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La vida sigue igual

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Ese sonido es una de las cosas que me gusta escuchar y me hace recordar de dónde soy y de dónde vengo, en especial cuando vives a miles de kilómetros de tu lugar de origen.

Está claro, por lo menos para mí, que es bueno que algunas cosas permanezcan dónde están, sobre todo en aquellas en las que hombre tiene poco que ver.

No sé si todo ello ayudará a dar una ficticia sensación de seguridad en un mundo altamente inseguro, algo que a buen seguro terminará desembocando en una tremenda decepción. Los humanos somos seres imperfectos y nos cuesta aprender de nuestros errores. Así funciona el mundo.

En lo que no estoy tan de acuerdo es en ver, sentir, escuchar y padecer cómo algunos modos y maneras de nuestro país, permanecen tan intactos como hace siglos.

Una persona a la que aprecio, tanto por su trayectoria como por la relación que mantengo con ella, me dijo durante el pasado Salón del Cómic de Barcelona que mi problema era que seguía siendo un rebelde, a pesar de mi edad y experiencia.

La verdad es que nunca pensé que por que querer buscarle un mayor rendimiento a un determinado trabajo uno fuera un rebelde, pero así son las cosas. Puede que no me crean, pero mi argumento, mientras hablaba con esta persona, tenía que ver con la costumbre que tienen muchos organismos, instituciones o fundaciones a la hora de montar una exposición.

Mi objeción a un buen trabajo ?y la selección de muestras del pasado encuentro barcelonés era sobresaliente- se refería a la atención de dichas muestras. Por mucho que se empeñen, hace falta algo más que unos textos adjuntos para que los visitantes lleguen a apreciar el valor del material allí expuesto.

Tampoco se trata de una visita guiada -tipo rebaño de turistas en un viaje organizado- pero sí de humanizar unos cuadros y unas vitrinas que, por si solas, no acaban de contar toda la historia que llevan dentro.

Para que la situación cambiara sería necesario enseñar a los encargados de vigilar dichas exposiciones el contenido de éstas y lograr que su labor no se limitara a estar sentados en una silla, como los reclutas a la puerta del cuartel.

¿Qué esto supondría más trabajo? Sí, a buen seguro, pero no es una labor titánica, ni de las que “espachurran el presupuesto” en palabras de la inmortal Mafalda. Sólo se trata de maximizar un trabajo de por sí ya digno de destacar.

Sin embargo, por tener esos pensamientos, soy un rebelde, con causa, pero rebelde, al fin y al cabo.

Muchos me han tachado de “incontaminable”, dado que me gustan las mismas cosas ?y las sigo defendiendo- después de llevar más de dos décadas dedicándome a lo mismo. Sé que tengo la cabeza dura y me cuesta aceptar algunas cosas, pero no creo que tener algunas ideas claras sea motivo de vergüenza ni nada por el estilo. Otra cosa es que piense que, en nuestro país, sobran quienes se pasan el día “perdonándote la vida” o argumentando el más que manido ¿Sabe usted quién soy yo? , en vez de buscar una sola solución a un determinado problema. La pena es que hay pocos “Grouchos” para responderles A ver, a ver? No me lo diga, ¿animal o vegetal?

Cansa ver como la única respuesta válida, en el diccionario de muchos, es una descalificación, un insulto o una mentira. No importa si la otra parte tiene razón o no. Lo que importa es agarrarse a la pequeña ?o grande- parcela de poder que se tiene y comportarse como un déspota megalómano.

Después ya vendrán otros que deberán lidiar con las consecuencias de tanto desatino. Mientras tanto, todo el “monte es orégano” y tonto el que no se aproveche. Si les doliera derrochar los bienes públicos y los recursos que pagamos todos, las cosas serían bien distintas.

En algunos países, un político tiene que dimitir, porque se ha gastado 30 euros del erario público ?sí, no me he comido ningún cero- en mandar mensajes de texto desde su teléfono oficial. Algo tan “inocente” para nuestra mentalidad latina no tiene cabida en la forma de pensar de los germanos, los anglosajones, o los nórdicos.

En nuestra comunidad se dilapidan fortunas en reclamos publicitarios y en autobombo institucional, en pagar enseñas y/ o banderas del todo inapropiadas, o en convocar a los medios de comunicación para que éstos terminen desacreditando las investigaciones policiales y judiciales que tratan de limpiar el buen nombre del archipiélago, plagado éste de sospechas y corruptelas de la peor especie. Y a nadie, salvo a unos cuantos inconformistas entre los que me encuentro, parece importar.

Se da por bueno que los organismos públicos, manejados por una burocracia rancia y caduca, gasten buena parte de sus recursos en majaderías innecesarias que en nada benefician a la sociedad. Es un extraño dogma que ni entiendo, ni comparto. Como tampoco comparto que uno tenga que ser tan políticamente correcto que le acaben tomando por tonto. Al final, te quedas con cara de idiota cuando personas que han demostrado que poseen una doble ?y triple moral, en muchas ocasiones- se empeñan en decirte qué debes hacer.

También, durante el pasado Salón del Cómic de Barcelona, una de esas personas, a las cuales les encanta restregarte por las narices quiénes son y lo que ellas sí que pueden hacer, me espetó al verme vestido de traje, justo cuando acababa de llegar. Sus palabras textuales fueron ¿No te da urticaria ir así vestido?, expresión que contesté con ¿Dónde está escrito que los que trabajamos en el mundo del fandom tengamos que ir vestidos como unos zarrapastrosos? Debo admitir que por lo menos logré dejarla callada, pero es una pírrica victoria si se la compara con el resto de las cosas a las que uno está expuesto en un mundo como el nuestro.

Al final no te queda más remedio que admitir que hay que cosas que permanecerán así durante mucho tiempo y que hay ciudadanos de primera y otros que, malamente, llegamos a la segunda categoría.

Tal y como dice la pequeña Libertad, Una pulga no puede hacerle nada a una máquina de tren, pero puede llenar de ronchas al maquinista. Será cuestión de aprender a ser pulga y ser feliz con ello.

Eduardo Serradilla Sanchis

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