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Gaspar, delfín nada corriente

Antonio Cavanillas / Antonio Cavanillas

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Al parecer, Gaspar, nuestro delfín brujo y amaestrado, detectaba cualquier artefacto sospechoso situado bajo la línea de flotación de un buque. ¿Cómo? Preguntaréis. Lo ignoro. Tal vez a base de sonidos ultrasónicos, usando sus dotes taumatúrgicas, por sugestión infusa salomónica u oliéndolo como los perfumistas. Curioso oficio el de oledor profesional de perfumes. Otro día hablaremos de ello. El hecho es que, una vez descubierto el artilugio, el delfín nadaba hasta su cuidador para chivarse. ¿Y de qué forma se chiva un cetáceo? Vaya usted a saber? Tal vez comunicaba el hallazgo golpeándolo tres veces con la aleta o susurrando en su oído los suaves ecos que producen al moverse los labios de un delfín.

Una vez entrenado ?adiestrar un delfín sale por una pasta, más o menos 30.000 euros al año- los planes de la Navy eran enviar a Gaspar y al resto de la cuadrilla, cuatro delfines mulares que pesan cada uno cuatrocientos kilos, al Golfo Pérsico para asegurar de sabotajes y ataques submarinos terroristas a la flota del Índico, creo que es la séptima o la octava, me he perdido en los planes armamentísticos del tío Sam, la que participaba en la Guerra de Irak. Pero algo falló.

Para mí que Gaspar se enteró de alguna forma de que lo de las armas de destrucción masiva era pura entelequia, una burda engañifa del malvado Bush para acabar con el loco dictador y asesino Saddam Husein, a quien se la tenía jurada desde los tiempos de su padre, del padre de Bush, mucho menos tonto que el tejano que camina como Gary Cooper en Solo ante el peligro, lo mismo que si fuese a desenfundar, el simple. Menos mal que se ha ido a su rancho de Texas. En cualquier caso Gaspar se olió la tostada y, en un despiste de sus cuidadores, abandonó al equipo y se piró internándose en las frías aguas del Atlántico Norte, hacia Europa. Los investigadores de la flota del Índico, quizá la sexta, se pusieron de inmediato las pilas para tratar de capturar al delfín desertor, aquella joya. ¿Adónde iría? Pensaron primero en las Islas Griegas, en cuyas azules aguas viven las nereidas, Proteo el multiforme y las sirenas bajo la estricta ley de Poseidón.

Gran fiasco: los pescadores de Mitilene (Lesbos), las zurcidoras de redes de Paros (en la isla de su nombre) y las sacerdotisas del Templo de Afrodita en Ajios Marina (Egina, en el Golfo Sarónico), nada sabían de Gaspar ni de sus cabriolas cada vez que engullía un babouni (salmonete en griego). Creían los de la Navy haber perdido la pista del delfín fugitivo cuando, desde Bretaña, les llegó la noticia: había sido visto en Brest, donde hacía de las suyas y era conocido como Jean Floch, nombre de un antiguo corsario local. Floch en bretón significa plomo y otra de sus acepciones es coñazo.

Y es que Gaspar era pesado en ocasiones, revoltoso y audaz. Incómodo quizá de la discreta calidad del pescado bretón, enredaba en las redes y en los cabos de atraque de los barcos de pesca organizando el lío padre. Azuzado por los pescadores, trató de refugiarse en la base naval de aquel puerto reservada a los navíos de la OTAN. Los militares se pusieron nerviosos cuando vieron su sombra ?recordad que hay submarinos de bolsillo- y montaron las ametralladoras en las cubiertas de cruceros ligeros, destructores y buques de apoyo. Gaspar llegó en su osadía inconsecuente ?provocada por una dieta errónea, escasa y de baja calidad- a motivar por parte de la oposición una pregunta en el Parlamento francés.

Nuestro delfín juguetón y antimilitarista, a la vista del cariz que tomaba el asunto, juzgó que aquellas no eran buenas costas y las buscó mejores: el escurridizo cetáceo fue visto en aguas de Ribeira (La Coruña) el cuatro de enero de 2008, hace ahora justo un año. “Hemos avistado un delfín mular que juguetea con nuestra embarcación y parece querer comunicarse con nosotros”, alertaba Salvamento Marítimo a la gente del Gremmar (Grupo de Rescate de Mamíferos Marinos). Intervino la lancha aduanera de la Guardia Civil. “Tiene un comportamiento extraño, tiramos un cabo y nos lo devuelve. Parece reírse de nosotros. Quiere como intimar”, afirmaba el teniente de la Benemérita.

