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El guerrillero

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Entre un artículo y otro, se murió Hans Magnus Enzensberger. “Eso te pasa por citar a gente tan mayor” me dice enfadado el ectoplasma de Durruti mientras tomamos el consabido cortadito en el vestíbulo del hotel Ritz de Madrid. “Eso me lo dices porque en los obituarios citan que el libro que escribió sobre ti era la biografía del guerrillero Durruti” No contesta el leonés y vamos a otra cosa. “¿Y qué te parece ese chico que dice que pasará a la historia porque levantó la tumba de Franco? Se le debió contagiar el ambiente filocomunista del homenaje a Almudena Grandes.” Desde luego, Durruti no tiene hoy su día, está enfadado con el mundo. Le abandono a su suerte y asciendo al congreso de los diputados. La presidenta no me recibe hoy. Una diputada de Bildu a la que iba a entrevistar, tampoco: se acaba de marchar a Alsasua. Busco a alguna periodista de guardia para tomar un colacao, pero no hay ocasión ni periodista. Escucho, lejos, la voz de Julián Besteiro, la cual no había oído nunca, que me dice: “Tenías razón, la introducción a la lógica formal de Alfredo Deaño es un gran libro. ¿Sabías que estuvo casado con la ministra Mercedes Cabrera?” Claro que lo sabía, pero sobre Deaño solo he hablado con mi hijo. Intento en la cafetería algún encuentro casual mas solo hay diputados conservadores demasiado novatos que hablan de fútbol, el auténtico tema de la semana. Cuando decido marcharme, una joven de provincias me reclama: “¿Conoces el desarrollo de la máscara?” Lo conozco, he volado muchas veces, le respondo. “Pues cuida los solomillos a la manera de El Amparo” “El Amparo ya no existe” le digo, y me voy, vuelvo al Ritz. “Si te consideras más inteligente por el desprecio al que te someten, te equivocas” me suelta Durruti a modo de rebienvenida. El desprecio es inexistente salvo que te lo creas, me digo a mí mismo poco convencido. En la puerta del hotel tomo un taxi: “¿Usted qué opina de la ley esa del sí?” No puede ser cierto, antes los taxistas hablaban de fútbol. Me bajo y paro a otro. En el trayecto, recupero de nuevo al catedrático de lógica, Besteiro. En el congreso, hay un busto que le recuerda y que sale en todas las televisiones. Nadie le presta atención. Yo sí, siempre le saludo. Quizás por eso ahora me habla. A veces reconforta tener amigos en el pasado.

Entre un artículo y otro, se murió Hans Magnus Enzensberger. “Eso te pasa por citar a gente tan mayor” me dice enfadado el ectoplasma de Durruti mientras tomamos el consabido cortadito en el vestíbulo del hotel Ritz de Madrid. “Eso me lo dices porque en los obituarios citan que el libro que escribió sobre ti era la biografía del guerrillero Durruti” No contesta el leonés y vamos a otra cosa. “¿Y qué te parece ese chico que dice que pasará a la historia porque levantó la tumba de Franco? Se le debió contagiar el ambiente filocomunista del homenaje a Almudena Grandes.” Desde luego, Durruti no tiene hoy su día, está enfadado con el mundo. Le abandono a su suerte y asciendo al congreso de los diputados. La presidenta no me recibe hoy. Una diputada de Bildu a la que iba a entrevistar, tampoco: se acaba de marchar a Alsasua. Busco a alguna periodista de guardia para tomar un colacao, pero no hay ocasión ni periodista. Escucho, lejos, la voz de Julián Besteiro, la cual no había oído nunca, que me dice: “Tenías razón, la introducción a la lógica formal de Alfredo Deaño es un gran libro. ¿Sabías que estuvo casado con la ministra Mercedes Cabrera?” Claro que lo sabía, pero sobre Deaño solo he hablado con mi hijo. Intento en la cafetería algún encuentro casual mas solo hay diputados conservadores demasiado novatos que hablan de fútbol, el auténtico tema de la semana. Cuando decido marcharme, una joven de provincias me reclama: “¿Conoces el desarrollo de la máscara?” Lo conozco, he volado muchas veces, le respondo. “Pues cuida los solomillos a la manera de El Amparo” “El Amparo ya no existe” le digo, y me voy, vuelvo al Ritz. “Si te consideras más inteligente por el desprecio al que te someten, te equivocas” me suelta Durruti a modo de rebienvenida. El desprecio es inexistente salvo que te lo creas, me digo a mí mismo poco convencido. En la puerta del hotel tomo un taxi: “¿Usted qué opina de la ley esa del sí?” No puede ser cierto, antes los taxistas hablaban de fútbol. Me bajo y paro a otro. En el trayecto, recupero de nuevo al catedrático de lógica, Besteiro. En el congreso, hay un busto que le recuerda y que sale en todas las televisiones. Nadie le presta atención. Yo sí, siempre le saludo. Quizás por eso ahora me habla. A veces reconforta tener amigos en el pasado.