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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

AMAZIGES DE CANARIAS

Viaje a un lugar desconocido

Luis Socorro

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Los primeros pobladores del archipiélago, llegaran deportados o voluntariamente, en una o en varias oleadas, viajaron a Canarias por mar. ¿Tan traumáticas fueron aquellas travesías que no se atrevieron a volver a navegar para conocer la isla que tenían en el horizonte? ¿La cercanía entre Lanzarote y Fuerteventura no propició contactos entre sus habitantes? A pesar de que los primeros aborígenes indudablemente sí conocían la navegación porque arribaron en barco, son mayoría los expertos que afirman que “no conocían la navegación, que no navegaron entre islas”. Y se apoyan en dos realidades incuestionables: no se ha encontrado ningún registro arqueológico ni tampoco referencias en las fuentes históricas. En consecuencia, Canarias sería el único archipiélago del mundo que le daría la espalda a la navegación durante más de mil años, desde que el ser humano llegara por primera vez hasta la Conquista. Sin embargo, gracias al análisis molecular de semillas, al ADN de la cebada que trajeron desde el continente, se abre una puerta a la posibilidad de que hubiera contactos entre Gran Canaria y Tenerife y también de que la agricultura llegara a las islas orientales y desde Lanzarote y Fuerteventura se extendiera a las centrales primero y luego a las occidentales.

Además de ser la directora del Museo Parque Arqueológico Cueva Pintada, Carmen Gloria Rodríguez es una especialista en arqueoictiología, de hecho es la primera científica canaria en realizar una investigación sobre la relación de los indígenas con los recursos marinos. Para conocer al detalle cada uno de los restos ictiológicos (espinas, cabezas y  escamas de pescados) y malacológicos (conchas de moluscos, como la lapa) localizados en los yacimientos, Rodríguez acudía a las pescaderías para destripar en el laboratorio, con ojos de cirujana, todas las especies que viven en el mar de Canarias y poder compararlas con los registros arqueológicos excavados.

“Todas las especies que hemos encontrado en yacimientos de Tenerife, Gran Canaria, La Palma, El Hierro, La Gomera y Lanzarote –en Fuerteventura estamos empezando a investigar- son de litoral. No hay ninguna que se capture en altura y, por lo tanto, que nos hable de artes pesqueras que les permitan llegar mar adentro. Pensamos que la riqueza íctica de aquella época sería considerable, por lo cual no hacía falta ir más allá del litoral para pescar”, explica Rodríguez. La conclusión es clara: “No necesitaban navegar para pescar”.

Para esta arqueóloga, los viajes de los primeros aborígenes a un lugar desconocido son una incógnita. “La teoría de la deportación es la que menos me convence. Creo que fueron circunstancias muy duras que obligaron a esa población a emigrar; con medios rudimentarios llegan a estas islas y olvidan la navegación o bien solicitan el concurso de pueblos que puedan transportarlos hasta aquí”. Jorge Onrubia, director de investigación en Cueva Pintada y profesor de la UCLM, considera que los amaziges isleños llegaron al archipiélago “en época romana y con la ayuda de navegantes” a los que pagarían en especies.

La profesora de la ULL y arqueóloga Esther Chávez opina que los indígenas ‘fletaron’ embarcaciones para que los trajeran a Canarias, unas islas que ya estaban en el mapa gracias a la cartografía de Agripa y a los relatos que recopiló Plinio el Viejo en su Historia Natural, como vimos en el primer capítulo de esta serie. “Atendiendo a los datos que tenemos”, argumenta Chávez, “no está documentado ningún resto arqueológico de embarcaciones”. Como la profesora no contempla la tesis de la deportación “porque no hay ni una sola prueba escrita”, considera que “fueron trasladados”. “Pensemos”, razona la doctora en Arqueología, “en el ejemplo de la emigración clandestina de canarios a Venezuela” a mediados del siglo XX, cuando Franco todavía prohibía salir de España. Aquellos canarios “pagaban para que los trasladarán a América”.

En cualquier caso, Chávez, como otros investigadores, amplifica la necesidad de “conocer qué estaba ocurriendo en África del norte durante los primeros siglos de la Era para encontrar claves de por qué decidieron abandonar sus pueblos de origen”. Además, como reivindica José Juan Jiménez, autor de Canarii, la génesis de los canarios, “hay que ir a África para conocer en profundidad los enclaves arqueológicos de las antiguas tribus bereberes”. 

