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El ‘antisistema' Rajoy

Mariano Rajoy en su visita a Brisbane en la cumbre del G20 - Foto Efe

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

En el espectáculo de los cuatro principales partidos en busca de un Gobierno destacaría en orden decreciente, de más a menos, la desvergüenza de Rajoy y del PP, las tribulaciones de Pedro Sánchez que anda de aquí para allá como gallina sin nidal, la petulancia redentorista de Pablo Iglesias y el no digo ni que sí no que no, sino si quieres que te cuente el cuento del gallo morón.

Domina al PP, diría yo, el síndrome de las bárbaras oposiciones que tuvieron que superar varios de sus principales dirigentes. Durante mucho tiempo di por sentado que empollarse aquellos tremebundos temarios tendría a la larga secuelas, aunque, la verdad, nunca se me ocurrió que la perversión de que el éxito de opositar diera lugar a la idea de que los puestos políticos ganados en unas elecciones son plazas en propiedad. No recuerdo si fue sugerencia gramsciana la que me propició el primer barrunto de semejante relación, pero sí tengo claro cuando caí en la cuenta de que bajo el tal síndrome subyace el convencimiento de la derecha carpetovetónica de que el Estado y el país todo son de su propiedad y les irrita que vengan a robarles lo que les pertenece atrevidos advenedizos que no se cortan un pelo al entrar en los hasta no hace tanto exclusivos tabernáculos del poder; y que, encima, lo hagan sin corbata y con esos pelos tan inquietantes.

Yo no sé a ustedes pero a mí me suenan, a reflejo de ese sentido de la propiedad, los reproches a Pedro Sánchez por haber entrevisto la posibilidad de hacerse con La Moncloa. Una sensación que ya tuve cuando Felipe ganó sus primeras elecciones, agudizada hoy por la afirmación de Rajoy de que la corrupción no tiene porqué influir en los pactos y repartos para la formación del nuevo Gobierno; lo que viene a ser en esta clave que les digo la proclamación de que yo con lo mío hago lo que me da la gana. Quiero decir que nadie dice nada de la pretensión de Rajoy de gobernar, pero casi consideran una osadía que traten de desplazarlo.

La papela de Pedro Sánchez, tal y como se ve de fuera, no es, pues, sencilla. Casi diría que preocupa más a los elefantes socialistas que a los peperos su eventual opción por la izquierda; hay en la manada paquidermos que desconfían de Iglesias, unos por su deliberado propósito de crecer a costa del PSOE, otros no vaya a poner en evidencia que han traspasado la puerta giratoria; y los de más allá por razones en las que no entro: lo que interesa es que une a todos el común denominador de la debilidad que atribuyen al liderazgo de Sánchez en su partido. Estas dificultades, reales o supuestas, son la esperanza de Rajoy. No es ningún secreto que está convencido de que le conviene darle tiempo a la manada de meter en razón al secretario general socialista.

Más cara que un saco de euros

Da la sensación de que pretende el PP que prevalezca la opción Rajoy como resultado de su triunfo en las urnas. Si puede considerarse triunfo la pérdida de millones de votos y su impotencia para formar Gobierno. En este punto roza el PP lo sublime al ponerse serios sus dirigentes para cantar a la Constitución (contra la que hizo campaña como AP), a la democracia (a pesar de la “ley mordaza”, por ejemplo) y a la igualdad de los ciudadanos, cuando figura entre los países con mayores desigualdades y de los que más las han agrandado las distancias entre ricos y pobres. Por no hablar de su fracaso diplomático ante las instancias europeas: el hecho de que el Gobierno italiano, partiendo de una situación parecida a la española, haya conseguido de la UE condiciones mucho más llevaderas que los tremendos y muy crueles sacrificios impuestos a los españoles resulta ilustrativo. El abuso, en fin, de su mayoría absoluta, la que le permitió a Rajoy ciscarse en el Congreso de los Diputados, al que dio cuatro años cuasi sabáticos, impide creer ahora en la actitud abierta y dialogante que proclama cínicamente. Pero con todo eso no es nada: la desvergüenza alcanza su clímax cuando frente al “aventurerismo” que dicen de Pedro Sánchez, con más cara que un saco de euros, hablan de la necesidad de un Gobierno serio, responsable, creíble, capaz de darle al país estabilidad, etcétera. Algo que, por lo visto, sólo garantiza Rajoy. Sin embargo, una vez se dice que la calabaza es buena y tiene complicado los peperos repetir lo que hicieron creer al electorado en 2010, cuando obtuvieron en las urnas la mayor acumulación de poder que ha tenido jamás un partido en España. Ya se vio con la “victoria” del 20-D como reflejo de que son millones los votantes que se sienten estafados. Es cierto que los socialistas tuvieron los peores resultados de la historia del PSOE, como recuerda el PP hasta la extenuación. Sin duda los merecieron pero conviene entender que es el punto de partida el que marca la diferencia entre el retroceso electoral y la catástrofe.

