilipochuk. El no salió loco de Ucrania. Él se encontró con la locura en Gran Canaria. Ahora que el marinero ha callado para siempre, todos hablan. Dicen en la Consejería de Sanidad que cuando el personal del Hospital Doctor Negrín dejó el pasado 2 de diciembre a Anatoliv sentado en una silla en la puerta del centro sanitario lo hicieron muy bien, porque “no registraba patología que justificara su ingreso”. Desde Sanidad cuentan que el marinero ucraniano llegó “con sus ropas orinadas y defecadas, como en anteriores ocasiones”. Otros testigos dicen que a Anatoliv lo pusieron en la calle con malos modos, piden que revisen la grabación de las cámaras de seguridad para que comprueben que “lo empujaron con ánimo de tirarlo al suelo”. Según esos testigos, el marinero estuvo muerto en esa silla varias horas y cuando varias personas llamaron a los médicos, al personal sanitario le costó ponerlo en la camilla porque su cuerpo estaba rígido ya que llevaba varias horas muerto. Dicen en Cáritas que historias como ésta se seguirán repitiendo si no hay Centros de Salud especializados para atender a gente sin techo, que muchas veces no tienen documentos ni dinero para comprar las medicinas que necesitan. ¡Qué ocurrencias tienen en Cáritas, la consejera Mercedes Roldós cerrando centros de urgencia y éstos de Cáritas diciendo que se necesitan más centros!

Al ver el final de Anatoliv me acordé de unos versos escritos por uno de nuestros locos más ilustres, el poeta Leopoldo María Panero, que escribió un poema titulado Bello es perder. En su libro Teoría del miedo escribió Panero: “Bello es perder / cuando se acercan los hombres / bella es la ruina y el acabamiento / bella es la muerte rica en excremento / y en el azul cemento / en que perdí mi vida”. Parecen unos versos escritos para este marinero muerto en la puerta de nuestro hospital más moderno. Seguramente Panero ha vivido en más de una ocasión las miradas de desprecio de los prójimos que pasan a su alrededor, una situación semejante a la que vivía Anatoliv. Forma parte ya del paisaje de las ferias del libro que se hacen el parque San Telmo la imagen de Panero acostado en un banco, con sus ojos perdidos, su bolsa como almohada, interpretando el papel de un mendigo. La mayoría de la gente que pasa a su alrededor no sabe que ese loco Panero es uno de los poetas más leídos en España.

La jueza no quiere mandar a enterrar el cuerpo de Anatoliv para investigar las circunstancias de su muerte y quiere esperar a ver si su familia lo reclama. Me parece bien que investigue si hubo negligencia o maltrato contra este marinero loco. Pero después que lo entierren y si su familia llama por teléfono que le digan que su barco naufragó, que se lo comieron los tiburones, pero no le cuenten, por favor, que aquel aventurero que salió de Ucrania murió en la puerta del mejor hospital de Canarias porque “no regisraba patología que justificaran su ingreso”. No le cuenten eso, por favor, que a lo mejor Mercedes Roldós no tiene vergüenza de cómo funciona la sanidad pública canaria, pero yo sí.

Juan García Luján

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