El profesor de la Autónoma de Madrid Alfredo Mederos también es de la opinión de que “los tuvieron que haber traído”. Este investigador tinerfeño tiene argumentos para justificar su opinión. Autor, junto a Gabriel Escribano, de varias publicaciones sobre navegaciones en la costa atlántica del norte de África durante las épocas fenicia y romana, Mederos afirma que “las sociedades inmediatas de litoral no tenían capacidad náutica a lo largo de la franja de Marruecos a Mauritania”. Las grandes flotas pertenecían a las élites que gobernaban, aunque también había barcos pesqueros, como recoge en su trabajo Pesquerías púnico-gaditanas y romanos de túnidos (300-20 ac). Buceando en los textos clásicos, encontró “una de las referencias más claras sobre la presencia de marinos gaditanos en las Islas Canarias, en el siglo I antes de la Era común, en un texto de Plutarco”. Se habla de dos “islas atlánticas separadas por un brazo de mar muy estrecho; están situadas a diez mil estadios de Libia y son llamadas Islas de los Bienaventurados”. Los historiadores consultados interpretan que se trata de Lanzarote y Fuerteventura. 

Teoría de las pateras 

Y si fueron trasladados, ¿quién los trajo?, le preguntamos a Mederos. “Bien por decisión de Juba o del emperador, deciden poner algunas poblaciones en esas islas que ya conocían para colonizarlas”. Pero no hay pruebas escritas. ¿Deportados? “Es una posibilidad más pero hay que demostrarlo, en todo caso, complementaria con otros medios. Mejor pensar en un poblamiento relativamente planificado y sin duda tuvieron que usar barcos porque se necesita a un número determinado de personas para colonizar un territorio y además con animales como fue el caso”. Mederos sentencia: “Yo no creo en una oleada de pateras”.

Los doctores Juan Antonio Belmonte y María Antonia Perera, astrónomo y arqueóloga, respectivamente, descartan que vinieran por su cuenta y riesgo, tal como exponen en su ultimo libro, Las Escrituras del Pueblo Majo, en el que fundamentan su planteamiento. Deportados o no, “fueron traídos deliberadamente, posiblemente con el propósito de colonizar Canarias”, nos ha contado Belmonte, investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias y experto en arqueoastronomía de las islas. Roma controlaba el norte de África, las islas ya eran conocidas y “deliberadamente se ocupa un territorio con el propósito” de controlar ese espacio. Para ello, “trasladan a personas, con animales, frutales y semillas para garantizar” la supervivencia. ¿Pudieron venir deportados? “No es descartable”, expone Belmonte, “porque supondría un doble objetivo, colonizar un territorio que deseas ocupar y llevarte a unas personas que te están causando problemas”. Un dato más que aporta este científico es que “a las islas llegaron élites porque sabían escribir, como vemos en las numerosas inscripciones alfabéticas” grabadas en piedras de las siete islas. Lo que sí descarta es la teoría de arribadas de fortuna, “incluso que fletaran embarcaciones a cambio de bienes en especie. ¿Por qué van a venir por su cuenta?, ¿acaso sabían dónde estaba Canarias?”. El norte de África es lo suficientemente grande “para emigrar de un lugar si no estás cómodo en él, por las circunstancias que sean; no hace falta embarcarse a unas islas remotas y desconocidas. Esto no es el Pacífico, ni los primeros pobladores navegantes polinesios”.

  El profesor Jorge Onrubia descarta rotundamente, como la mayoría de los investigadores, “una navegación de fortuna”, que vinieran por su cuenta en embarcaciones pequeñas. En un artículo publicado en Antiquetés Africaines, sostiene que “la cuestión de la visibilidad es muy importante. Los navegantes que llegaron a Canarias lo hicieron practicando lo que P. Arnaud -un auténtico especialista en la materia- llama cabotaje de altura: a lo largo de la costa pero pudiendo encadenar varios jornadas en condiciones emparentadas con la navegación de altura. Es decir, la tierra se pierde de vista durante un tiempo”. Contrariamente a lo que a veces se dice, “Fuerteventura no se ve desde Cabo Juby (Tarfaya)”. Como se aprecia en un mapa de visibilidad que está en el citado trabajo del profesor Onrubia, “sólo al sur de Cabo Juby hay una zona donde, en teoría -la práctica es otra cosa porque hay brumas y otros fenómenos que dificultan la visión de forma casi permanente-, se puede contemplar a la vez las islas y la costa africana. Pero aquí la corriente de Canarias es fuerte y no es fácil alcanzar las islas desde esta posición, porque la corriente te empuja hacia la costa –solo hay que ver la cantidad de embarcaciones que embarrancan ahí- y también hacia el sur, con el riesgo de perderse definitivamente en el mar”. En consecuencia, concluye el investigador, “lo más probable es que las embarcaciones alcanzaran las islas navegando desde bastante más al norte, por lo que no tendrían más remedio que dejar de ver la costa. Esto implica claramente un buen dominio de las técnicas náuticas y excluye una navegación de fortuna”.

