Las primeras auroras boreales en Canarias desde 1770, vistas desde El Roque

La Palma Ahora

Santa Cruz de La Palma —
11 de mayo de 2024 12:39 h

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Las auroras boreales contempladas desde La Palma y otros puntos de Canarias la pasada noche del viernes, 10 de mayo, son las primeras que se observan en el Archipiélago desde el avistamiento registrado por Viera y Clavijo en 1770. 

Manuel Vázquez, físico solar del Instituto de Astrofísica de Canarias(IAC) ya retirado, publicó en 2006 un artículo sobre estos fenómenos naturales  titulado ‘Sobre la conexión entre la actividad solar y las auroras de baja latitud en el periodo 1715-1860’. En este trabajo inidica  que “hasta el momento, hasta donde sabemos, no se han registrado otras auroras en las Islas Canarias” desde la fecha señalada en la que el historiador y naturalista José  de Viera y Clavijo (1731 – 1813) describió una “aurora vista desde la ciudad de La Laguna en la isla de Tenerife”.

Manuel Váquez, en su artículo, explica que “las observaciones de auroras boreales en latitudes bajas son muy raras y están claramente asociadas con fuertes tormentas geomagnéticas. Morfológicamente se caracterizan por un color rojo difuso y sin movimientos rápidos. El objetivo principal de este artículo es analizar dos auroras hasta ahora ignoradas que fueron observadas en dos sitios de baja latitud, Tenerife (28◦N 18◦W) y Ciudad de México (19◦N 99◦W), en 1770 y 1789, respectivamente.  Estas observaciones pueden proporcionar información complementaria sobre el nivel de actividad solar en aquellos momentos en los que las observaciones solares directas eran bastante escasas. Al estudiar también el comportamiento de la heliosfera durante este período utilizando diferentes indicadores, encontramos que el campo magnético abierto describe mejor las apariciones de auroras. También se calcula la variación en el tiempo de la latitud geomagnética en los dos sitios”.

Viera y Clavijo,  apunta, “describió la aurora vista desde la ciudad de La Laguna en la isla de Tenerife con estas palabras: ‘Un poco más de una hora después de la puesta del sol se extendió por la ciudad el rumor de que las montañas de Taganana tal vez estaban ardiendo, dado que una parte del cielo parecía ser de un rojo intenso, inflamado y bañado por un vívido resplandor. Salí a observar el fuego. Pero para mi alegría me encontré con una auténtica aurora boreal. La noche era fresca pero tranquila, las nubes más bien dispersas y no impedían la observación de las regiones superiores del aire, y el tono llameante y rojo sangre se extendía por todo el norte desde el este hasta algunos grados más allá del oeste, con una intensidad muy alta. Luz brillante, pero de ninguna manera turbulenta, agitada o parpadeante. Los filósofos llaman tranquilas o simples a estas auroras boreales, en las que no se notan ni parpadeos ni corrientes de destellos brillantes. No debo dejar de agregar que la misma opacidad de las nubes redobló la iluminación celestial'.

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