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Si no quieres caldo

José A. Alemán / José A.Alemán

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La misma chulería le movió a elevar a Manuel Fernández, con quien comparte imputación en lo de Anfi del Mar, a número dos del PP regional. Esa fue la primera taza de la nueva serie. La segunda, ascender a Miguel Cabrera Pérez-Camacho a portavoz del Grupo Popular en el Parlamento Canario para premiar su casposa capacidad versificadora de ripios ilustrativos del nivel literario de la derechona soriásica. Vaya por delante que las dos tazas se las ha hecho tragar a los militantes del PP y por extensión a quienes lo votaron de buena fe; no a los que no son lo uno ni hicieron lo otro. Aunque la vergüenza sea de todos.

Conviene añadir unas líneas sobre la distinción otorgada a Cabrera Pérez-Camacho, muy significativa de la catadura soriana. Al principio me pareció exagerado que no vieran en sus versos contra la diputada psocialista Francisca Luengo simple malcriadez sino el perfil de un maltratador. Hice mis consultas al psicólogo de guardia y me aseguró que aunque Pérez-Camacho no maltrate, sí que responde a esa pauta de comportamiento: a la ofensa sigue el arrepentimiento (sincero o para evitar consecuencias) y la petición de perdón a la víctima de boca afuera, con actitudes que impiden descartar una vuelta a las andadas, de cruzársele de nuevo los cables. No sé qué diría Lombroso si pudiera observar su estructura craneal y sus rasgos y gestos faciales.

Es curioso, por otro lado, que la negativa de Luengo a aceptar las disculpas de Pérez-Camacho le sirviera a Soria poco menos que para culpar del incidente a la ofendida. Le reprochó que no se diera por satisfecha en un nuevo alarde de desvergüenza pues él, precisamente, jamás ha pedido perdón por sus excesos verbales con no pocos rivales. En fin. Más dice quien más tiene que le digan. Tiene más cara que un saco de las antiguas pesetas; o que un elefante con paperas.

El otro día García Luján dijo aquí, al lado, que procuraba no ocuparse de esta gente que le repugna. Luján es joven y resulta natural que le deprima el espectáculo. Los que por edad tenemos mayor perspectiva ya ni nos indignamos, para qué. Sólo nos consume sentir que nuestros escritos políticos se desploman en la mediocridad desabrida ambiental, nada estimulante. No dejan, los escritos, de reflejar de cara al futuro la enanez intelectual, ideológica y política de quienes ocupan ahora el poder. En ese sentido documentan el momento en que nos empobrecemos todos.

Siempre he dicho que el nivel y el tono de los comentarios políticos dependen del aprecio que inspiren los musos que te toquen. Eso no quita que nos metamos con ellos ni que dejemos de hacer su caricatura. Pero una cosa es una cosa y otra cosa son dos cosas. O sea: los musos de otros tiempos al menos excitaban la creatividad para buscarles las vueltas; los de hoy son tan planos que se les nota todo. No dan de sí. Es lo que tiene la cutrería bananera y eurística; sin hache porque ni siquiera inventan.

Lo único que mantiene a algunos escribidores en el tajo es que los lectores a los que alcancen se convenzan de que Canarias no merece esta caterva que, para mayor desgracia, se nos ha venido arriba en medio de una crisis gravísima. Poco margen dejan al optimismo un presidente en la inopia de los ineptos y un vicepresidente que no le va a la zaga y consume su tiempo entre los juzgados, el machaqueo de quienes no le ríen las gracias, en campañas de presión a policías, fiscales y jueces para escapar de la quema y otras lindezas; sin olvidar las constantes alusiones a López Aguilar, que en el imaginario CC-PP se ha convertido en el principal problema de las islas, en la bicha que está a punto de sustituir la maldad de Zapatero por la suya propia.

Esa es la situación en que Paulino, no menos dispuesto que Soria a darnos dos tazas, amenaza con mantener hasta el final de la legislatura al mismo Gobierno, ya que, dice él, está cumpliendo; vamos dados, pues. El anuncio pauliano podría hundir la Bolsa; la que no tenemos, gracias a Dios, porque nunca prosperó la vieja propuesta de crear en las islas al menos un bolsín.

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