El doctor en Marina Civil Antonio Ceferino Bermejo, y profesor de Ciencias y Técnicas de la Navegación de la ULL, tampoco cree en la teoría de las pateras. Bermejo ha realizado estudios muy detallados de las condiciones náuticas de la costa marroquí del Atlántico y de la travesía desde Cabo Jubi (Tarfaya) hasta Fuerteventura, el punto más cercano entre el continente y el archipiélago. Ha analizado varias hipótesis de cómo pudo ser una travesía hace 2.000 años. Sus investigaciones le han llevado a colaborar con historiadores veteranos como Tejera Gaspar. El catedrático también es de los que mantiene que los aborígenes desconocían la navegación: “Ni hay pruebas arqueológicas ni menciones en las crónicas”.

Antonio Bermejo imagina el viaje entre abril y septiembre porque “los vientos son favorables y con 20 nudos de velocidad”. Al zarpar del puerto –Tánger era el principal en la fachada atlántica del norte africano, nos contó José Juan Jiménez, aunque Trinidad Arcos defiende que era Lixus, ambos en Marruecos- y ya bajo la influencia del alisio y de la corriente fría de Canarias, “se podría dar rumbo directo a Canarias o seguir costeando con vientos de popa hacia el sur por la costa africana, dando el salto hasta nuestras islas a la altura de la zona norte de Tarfaya. Nos inclinamos más por esta segunda posibilidad porque discurre mucho más tiempo a la vista de tierra, lo cual seguramente transmitía mayor seguridad a los navegantes de la época. Esta derrota no dejaba de entrañar el riesgo de no dar con nuestras islas, ya que de no cambiar de rumbo a tiempo se podría seguir hacia el sur de cabo Yubi –como señaló anteriormente Onrubia- sin alcanzar a divisar la isla de Fuerteventura. De no cometer este error, una vez alcanzada la primera isla se podía ir navegando de una a otra, siempre con buena visibilidad y con la posibilidad de poder aguardar vientos favorables en zonas abrigadas de nuestro Archipiélago”.

Este experto considera que estas “empresas marítimas tuvieron que ser lentas y laboriosas y no siempre finalizadas con éxito, ya que las aguas de Canarias, por sus condiciones meteorológicas y oceanográficas, no son precisamente un paraíso para la navegación a vela, siendo necesaria una gran preparación, tanto de embarcaciones como de su tripulación”. A esto, añade Bermejo, “las embarcaciones antiguas presentaban limitaciones para navegar con toda clase de vientos y mares, debido a la utilización de velas cuadras y a las dimensiones y formas de los cascos”.

 Durante el primer milenio AEC (antes de la era común) y también durante los primeros siglos de la Era, cuenta Esther Chávez, “habían dos tipos de navegación: cabotaje, de puerto a puerto o en pequeñas bahías, y el viaje de altura, para la cual se orientaban a través de las estrellas, de forma que es posible que el viaje a Canarias quizá combinara esos dos tipos de navegación; es muy probable que primero recalaran en Lanzarote y Fuerteventura”. 

En aquellos tiempos, según Chávez, básicamente habían dos tipos de barcos. “Los denominados gaulos eran los utilizados para la pesca, eran más pequeños y tendrían una eslora entre 15 y 20 metros”. Para el traslado de personas o de tropas se usaban unas embarcaciones más grandes. En el Periplo de Hannón (siglo V antes de la Era), “el propio texto describe que habían 50 remeros, más la carga y el pasaje”. Estos barcos “tenían una eslora entre 30 y 40 metros y una capacidad entre 150 y 200 personas”. En aquella época, el poderío estaba en el mar. “Desde la primera guerra púnica, los romanos estaban siempre detrás de los barcos para apropiarse las naves en los puertos”.