Lanzándole desde la borda exquisiteces propias de aquellas privilegiadas aguas: mero fresco, fulas de altura, chipirón de anzuelo y vieras de la ría, Gaspar siguió la estela de la lancha de la Policía Aduanera hasta el muelle de Ribeira donde lo esperaba Antonio Folgar, biólogo, presidente del Gremmar. No estaba solo el experto: doscientas personas se agolpaban para ver, estupefactas, al delfín. “Él estaba tranquilo, mirando a la gente, nadando en círculo o saltando en el agua con gesto burlón”, afirma Folgar del bueno de Gaspar. “Cuando pasaba una embarcación nadaba pegado a la turbina, como sintiéndose atraído por ella. De vez en cuando hacía una cabriola sin venir a cuento. Si le lanzábamos un cabo lo devolvía, lo mismo que el pescado si era congelado”. Bueno fuera, - añado yo de mi cosecha: a quién se le ocurre intentar dar gato por liebre a un superclase.

Ocho meses estuvo Gaspar en Galicia, recorriendo sus costas y catando de Bayona a Ribadeo los mejores crustáceos. Dicen las malas lenguas que lo vieron en la Isla de la Toja, en el embarcadero del Gran Hotel, trasegando Ribeiro, Albariño o vino del Rosal, pero no le doy pábulo. La gente habla, larga sin fundamento y, natural, desbarra. Lo único cierto es que fue en Vigo donde lo bautizaron con el nombre del segundo de los Reyes Magos, alias que hizo fortuna. “Este animal tiene entrenamiento militar y un aire yanqui” dijo uno de los prácticos del puerto.

¡Ah!, la intuición galaica. Dicho y hecho: mandaron un e.mail a la USNMP (Programa de Mamíferos Marinos de la Armada de los EE.UU) y acertaron: conocían al mamífero y corroboraron su linaje con respuestas muy escuetas, al modo castrense: “¿Conocen a Gaspar?”, “Yes”. “¿Cómo es?”, “Listo, gris ratón, gordo y de buen apetito”. “¿Podrían identificarlo?”, “Llámenlo Takuma -su verdadero nombre- y moverá la cola. Servía en el MK-6, unidad de cetáceos especializada en la protección de puertos. Tal vez lleve todavía en una aleta la placa de identificación. Mándennoslo, please”. “Negativo. Le hemos preguntado y dice que ni de coña, que se encuentra muy a gusto en Ribeira”, - dieron largas los del Gremmar.

Por sí o por no, sabiendo que sus antiguos dueños se interesaban por él, viéndose ya en las contaminadas aguas del Golfo Pérsico, Gaspar cambió otra vez de aires haciendo la guerra por su cuenta. Y es que es un solitario contumaz, un poco histrión tal vez. No quiere saber nada de la manada de congéneres que vaga por la ría de Arosa. Se pirra por los motores de los barcos, más cuantas más revoluciones tengan. Y por los cabos, boyas, buzas y buzos, sus mejores amigos. Su vida es un rosario de anécdotas. Aquel verano le dio un susto de muerte a un buzo que soldaba el casco de un navío en los astilleros de la ría de Pontevedra. El hombre se giró al sentir unos suaves toques en el hombro y se encontró con un mastodonte de media tonelada, oscuro de piel y de ojos muy brillantes. Cuando se recuperó de un amago de infarto, vio que Gaspar sólo pretendía jugar pues es todo lo opuesto al ser humano, quiero decir honesto, pacífico y sociable.

“No es peligroso”, dice de él Antonio, el biólogo. “Se esfuerza en llamar la atención. Cuando ya cansa, lo que hay que hacer es pasar de él. Si no recibe respuesta, normalmente en forma de pescado del día, se marcha. Lo que más le gusta es la lubina de anzuelo pescada en malecón, terciada si es posible”.

Gaspar terminó de recorrer las Rías de Cedeira, Ortigueira y el Barqueiro el pasado otoño. Dicen que en noviembre fue visto en Puerto de Vega, buen lugar asturiano de percebes, donde murió Jovellanos, y es que hay quien afirma que el delfín es ilustrado y tiene sus letras. Ha recalado en Tazones, donde desembarcó el emperador en 1517, abrigo costero famoso por sus centollas preñadas, alguna de tres quilos, y en Lastres, patria del bogavante y del abate Alea, famoso anarquista, fijo en las tertulias del poeta Quintana anteriores al dos de mayo de 1808, habiendo fijado su residencia en Cudillero, que ya es la órdiga en cuanto a pulpo, cigala, sardina y rodaballo fresco.

Si queréis mi opinión os la daré: no creo que aquella residencia sea definitiva. Seguro que Gaspar tiene noticia ya de Santander y de Laredo, de Castro, de Algorta y de Portugalete, de Lequeitio, de Zarautz, de San Sebastian y de Fuenterrabía, ahora Hondarribia. Lo que sí estoy por afirmar es que jamás dejará las costas españolas. Una vez haya trillado el Cantábrico pasará a nuestro Mediterráneo que recorrerá de cabo a rabo, con las Islas Baleares, y de allí, en cuanto sepa de la existencia de la vieja ?simplemente sancochada, con un chorretón de aceite de oliva virgen- o del cherne ?a las brasas, con cuatro gotas de limón-, bajará a las Islas Afortunadas quizá para quedarse. Y no lo digo por egoísmo o amor interesado: ¿dónde hallar mejor clima ni gente más amable?

Antonio Cavanillas

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