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Vera Hernández, Eugenio

José Miguel Galarza

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Se nos marchó el domingo pasado Eugenio Vera Hernández, consejero que fue de la primera directiva del CD Tenerife como sociedad anónima. Un directivo de esa banca, ya desaparecida, basada en el crédito moral de los clientes. Un hombre valioso por sus principios y por su laboriosidad, un birria que acumuló tanto conocimiento como discreción tras la hora de su dimisión como consejero blanquiazul. Me recordaba en el duelo su hijo Eugenio Vera Cano, periodista y amigo, cómo procedió su padre cuando en 1994 renunció al puesto en la junta de Javier Pérez: una carta desistiendo y la autorización al presidente para que la hiciera pública cuando lo entendiera necesario.

En este fútbol de postureos, posados y tatuajes, Eugenio Vera no hubiera tenido sitio. Puede que lo viera venir hace veinticinco años, cuando su Tenerifito pasaba de anónimo a popular sin encontrar el momento para reflexionar sobre semejante cambio de rol, de ilustre inquilino de la Segunda a nuevo rico en Primera. Dueño de sus silencios, puede que Vera Hernández nos enviara, sin ser consciente, un aviso de prudencia cuando todo nos empezó a parecer poco.

Ahora que se ha evitado el regreso a las miserias de la Segunda B, convendría que los tinerfeñistas hiciéramos un ejercicio de contrición más allá del griterío que se nos anuncia para el domingo ante el Real Zaragoza. Desde el mar a la cumbre, aquí todos tenemos un tanto de responsabilidad cuando los unos pretenden refugiarse en los cánticos y los otros a que escampe de nuevo la lluvia para repetirse en las formas, fiados al primer chamán que toque a la puerta.

Coda: el duelo en Los Realejos en esta semana de permanencia es doble. Murió el padre José Siverio, cura docto, musicólogo, historiador, premio Patricio Estévanez de la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife… así que periodista. Un hombre fundamental para entender la eclosión de la radio predemocrática en Canarias, cuya influencia determinó la formación, entre otros, de César Fernández-Trujillo (maestro y padre de un alumno aventajado como César José), Salvador García y Ventura González. Para uno, cuatro ejemplos de que este oficio de contar más y opinar menos sigue mereciendo la pena.

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