Sobre la tipología de los barcos, Onrubia aporta más datos. “Están los barcos largos, propulsados por vela y remos (galeras de combate y galeras de comercio), y barcos redondos o ventrudos, propulsados a vela que eran la norma en el Imperio romano. Pero la iconografía y las fuentes escritas nos hablan de una multiplicidad de embarcaciones. Para la navegación en aguas canarias, los navíos mejor adaptados eran las galeras comerciales”. 

 ¿Qué dicen las crónicas sobre la navegación? Manuel Lobo, ex rector de la ULPGC, afirma: “Desde que se escribiera el primer relato, en 1341, refieren que los indígenas eran buenos nadadores, tanto que se acercaban incluso a los barcos, y que incluso pescaban, pero omiten toda referencia a la navegación”. Según algunos autores, continúa Lobo, “los guanches de Tenerife se comunicaban con los de La Gomera, pero no navegando sino flotando amarrados a una especie de buches de animal”.

El director del Museo Arqueológico de La Gomera, Juan Carlos Hernández, no cree que los gomeros viajaran a Tenerife, entre otras razones, porque el “Teide debía provocar pánico”. Las crónicas refieren que el Teide “era el principio maligno de las creencias guanches, probablemente porque fueron testigos de erupciones”. Una de las preguntas habituales que hacen los visitantes del museo es sobre la navegación entre las dos islas. Desde La Gomera, la vista de Tenerife, con esa pirámide natural y colosal en el centro, es imponente. “Para nosotros es fácil imaginar por qué los gomeros no iban a Tenerife, porque tecnología para hacer barcas sí tenían. Cuando tú ves a ese gigante rugiendo, tenía que ser algo impresionante”. -Juan Sergio Socorro, biólogo y estudioso del vulcanismo del Teide, cita varias erupciones que pudieron coincidir con la etapa aborigen. “Los llamados Roques Blancos, que son unas enormes coladas que alcanzan la costa en Icod de los Vinos, tienen una edad de 1.800 años. El conito apical, con las lavas negras que parten de él, ocurrió hace en 1.400 años, mientras que Montaña Blanca y Montaña Rajada tienen una datación próxima a los 2.000 años”-. Hernández recuerda que la reciente erupción de La Palma y la del Teneguía se observaron perfectamente desde La Gomera. “Imagina cómo sería el impacto de una erupción del Teide, que está tres veces más cerca y es mucho más grande que los volcanes palmeros. Lo último que pensaría un gomero es que aquello era el jardín de las hespérides. Es de sentido común concluir que nadie navegaría hasta un lugar tan inquietante”. Este fenómeno de la naturaleza también se observó desde otras islas. Y el mismo temor que sintieron los gomeros, lo pudieron experimentar los canarios o los benahoaritas.

Respecto a la posibilidad de que hubiera contactos náuticos en las dos islas orientales, dada la cercanía entre Fuerteventura y Lanzarote, el director del Museo Arqueológico de Fuerteventura, Luis Lorenzo Mata, sostiene que “no conocían la navegación porque fueron trasladados desde África”. En Lobos, que es “el yacimiento más antiguo de Canarias con los datos que se manejan hasta ahora, los romanos trajeron a especialistas en la manufactura de púrpura. Realmente no tenemos datos para certificar que navegaran entre ambas islas, ni siquiera las crónicas aportan alguna pista”. Es probable, añade el historiador, “que durante el siglo de la Conquista se comunicaran pero porque los trasladaban en sus barcos”.

El inspector de Patrimonio Histórico de Lanzarote, Ricardo Cabrera, tampoco tiene datos de que hubiera comunicación entre las dos islas orientales ni ha encontrado algún indicio, por débil que fuera, en las fuentes históricas de los cronistas. Lo único que ha escuchado es que “la piedra de un ídolo encontrado en 1981 procede de Fuerteventura, pero esta información en absoluto está contrastada, ni siquiera se ha investigado”. 