Nos toman por idiotas o son ellos, los peperos, quienes sufren una grave enajenación. Esto, imagino, lo entiende cualquiera medianamente informado que no tendría dificultad para advertir la calaña de esta gente. Sé que generalizo, porque habrá de todo como en botica, pero me indigna particularmente la forma en que se utiliza la buena fe y el grado de incultura política para meterle a la gente el miedo en el cuerpo y arrancarle el voto. “Y aquella viejita que nada tenía lloraba porque le dijeron que los comunistas vendrían a quitarle todo”, contaba en sus mítines cierto dirigente del PCE carrillista en tono clerical, sorprendente en sujeto que debía oler a azufre demoníaco al decir del imaginario popular promovido por el facherío.

En esta sección de carotadas, creo que sería ofender al lector extenderme a la relación del PP y la corrupción. Quien más quien menos sabe lo que hay. Pero resultan obligadas unas consideraciones. La primera es que el PP suele justificarse con que en todos sitios cuecen habas. Lo que, en principio, es cierto pues también que el socialismo felipista tuvo sus casos, si bien no alcanzaron la entidad de los habidos a la sombra del PP que han alcanzado proporciones de saqueo. Pero no vale como intento de reducir la corrupción en el entorno del PP a unos casos aislados de los que se dan en las mejores familias para combatir la impresión de que se trata de tramas que funcionan como mafias y apuntan a la sala de máquinas del poder. Es el poder o su cercanía lo que permite prosperar a la corrupción. Eso es bien conocido y aceptado porque ocurre o puede darse en cualquier sitio: la diferencia es que la corrupción española pasa de castaño oscuro. Históricamente nunca fue considerada ese mayor problema e incluso se admiraba socialmente la supuesta inteligencia de quienes lograron enriquecerse con ella. Hoy las cosas han cambiado algo, por más que la condena de corrupción y de corruptos no parece haber calado en los estratos altos. Lo digo porque, sin prejuzgar lo de Rato, que eso toca a los jueces, lo cierto es que dirigentes y militantes destacados del PP, incluso ministros me cuentan, le organizaron en su día una comida de desagravio por su detención. A esta categoría de comprensión pertenece, cómo no, el “sé fuerte” de Rajoy a Bárcenas. Aunque, todo hay que decirlo, cabe considerar que los dos casos son buena muestra de la cristiana de aborrecer el pecado y compadecer al pecador. Por más que a veces no sé qué pensar: en el caso de Rato nadie en el partido le ha llamado “delincuente” mientras que con Bárcenas han agotado todos los campos semánticos para denigrarlo. Será que, comprensiones aparte, el clasismo del PP diferencia entre el divino Rato y Bárcenas, el empleado en diferido. Debe ser una costumbre porque Rajoy se ha inflado a elogiar a prácticamente todos los dirigentes peperos, en especial a los valencianos, cogidos con las manos en la masa. Todavía recuerdo la vez en que largó que su aspiración era que toda España fuera como Valencia; lo que, sin duda, casi ha conseguido.

Puestos en cierta perspectiva histórica pudiera decirse que con Aznar se erradicó la corrupción, lo que permitió al PP vender que era asunto exclusivo del PSOE. Hoy sabemos que no es así y la boda de Ana Aznar fue una buena ocasión para ver la soltura con que se movían en esos círculos buen número de los implicados en casos graves. Lo que indica, obviamente, no la complicidad de Aznar, que en eso no entro, sino que los que después se descubrirían como corruptos ya estaban allí. Un isleño de tierra adentro, con el que echo de vez en cuando algunas parrafiadas, me comentó al respecto: “No me dé usted dinero sino póngame donde lo haiga”. Pues eso.

