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OPINIÓN | 'Un error mayúsculo', por Javier Pérez Royo
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Yo quiero tener un migrante en mi aula

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En 2023, casi 40.000 migrantes llegaron a nuestras costas, lo que supone una cifra sin precedentes. De ellos 2.300 eran menores, y en su mayoría ocupan ahora un lugar en nuestras aulas. Son niños y adolescentes que buscan refugio en tierra extranjera, a causa de la crisis social y política que viven en sus países de origen. Han sido despojados de su entorno, de sus amigos, de su familia. Proporcionarles un entorno afable, comprensivo y educativo, está en nuestro deber como ciudadanos; es una necesidad humanitaria que, en ocasiones, puede que entre en conflicto con determinadas perspectivas políticas, pero que al final resultará sensiblemente enriquecedora.

La experiencia educativa, a día de hoy y para sorpresa de muchos, nos está revelando a un alumnado nuestro que empatiza con tan penosa situación, y que como consecuencia emprende, casi de manera natural, el camino de la inclusión necesaria, alejándose así de prejuicios heredados de manera incomprensible. Esto supone, tanto para los que acogen como para los acogidos, un aprendizaje humano de incalculable valor, el cual está por encima de cualquier otro que los docentes podamos darles desde el ámbito académico. La convivencia con alumnado migrante fomenta la tolerancia y la diversidad cultural en las aulas, y por extensión los estudiantes aprenden a respetar las diferencias, algo que sin duda les ayudará a desenvolverse en una sociedad multicultural que ya es toda una realidad.

Soy profesora en uno de los muchos institutos canarios en los que recientemente se ha incorporado un gran número de menores migrantes. En mi caso, como en el de tantos docentes, debo adaptarme a un perfil de alumnado que lingüísticamente no me entiende y que, como cualquiera puede imaginar, carece del nivel académico que imparto. Sin embargo, se trata de un alumnado que está expectante y motivado, y que acude puntualmente a sus clases, mostrándose en todo momento receptivo y respetuoso con las indicaciones que le doy. Atiendo esforzadamente su diversidad y la de los otros veinticinco alumnos, y a través de la creatividad busco nuevas estrategias para poder satisfacer las necesidades de todos y cada uno de los estudiantes. No obstante, se impone una pregunta por encima de cualquier otra consideración: ¿con esto es suficiente?

Es evidente que este alumnado viene a intensificar un problema que ya existe: la masificación de las aulas y la carencia de profesores especializados. La presencia, cada vez más, de alumnado migrante nos empuja a buscar una solución con celeridad, y esta no debe venir únicamente de las prácticas docentes, sino ante todo de las instituciones competentes, las cuales están en la obligación moral y humana de incrementar la inversión en recursos que son imprescindibles para alcanzar los objetivos buscados, porque mejorar la educación es el mejor germen de una sociedad más igualitaria y más justa.

Se hace preciso insistir en que la presencia de alumnado migrante en las aulas convencionales significa no un problema, sino una oportunidad para el crecimiento personal y académico de todos los estudiantes. Invirtamos pues en esta estupenda coyuntura humana; convirtamos entre todos lo inconveniente en conveniente. Es una responsabilidad y un deber como sociedad acoger y educar a estos niños y jóvenes, brindándoles apoyo y oportunidades para que puedan desarrollarse plenamente. Todos los niños y niñas, independientemente de su origen o situación migratoria, tienen derecho a la educación, pero a la educación con mayúsculas, y para ello se hace imprescindible un esfuerzo que esté a la altura de tan apasionante aventura. 

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