A pesar de estos argumentos, hay científicos que consideran que no fueron trasladados. Ni deportados ni pagando el viaje. Defienden que llegaron a Canarias por sus propios medios. Es el caso del profesor Jonathan Santana, el director del proyecto financiado por el Consejo Europeo de Investigación que citamos en el capítulo anterior. Considera que “no hay pruebas para decir que fueron trasladados por otras poblaciones”. Por ello, sostiene que los indígenas llegaron voluntariamente y con sus propios medios. Pero tampoco tiene pruebas contundentes para que sea incuestionable su planteamiento, aunque sí indicios arqueológicos. “Pronto sacaremos una publicación en la que defendemos que ”hay un espacio de tiempo entre los romanos y los primeros aborígenes, no estaban romanizados“. Por lo tanto, añade Santana, ”no se puede descartar la hipótesis de que llegaran por sus propios medios. Hay que explorarla“.

Analizando los vestigios arqueológicos excavados en los yacimientos, continúa el doctor de la ULPGC, “en las evidencias más antiguas de los aborígenes, no distinguimos, en los elementos de cultura material, ningún registro que nos permita vincularles con la cultura romana. Su identidad cultural, la manera en la que se expresan de manera material, que es lo que estudiamos los arqueólogos, no tiene nada que ver con el mundo romano. Es una cultura material totalmente norteafricana, autóctona”. Entonces, ¿cómo explica que no haya ningún registro arqueológico vinculado a la navegación? “No tiene por qué haberlo”. Sin embargo, hay dos registros arqueológicos que prueban la influencia romana en la sociedad prehispánica insular: La forma de enterrar, con los cuerpos rectos, “es propia de los norteafricanos que convivían con los púnicos, primero, y con los romanos después”, aclara el doctor Onrubia; la segunda evidencia son las inscripciones alfabéticas líbico-latinas, en Lanzarote y Fuerteventura, como veremos en el capítulo 9º.

 El geólogo Francisco García-Talavera está convencido de que los guanches navegaron, aunque fueran en pequeñas barcas construidas con troncos de drago. Talavera es un estudioso de la cultura de los guanches que llegaron a Tenerife durante los primeros siglos de la Era.  En un artículo publicado en Pellagofio, el 7 de octubre de 2020, se apoya en un escrito de Torriani en el que afirmaba que “hacían barcos de dragos, que cavaban entero y ponía lastres de piedra y navegaban con remos y velos”. El ingeniero italiano, empero, escribió esto en 1590, un siglo después de la Conquista, por lo cual, si Torriani escribió lo que vio, se trataría de indígenas ya conquistados y probablemente bautizados. En su artículo, García-Talavera también se apoya en una leyenda que rescató el médico y antropólogo Juan Bethencourt Alfonso (Tenerife, 1847-1913) en su Historia del pueblo guanche. “En el sur de Tenerife –escribe Talavera- le contaron que una joven guanche de la nobleza de Adeje, estando en vísperas de casarse murió su prometido y, al poco, descubrió que estaba embarazada. Desesperada, porque según la ley la arrojarían viva al mar, habló con un pescador que se prestó a ayudarla, indicándole que su única salvación era alcanzar La Gomera sobre una balsa de foles (zurrones inflados), pues las corrientes la conducirían hasta allí. Y parece ser que lo consiguió. Al año siguiente, por el mismo sistema, regresó a Tenerife y fue perdonada cuando contó su hazaña”.

Una prueba más sólida que una leyenda, sobre la posibilidad de que los aborígenes fueran capaces de construir una canoa, es el sarcófago descubierto en el Puerto de la Nieves (Agaete), en la desaparecida necrópolis del Maipés de abajo, en junio de 1957. El ataúd estaba enterrado en un túmulo troncocónico, tenía restos de un humano y una “estructura abarquillada que recuerda a la de una piragua”, escribió en Agaete mi pasión José Ramón Santana. La pieza de pino tiene una longitud de dos metros y medios y se exhibe en El Museo Canario.

Paloma Vidal Matutano es antrocóloga, una de las nuevas especialidades de la arqueología que estudia la madera, entre otros aspectos. La doctora está en la Universidad de Basilea realizando el proyecto Explorando las tecnología prehispánicas en el contexto aislado de las islas Canarias: respuestas innovadoras y adaptativas. “Aunque el sarcófago pueda parecer una piragua, se construyó para su uso funerario” y no se puede extrapolar a que “conocieran la navegación”.