Tras Aznar vinieron los años de Zapatero, en los que no se destapó, que yo recuerde, ningún caso; que los había, sin duda. Y en 2011 comenzó la era Rajoy a razón de casi un escandalazo diario. Ya ni llevo la cuenta, pero convendrán respecto a los casos socialistas, la mayor entidad de los más conocidos (Gürtel, Bárcenas, Púnica); a los que se añaden los de los últimos días: el de Acuamed y la detención de 24 personas en relación con una trama de corrupción en el ayuntamiento de Valencia. Entre los detenidos figura Alfonso Rus, ex presidente de la Diputación valenciana al que Rajoy dedicó, en su momento, uno de sus ditirambos más encendidos. Este último asunto amenaza con llevarse por delante a Rita Barberá que, de momento, está aforada como senadora. Ya se rumoreaban con insistencia las implicaciones de Barberá en más de un asunto, pero el PP decidió meterla en su lista para el Senado. Para protegerla con el aforamiento según los mal pensados. Lo de Acuamed ya ha provocado la dimisión de uno de los hombres de confianza de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría. Y suena también el nombre de Arias Cañete, ex ministro de Agricultura.

El antisistema Rajoy

Ya puesto, les diré que estoy hasta el gorro de la facilidad con que desde la derecha pepera y sus alrededores tildan de “antisistema” hasta al rosario de la aurora. Considero que los antisistema son también hijos de Dios, tienen derecho a estar contra lo que no les guste y resulta irritante que espeten esa condición a todo bicho viviente que ose opinar distinto.

Habría que decirle a esta gente que el auténtico antisistema de la política española es Mariano Rajoy. Los demás, sobre todos los de Podemos, a quienes suelen referirse los anatematizadores, lo serán o no pero, de momento, sólo pecan de pensamiento.

Para empezar, tenemos la negativa de Rajoy a aceptar la invitación de Felipe VI de intentar la investidura presidencial sin renunciar, eso sí que no, a su candidatura. Si el rey es cabeza visible del sistema no parece muy respetuoso que Rajoy se le plantara con el argumento de que todavía no tiene los votos suficientes para conseguir la investidura y que ya le avisará él cuando los tenga para que vuelva a proponerle la formación de Gobierno. No ha dejado en muy buen lugar al monarca y a la institución que representa con lo que favorece al republicanismo frente a la monarquía parlamentaria.

El Rajoy antisistema viene de hace dos décadas. En 2004, recuerden, el terrible atentado en los trenes de Atocha lo atribuyó el PP y sus aliados mediáticos a ETA. Llegaron a correr que Zapatero había llegado a un arreglo con los terroristas para ganar las elecciones y convertirse en presidente del Gobierno. El PP, a pesar de que todos los indicios apuntaban a los islamistas, se aferró entonces a la autoría etarra para salvarle la cara a Aznar: no querían ni por nada que se relacionara el atentado con una venganza islamista por la participación española en la guerra ilegal de Irak. Aquella decisión de Aznar la aplaudieron puestos de pie los diputados del PP celebrándola como gran éxito del año en son de réplica a la opinión en contra de aquella ilegalidad que provocó no pocas manifestaciones callejeras.

El PP, a lo que iba, no sólo convirtió a Zapatero en cómplice de los terroristas sino que mantuvo el infundio durante las dos legislaturas socialistas. Proyectaron la imagen de Zapatero como la de un totorota inepto al que ridiculizaban de mala manera con Aznar lanzado patrióticamente a aconsejar a los inversores que no se les ocurriera meter dinero en la España “de los socialistas”. Llegaron al despropósito de culparlo de la crisis económica ocultando a la opinión dónde y cómo se inició y la forma en que arrastró a España. De repente resultó que Zapatero era un líder mundial capaz de provocar una crisis cualquier día que se levantara de mala leche. En aquellas circunstancias no tenía Zapatero demasiadas posibilidades de hacer algo porque cualquier intento tropezaba con la oposición cerril del PP al que tenía sin cuidado el país como no fuera para convencerlo de que los problemas económicos acabarían en cuanto sacaran a Zapatero de La Moncloa. Por fin consiguieron echarlo en las elecciones anticipadas de 2011, en las que consiguieron la mayoría absoluta para llegar a la situación actual de tan tremenda caída de votos que ya no le alcanza el resuello para formar Gobierno ni obtener apoyos de otras fuerzas después de cuatro años en que confundieron mayoría absoluta con poder absoluto.

