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Justicia para los canteranos

José Miguel Galarza

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Si usted cree que esta es una columna de las que sirven para despellejar a quienes trabajan en el área deportiva de un club de fútbol, gracias por hacer clic. Sepa también que se ha equivocado de columna y de columnista.

Sepa, si va a seguir leyendo, que todos los veranos, en cualquier club profesional de España, arranca un carrusel de despedidas de jugadores que ven alejarse el sueño del fútbol profesional en el peldaño más cercano. La mayoría lo hace con una edad superior a los 23 años, límite que, federativamente, impide simultanear varias categorías.

Algunos de estos futbolistas lo viven como un proceso natural, quizá porque nunca se vieron tan cerca del primer equipo como para mantener una expectativa real de poder dar el salto de Tercera o Segunda B a Segunda A o Primera. O puede que porque siempre fueron conscientes de lo estrecho que es el cuello de botella hacia los 42 únicos clubes que forman el profesionalismo en nuestro país.

Otros afrontan esta parte del proceso de maduración deportiva como un estímulo para intentar superar, fuera del abrigo que supone la comodidad de un equipo filial, la complicadísima transición al fútbol de élite.

Y luego están los que piden justicia desde su posición de canteranos. Consideran injusto que no se valore su rendimiento (mucho o poco) en Segunda B o Tercera para darles plaza fija —y sueldo fijo— en Segunda o Primera. Su entorno, ya sea en forma de padres, madres, novias, periodistas más o menos cercanos o contertulios —muchos de ellos con más minutos de radio que de campo—, clama en medios, redes y barras de bar contra los que han decidido —o contra los que ellos creen que han decidido— que no se amplíe el contrato de sus elegidos. Sepa que si para dar un poco más de dramatismo, hay que deformar la realidad de este proceso diciendo que esos chicos han sido “despedidos” se hace y punto. Que finalizar un contrato sea una cosa y ser despedido otra no viene el caso.

De estos últimos canteranos —lleven en los clubes dos años o diez—oiremos hablar mucho en las próximas semanas, por más que nunca sepamos los motivos que han llevado a un club a decidir que con más de 23 o 24 años su relación no se deba renovar. O bien, y pasa mucho, que están lejos en experiencia o calidad de la categoría en la que está su primer equipo.

Todos se convertirán durante parte del verano en ídolos de periodistas que, a duras penas, saben si son zurdos o diestros, rubios o morenos o si van por libre o hacen grupo. Luego, la gran mayoría se hará invisible. Alguno, con suerte, pasará a integrar la lista de agraviados a los que, interesadamente, se les citará de cuando en cuando como elementos de prueba de la incapacidad de este o aquel club para apreciar los valores de los canteranos. Arietes, fueran o no delanteros, para ir a esas guerritas —virus de cada junio— que tanto gustan en el periodismo para confirmar sesgos particulares.

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