EL ADN de la cebada

Durante los siglos XIV y XV, en el ocaso de la cultura prehispánica, muchos navegantes recalaron por las islas. Prueba de ello son los grabados barquiformes que hay en buena parte de las islas. Los existentes en el barranco de Tinojay, en el norte de Fuerteventura, son atractivos. Por el tipo de embarcación que supuestamente dejaron los majos labrado en las rocas, corresponden a esos siglos, incluso posteriores. En Gran Canaria, Tenerife y La Palma también hay grabados naviformes; las mayoría son posteriores a la Conquista. Estas manifestaciones prueban que se conocía la existencia de barcos, pero no que navegaran entre las islas.

En El Cercado, en el municipio palmero de Garafía, hay un grabado supuestamente naviforme. Existe una corriente de opinión, muy minoritaria, que defiende la teoría de que el poblamiento de las islas lo iniciaron los fenicios; por ello, se difundió la presunta autoría fenicia de ese grabado. El inspector de Patrimonio de La Palma, Jorge Pais, desmantela tal teoría. “Esta polémica ha sido generada porque el grabado se calcó de forma incorrecta. Para nosotros, se trata de un reticulado, naturalmente benahoarita, que nada tiene que ver con un barco”.

Si las investigaciones genéticas y las nuevas tecnologías aplicadas al análisis radiocarbónico (carbono 14), el método más conocido de datación absoluta, están revolucionado la arqueología mundial por la precisión para determinar el origen y linajes de las poblaciones prehistóricas y para estimar su antigüedad, respectivamente, el estudio genético de semillas arqueológicas de cebada, encontradas en graneros indígenas, alumbra la posibilidad de que hubiera contactos entre los indígenas de Tenerife y Gran Canaria, al menos durante los primeros años del poblamiento de las islas .

Es un asunto en el que “hay que tener mucha cautela porque sólo hay una prueba indirecta y queda mucho camino por indagar”. Quién así se expresa es el doctor de la ULPGC Jacob Morales, pionera en el estudio de semillas arqueológicas de Canarias. Este carpólogo ha encontrado semillas no carbonizadas y, por lo tanto, conservan su ADN –principal constituyente del material genético de los seres vivos-.

La genetista sueca Jenny Hagenblad, de la Universidad de Linköping, colabora con el científico grancanario en el proyecto para determinar el origen de la cebada en Canarias. En el curso de estas investigaciones, Hangenblad declaró a la revista  Pellagofio (febrero de 2022) que con “los datos que se obtienen del ADN” se deduce que hubo contactos entre las islas al inicio de la colonización del archipiélago. “Hasta hace unos mil años –moleculares, no años reales- había intercambio de esas semillas entre las islas y después el contacto se perdió y no se volvieron a cruzar las cebadas de Gran Canaria y Tenerife”.

De esta “manera indirecta”, en palabras de Morales, se ha abierto la posibilidad de que existiera contacto entre las dos islas citadas, y la única manera era navegando entre ellas. Hasta ahora, lo único que está demostrado es que las semillas de cebada que hoy se plantan en las islas proceden de la época indígena, ya que tienen el mismo patrón genético. ¿Cómo se traduce ese contacto?: “Quiere decir que las semillas de ambas islas comparten la información genética, pero si se abandonan esos contactos y no se comparte la cebada, evolucionarán de forma diferente”. 

El especialista pone énfasis en trasmitir que “se trata de una hipótesis porque los arqueólogos no trabajamos con datos directos, porque ni estábamos allí ni tenemos al informante”. La información genética “nos dice que la cebada se intercambiaba y probablemente la intercambian las personas, por eso deducimos que hubo un contacto, pero, por ahora, no se puede afirmar con rotundidad”. ¿Cabe la posibilidad de que los indígenas al llegar a Tenerife o a Gran Canaria portaran la misma variedad de semilla? “Sin duda”, responde Morales, “y probablemente viniera de Fuerteventura o Lanzarote”.

¿Y por qué desde las islas orientales? ¿Se inició la colonización del archipiélago en las islas más cercanas al continente? Son interrogantes que los científicos intentarán responder en el cuarto capítulo: El poblamiento, ¿simultáneo en todas las islas, en una oleada o varias?

La navegación, a tenor de las opiniones que hemos expuesto en esta entrega,  es un episodio de la historia de la sociedad prehispánica que aún no ha atracado en un puerto definitivo. Con todo, es mayoritaria la opinión de que no navegaron entre las islas y de que arribaron al archipiélago trasladados por otros. Pero ese viaje a un lugar desconocido continúa surcando la apasionante investigación científica.

La tercera entrega de este reportaje atracará en el islote de Lobos, el único yacimiento de Canarias con restos romanos.