Además de poner en entredicho dentro y fuera de España al presidente Zapatero, el PP pulso también en solfa el sistema con sus acusaciones a policías, fiscales, jueces y periodistas que no compartían la tesis pepera de que fue ETA quien atentó en Atocha. Si zarandear a los cuerpos de seguridad del Estado y a la Justicia no es debilitar de alguna manera las bases del sistema, que venga Dios y lo vea. Y ahí está el caso de Baltasar Garzón como referencia de la época.

La cuestión catalana

Recordarán que el entonces presidente quiso avanzar en el desarrollo autonómico y promovió reformas estatutarias que profundizaran en el Estado de las Autonomías diseñado, en su momento, para que evolucionara hacia el federalismo como forma de resolver el problema de la integración territorial de España. Al fin y al cabo, fue profesor de Derecho Constitucional y esas cosas crean hábito. Los catalanes, como ocurriera en otras autonomías, fueron a la reforma cumpliendo, estrictamente, todos los requisitos legales previstos para el proceso. Así, el borrador sufrió una primera criba en el mismo Parlamento catalán, que lo envió a las Cortes que le dieron el correspondiente afeitado, el segundo, tras el que se sometió al referéndum que lo aprobó. No obstante, el PP lo recurrió ante el Constitucional y este, después de los dichosafeitados y correcciones no debió encontrar donde aplicar a gusto el lápiz rojo y debieron los magistrados sentirse tan frustrados que encabezaron el fallo, emitido a mediados de 2010, con unas consideraciones políticas que los catalanes consideraron vejatorias y coincidentes con los posicionamientos del PP, que venían a ser los mismos de la derecha decimonónica.

No es preciso empujar a un partido con el ADN del PP para que trate de calzar por los catalanes. Y más cuando la satisfacción de tan baja pasión le proporcionaba la oportunidad de castigar a Zapatero a cuenta del Estatut catalán.

Aquello le llenó a los catalanes la buchaca. Los partidarios de una autonomía reformada dentro del Estado español tiraron la toalla pues consideraron el fallo su fracaso y unos fueron a nutrir las filas de los independistas, otros se encerraron en sus casas sin que faltaran los inasequibles al desaliento que confían en un cambio en España que permita reconstruir lo que ahora mismo está quebrado. El PP consiguió del bolichazo que los independentistas pasaran de porcentajes irrelevantes de votos a captar el 47% actual. Muchos de ellos convencidos ya de que ni aún cumpliendo estrictamente con los requisitos legales de la reforma posible podrán entenderse con España, sentimiento que han aprovechado quienes por la banda catalana emulan el cerrilismo españolista del PP y no sólo del PP. A lo que iba: ¿cabe o no considerar esta política anticatalana como un nuevo palo pepero al sistema?

Podría seguir recordando situaciones que avalan a Rajoy como el auténtico antisistema que ha acabado por destrozar la labor de sus antecesores. La forma en que ha manipulado los resultados de la última Encuesta de Población Activa para transformar en tremendo éxito una recuperación tan débil que da vergüenza ajena ver a los peperos sacando pecho. Justo por estos días en que saltó la noticia de que la diplomacia económica italiana, enfrentada a una crisis similar a la española, ha conseguido de la UE unas condiciones llevaderas frente a los tremendos sacrificios impuestos a los españoles. Son las consecuencias de la política de Aznar, cuando le dio la venada de líder mundial de maletilla figurón de Bush y mostró su desprecio por la Europa caduca; de la incapacidad de Zapatero para volver a los días en que Felipe lucía sin necesidad de ir a guerrear a Irak entre los líderes internacionales; y la del Rajoy que no cesa de dispuesto a destrozarlo todo.

 

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